Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en Filosofía
Salamanca, España, diciembre 2008
Foto: J. Wenkoff
Para los impacientes en la lectura: en las calles de algunas ciudades de Haití pueden comprarse tortitas hechas con barro, sal y grasa vegetal, tostadas al sol. No se trata de una colorista costumbre gastronómica. Lo que era un suplemento dietético tradicional para las embarazadas, en este momento es lo que permite sobrevivir a muchos haitianos. Haití se muere de hambre.
Si con eso tienen suficiente para pensar sobre ello, adelante; si, simplemente, no quieren hacerlo, supongo que están en su derecho (aunque, para ser sinceros, sólo lo supongo). Para quienes quieran saber algo más y compartir esta reflexión doliente, sean bienvenidos a estas líneas.
Los datos:
– Haití es el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo.
– De sus cerca de 9 millones de habitantes, se calcula que unos 3 millones y medio pasan hambre (repito: que unos 3 millones y medio de personas pasan hambre).
– Hay dos agravantes para la situación de pobreza que Haití arrastra desde hace décadas:
1.-el incremento del precio de los alimentos que debe importar para la alimentación elemental de la población (entre 2007 y 2008 han aumentado un 52% de media; y el arroz, alimento base, ha subido un 200%, siendo que menos de una cuarta parte del arroz consumido es de producción autóctona)
2.-las últimas cuatro tormentas tropicales que entre agosto y septiembre devastaron el territorio y que hacen que el Jefe de Labores Humanitarias de la ONU afirme que Haití se encuentra en uno de los peores desastres, si no el peor, desde hace más de 100 años.
Lo que ya sé
Sé que hay mucha demagogia cuando se afirma que mientras millones de personas andamos preocupadas por cómo bajar de peso, hay otros tantos ocupados en sobrevivir al hambre. Pero aún así, reconozco la parte de cierto que hay en ella; lo objetivo: que la producción de alimentos en el mundo es del doble que sus habitantes. Y lo que escandaliza es que, a pesar de ello, haya 923 millones de hambrientos en ese mismo mundo, según cifras facilitadas por las organizaciones de la Campaña Derecho a la Alimentación.
Sé que la buena voluntad sola no basta. En estos momentos, la situación es tan grave que ni siquiera pueden ir a Haití quienes estarían dispuestos a colaborar en la reconstrucción del país, a causa de la peligrosidad por robos y secuestros. Pero también sé que aun los mejores conocimientos pueden echarse a perder si no van ungidos de esa buena voluntad que hace que sirvan para el bien de quienes están viviendo.
Claro que, en otro orden de cosas, sé que la corrupción política e institucional obstaculiza la intervención de efectivos extranjeros y la limpia distribución de lo donado a través de gobiernos e instituciones. Y que si no se interviene de manera más efectiva en Haití, es porque ésta cumple una función de almacén de droga destinada a países desarrollados.
Como igualmente sé que países occidentales expoliaron Haití de su riqueza natural, motivando, al menos en parte, la situación en que se encuentran. Aunque también sé que no podemos quedarnos siempre en recordar lo que sucedió si de verdad queremos incidir en lo que sucede ahora.
Por último, sé que no necesito conocer a ningún haitiano para que su situación me importe en alguna medida. Ni tener los datos exactos de la hambruna en Haití o en otros lugares del mundo, para saber que eso es injusto; que no tiene por qué seguir siendo porque existen los medios y técnicas para ello; y que el silencio, la ignorancia deliberada, son cómplices del sufrimiento de buena parte del mundo.
Lo que se está haciendo
Las políticas agrarias se han centrado en los últimos tiempos en la rentabilidad comercial en lugar de hacerlo en el derecho a la alimentación. Existen pocos programas dedicados al autoabastecimiento, lo que algunos justifican con que la economía de los países debe lograr el poder adquisitivo necesario para importar lo que necesiten. Claro que si, como ha sucedido, las tormentas devastan el territorio, hacen desaparecer pueblos y carreteras, amén de otras infraestructuras, y convierten los cultivos en lodazales, difícilmente podrá seguir viviendo la población porque no tendrá ninguna fuente de ingresos y seguirá dependiendo de los alimentos importados que no puede pagar.
