Por Marta Miquel Grau
Colaboradora del Ámbit María Corral
Salamanca, España, octubre 2008
Foto: G. Baumann
Fácilmente habrán leído o al menos escuchado hablar, sobre la ya famosa novela “El niño del pijama de rayas” publicada en febrero del 2007 y que acaba de aparecer en versión cinematográfica. A través de ella, el escritor irlandés John Boyne, nos trasporta a uno de los lugares donde quedaron marcadas las profundas huellas de la Segunda Guerra Mundial, Auschwitz.
Situado en Polonia, a unos 60 kilómetros de Cracovia, desde su apertura en mayo de 1940 hasta finales de enero de 1945, fue un complejo formado por diversos campos de concentración y de extermino en masa de prisioneros, construido por el régimen de la Alemania nazi.
A sus alrededores transcurre la vida de una familia de la cual no desvelaré vivencias y acontecimientos que dejarían entrever demasiado la trama de dicho libro. Pero sí quiero fijar la mirada en unos personajes, que los niños de la novela llaman “los de los pijamas de rayas”. Unas rayas que fueron secuela del mayor conflicto armado de la historia en el que murió alrededor de un 2% de la población. Unas rayas que fueron bandera de sufrimiento, dolor y límite humano.
Eso sucedió hace ya más de medio siglo y la realidad fue muy dramática. Es verdad que lo acontecido hay que tenerlo presente para no volver a caer en los mismos errores y en las mismas desgracias, pero al mismo tiempo, y por el bien de los presentes, hay que evitar alimentar resentimientos. Aquellos que fueron responsables de esos actos ya no existen, y los presentes no podemos hacer nada para remediarlos.
Lo que sí está ahora a nuestro alcance es dar un paso más y aprovechar aquello que el autor plantea en su obra, para pensar en nuestra realidad, la del siglo XXI. De esta forma podremos cuestionarnos sobre cuáles son los “pijamas de rayas actuales” y qué colores o dibujos son los que hoy marcan diferencias entre unos y otros, menguando nuestra libertad y capacidad de amar.
A nivel internacional son muchos los conflictos actuales que mantienen enfrentados a países, o sea a miles de personas, pero estas situaciones a menudo nos quedan lejos. Las conocemos y las vivenciamos en la medida en que los medios de comunicación nos las acercan, pero aun así, la distancia, la impotencia y nuestras propias preocupaciones hacen que a veces nos mantengamos al margen.
Aunque tampoco es necesario ir tan lejos para encontrar estas situaciones. En nuestro mismo país, ciudad o barrio existen personas a las que sin motivo vestimos con el pijama de la indiferencia, de la exclusión, del rencor. ¿O es que nacer en un lugar u otro, pensar en marrón o en naranja, o tener unas creencias u otras tiene que ser fuente de discriminación?
Detrás de cada turbante, corbata o uniforme existe un ser humano. Alguien que vive, o intenta vivir, pensar y sentir según una cultura, unas costumbres y, lo que es más importante, según su conciencia. Si somos capaces de transformar esos vestidos en transparencias y mirar lo que hay en el fondo del corazón del otro quizá habremos puesto un grano de arena no reviviendo el pasado –lo cual, repito, no tiene ningún sentido- sino construyendo un futuro sobre cimientos más profundos y duraderos.