Por Diego López-Luján
Colaborador del Ámbito María Corral
República Dominicana, julio 2008
Foto: R. Prieto
En muchas ocasiones utilizamos en sentido metafórico expresiones como “no lo veo claro” o “es que no lo ves” o “abre bien los ojos”, para referirnos generalmente a cuestiones relacionadas con la comprensión y el entendimiento.
Anécdotas al margen, con esto se quiere significar cómo el sentido de la vista ha alcanzado un lugar privilegiado en nuestro vivir cotidiano, e inconscientemente hemos ido estableciendo el sentido de la vista como criterio de entendimiento, comprensión y aprehensión de la realidad.
Pero no es así. Es un error y un acto de “soberbia visual” atribuir al sentido de la vista la comprensión total de la realidad, pues los demás sentidos aportan aspectos importantes de ésta que escapan a la simple captación de imágenes y que pueden resultar engañosos. Por ejemplo las veces que hemos creído ver un relieve en una pared y cuando nos acercamos y la palpamos resulta que es una pintura que juega con los claroscuros simulando ese relieve; o cuando creemos ver una figura de mármol pero al sopesarla resulta ser de yeso; o el caso de los espejismos, o el de las personas daltónicas que ven la realidad cromáticamente diferente; y así cientos de ejemplos, en los que por medio de la vista captamos una información, la trasmitimos a nuestro cerebro, la procesamos y establecemos unas conclusiones que no tienen nada que ver con la realidad. Es la convergencia de los demás sentidos y la información que nos aportan lo que permite que las cosas alcancen su mayor densidad y realismo posible.
Ciertamente, el sentido de la vista es muy importante en nuestra cotidianidad aunque no imprescindible como día a día lo demuestran las personas invidentes que, a pesar de no poder ver, son capaces de llevar una vida normal en todos los ámbitos, ya sea individual, familiar, social o laboral. En el terreno laboral, por ejemplo, hay personas ciegas desempeñando cargos importantes y de mucha responsabilidad que nadie les ha regalado. Todo ello, porque han sabido suplir y compensar la ausencia de vista con los otros sentidos.
Posiblemente en nuestra sociedad hacemos un uso excesivo del sentido de la vista. Fisiológicamente el sentido de la vista no es el primero que los seres humanos desarrollamos: antes que éste, el oído comienza a funcionar ya en el seno materno; y en cuanto al tacto, nada más nacer, un bebé capta la sensación térmica que le produce una mano fría o cálida. En cambio, es al cabo de días o semanas cuando los recién nacidos comienzan a distinguir rostros a través de la vista, pues cuando nacemos, los seres humanos no somos capaces de distinguir lo que tenemos enfrente. Pero he aquí que cuando se desarrolla el sentido de la vista todo comienza a focalizarse en él. Incluso la misma educación tiene mucho de visual. Quién sabe si no habría que dar más juego, en el ámbito educativo, a los otros sentidos a la hora de plantear los aprendizajes, ya sean éstos conceptuales, procedimentales o actitudinales; máxime conociendo los datos que nos aporta la psicopedagogía sobre las distintas formas que tenemos las personas de captar y procesar la información.
Además, ahora con el uso de las nuevas tecnologías, si queremos comunicar con eficacia, todo ha de estar presentado con un buen lenguaje visual, para que los contenidos sean captados con comodidad y sin mucho esfuerzo.
El uso excesivo del sentido de la vista va en detrimento del desarrollo del resto de los sentidos, que poco a poco se van atrofiando por el desuso. Y cuando el uso de la vista se convierte en abuso esto puede conllevar trastornos. Los psicólogos nos dicen que por el uso exagerado que hacemos de la vista durante todo el día y gran parte de la noche, se produce una fatiga en el cerebro y en algunos de nuestros órganos que repercute en el carácter y en los niveles de estrés, que con frecuencia desembocan en neurosis.
La naturaleza nos ha dotado de párpados. La función principal de éstos es proteger los ojos y dar descanso a la vista, y en parte a nuestro cerebro. Con los ojos cerrados la posibilidad de relajación es mayor, pues dejamos de recibir una gran cantidad de estímulos y así se reduce significativamente la actividad cerebral. Con los ojos cerrados nuestra capacidad de concentración es mayor, es decir, pensamos mejor pues dejamos de tener interferencias visuales en ese proceso. Con los ojos cerrados se propicia un modo distinto de percibir aspectos maravillosos de la realidad material, psicológica y espiritual, además de experiencias y sensaciones desconocidas. Y como añade algún que otro psicólogo, desenvolvernos en la oscuridad nos hace hasta más sensibles y delicados, ya que nos volvemos más cuidadosos para no lastimarnos ni dañar las cosas que nos rodean.
En definitiva, si supiéramos aprehender la realidad a través de los demás sentidos, en la mañana abrir los ojos sería como la explosión última de conocimiento de la realidad, al complementar lo sabido de ella a través de los otros sentidos. Pero si éstos están atrofiados, abrimos los ojos, creemos que lo conocemos todo y –con palabras del Dr. Alfredo Rubio– esa expresión de luz no tiene el pedestal adecuado y suficiente, con lo que nuestro conocimiento de la realidad está maltrecho, y soberbiamente creemos que es perfecto.