La ONU ha solicitado 107 millones de dolares a la comunidad internacional para hacer frente a lo más urgente de los próximos 6 meses. Pero hasta el momento, ha sido entregado o prometido sólo el 40% de lo solicitado.
El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) prepara un paquete de 10,2 millones de dólares para acrecentar la producción agrícola, y la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha explicado que unos 240.000 agricultores en Haití recibirán semillas y plantas en los próximos meses como parte de un reciente acuerdo con el gobierno haitiano.
Al menos, Brasil, Argentina y la ciudad de Santiago de la vecina República Dominicana, han enviado sendas ayudas bien en forma de alimentos, bien de contingentes de ayuda humanitaria.
Todo ello es dramáticamente insuficiente para esta hambruna en el corazón de América.
Lo que me hace pensar
Que la justicia sola no llega a hacerse cargo de estos olvidados. El alma de la justicia es el amor; la ley sólo es un instrumento. Amor que se expresa en forma de solidaridad cuando se dirige a quienes no conocemos. Amor que sabe concretarse creativamente haciendo que lo que tiene que ser porque es bueno, sea.
Que deberemos hallar el modo en que los ciudadanos de los países democráticos, ya sea en tanto que individuos, ya sea agrupados en entidades de la sociedad civil, podamos incidir en las políticas reales inmediatas de nuestros gobiernos. Porque estoy convencida de que buena parte de la población se niega, como yo, a que existan en el mundo realidades tan profundamente injustas con la vida, con los existentes y quisiera que desde nuestros estados y tejido social se hiciera algo al respecto.
Que hacer oídos sordos a esta clamorosa —y escandalosa— situación nos indignifica en tanto que seres humanos; del mismo modo que abrir la mirada a su desgracia y dolor nos dignifica y realiza en tanto congéneres suyos, hermanos en la existencia.
A lo que me resisto
A ceder a la constante sensación de que lo que yo puedo hacer —por ejemplo, escribir este artículo que ustedes amablemente están leyendo— no sirve para nada, y que mejor no pierdo el tiempo ni se lo hago perder a ustedes.
Me niego a dejar la vida a la deriva cuando tantas capacidades sumamos entre todos para que pudiera tomar un rumbo que permitiera vivir a todos con dignidad y hasta felicidad.
Epílogo
Recuerdo una reflexión que hace décadas nos regalaba un hombre sabio. Hablando de la relación entre España y Portugal, decía que mientras que España no supiera mirar adecuadamente al país vecino y se preocupara con él también de su desarrollo y bienestar, tampoco Europa miraría con respeto hacia España.
Tal vez sea toda esa América que anda sufriendo en distintos grados, quien tenga que vocear y responder en primera instancia a la situación de estos hermanos suyos, más pobres de entre los pobres, liderando la acción que, por supuesto, también desde los otros continentes tiene que producirse. Así toda América será contemplada y tratada con respeto e igualdad por parte de los otros países y continentes.
Hace unos meses, se estrenaba el film documental “Invisibles”, producido por Javier Bardem y en el que se reunían distintos micro-documentales firmados por sendos directores que sacaban a la luz algunas realidades dramáticas de nuestro mundo. Haití es otro de los “invisibles” de este mundo nuestro opulento que merece ser iluminado con algo de esperanza efectiva y concreta. Aunque, si me permiten, Haití no es, en realidad, nada, mientras que los haitianos lo son todo, porque ellos sí son seres existentes, que palpitan fatigosamente para subsistir en este mundo.
Para quienes hayan llegado hasta aquí, gracias en nombre de aquéllos cuyo único consuelo será, tal vez, que no les hayamos ignorado por completo.