Por Remedios Ortiz Jurado
Médico.Colaboradora del Ámbito María Corral.
Madrid, España, enero de 2009
Foto: Mushon
Para muchos es bien popular el rostro del cantante del pop Michael Jackson, de origen afroamericano. No son tantos los que recuerdan a aquel niño de pelo rizado y ancha nariz, que gozaba de una voz prodigiosa cantando con sus hermanos en la década de los setenta.
¡Qué espectacular ha sido el cambio en su rostro a lo largo de los años! Y no tanto por los cambios de la edad sino por las múltiples intervenciones de cirugía estética a las que se ha sometido. Ha cambiado su piel, el pliegue de sus ojos, los pómulos y su nariz ha quedado reducida a un apéndice ridículo. Y todo ello, al parecer, por no aceptar sus rasgos raciales.
Esto sirve de ejemplo, quizá exagerado, para señalar cómo muchas personas, de modo no tan extremo como en el caso de Jackson, rechazan su imagen corporal porque no se ajusta a los patrones de belleza del momento y, por tanto, se someten reiteradamente a intervenciones de cirugía estética.
En estos casos, más que de un problema estético, se trata de un trastorno psiquiátrico llamado técnicamente dismorfofobia o trastorno dismórfico corporal. Las personas que padecen este problema tienen una imagen distorsionada de su propio cuerpo, son críticas con su físico aún sin tener un defecto o deformación que lo justifique, evitan el contacto social por miedo a ser rechazados, evitan mirarse al espejo o se miran excesivamente no encontrándose nunca bien. La obsesión por una imagen perfecta los convierte en esclavos de la cirugía estética.
Las mujeres suelen obsesionarse sobre todo por la cara (arrugas, cicatrices, manchas, vello, labios, nariz), el pelo y el pecho, mientras que los varones se preocupan por los genitales.
Este trastorno suele tener una incidencia estimada entre el 0,5% y el 0,7% de la población general. Se inicia en la adolescencia y disminuye con la edad, aunque en ocasiones se hace crónico. Los adolescentes, influenciados por los medios de comunicación y los cánones de belleza actuales, comienzan a percibir de forma errónea o exagerada algunos rasgos de su cuerpo
Esta obsesión repercute en sus relaciones cotidianas, tanto familiares y laborales como sociales, encerrándose en sí mismos y en su problema. En el perfil de estas personas se detectan rasgos de inseguridad, sensibilidad exagerada, obsesiones, ansiedad, suelen ser narcisistas e hipocondríacas.
El tratamiento para estos pacientes se fundamenta principalmente en terapia cognitiva de comportamientos que les haga comprender los factores que provocan su trastorno; también los grupos de apoyo constituyen una valiosa ayuda. Respecto a la terapia farmacológica con inhibidores de la recaptación de la serotonina, es discutible su utilidad, aunque también es cierto que este tipo de fármacos ayuda a mejorar el estrés y la depresión provocada por la imagen que se tiene del cuerpo.
En las clínicas de estética es fundamental identificar este trastorno en aquellos pacientes que acuden con frecuencia pidiendo nuevas cirugías, que en ningún momento les satisfacen ni logran el bienestar que desean. Cuando se sospecha este tipo de problema se hace imprescindible derivarles a una consulta psiquiátrica o psicológica donde puedan ser tratados.
Tanto en estas consultas médicas como en la gran variedad de medios de divulgación dedicados a temas de belleza, se debería aprovechar para educar y sensibilizar a la opinión pública en la aceptación gozosa de aquellos rasgos que conforman la propia fisonomía, aunque no siempre se ajusten a los cánones de belleza del momento.
Valorar sólo el aspecto físico es quedarse en una actitud materialista, impidiendo el desarrollo global de la persona que abarca todos los aspectos del ser que es y que será cuando pasen los años.
Una buena terapia para aquellas personas aprisionadas por su imagen consistiría en acompañarlas a salir de esa esclavitud de lo físico e invitarlas a contemplar la belleza de su existencia de un modo gozoso, ayudarles a sentir la belleza de existir pudiendo no haber existido nunca. Hacerles comprender que son exactamente como son o no existirían, pues si en algo hubieran sido diferentes a como realmente son, no serían ellas sino otras personas.
Entender esto favorecerá el desarrollo de personas globalmente armónicas que dejarán traslucir la auténtica belleza que brota de sentirse bien tal como se es.