Por Leticia Soberón Mainero
Doctora en Comunicación Social
Roma, abril 2009
Foto: Swansea
La comunicación contemporánea tiene, en numerosos países, nuevas e indudables ventajas de rapidez, facilidad de acceso y mayor participación de los usuarios. La llamada “cultura digital” que resulta de los medios electrónicos es un fenómeno nuevo en la historia, del cual apenas estamos vislumbrando sus consecuencias culturales. Por eso se reclama por una mayor justicia en la posibilidad de acceder a la infraestructura y los medios que permiten ese diálogo social del que aún hay millones y millones de excluidos.
Quizá porque estamos estrenando etapa histórica, el uso de estos medios está siendo explorado de maneras espontáneas, muy variadas y no siempre armónicas para la vida social. Por ejemplo, ha caído la frontera entre lo público y lo privado. Hoy vivimos en una especie de “casa de cristal” en la que las barreras que protegían la intimidad personal se han resquebrajado, a la vez que parece difuminarse la profesionalidad en la información. Cualquier usuario de un teléfono móvil o publicador de un blog puede ser también fuente de noticias, anécdotas y rumores que se difunden en segundos por la aldea global. No sólo personajes famosos o políticos, sino cualquier persona puede encontar su imagen o sus palabras esparcidas y repetidas en diversos medios, sujetas a las interpretaciones más variadas y contradictorias, y además con escasas posibilidades de hacer reversible el proceso. Tanto si se trata de datos personales como institucionales, de información especializada o material de difusión masiva, la “mediósfera” parece ávida de contenidos, y sin tiempo para la verificación, el análisis y la ponderación. Cierto que un clima comunicacional de libertades es loable porque sustenta las democracias y favorece el equilibrio de poderes en la sociedad, pero tiene que prevenirse para no caer en una saturación de datos cazados al vuelo, chismes intrascendentes, emociones encontradas y verdades de brocha gorda, con los naturales contraataques por parte de los afectados.
¿Es una temeridad soñar que maduremos socialmente hacia una mayor conciencia sobre la importancia de la comunicación, su veracidad y su contexto? No se trata de recurrir a la censura ni limitar la libertad de expresión. Los códigos éticos de la comunicación habrán de ser patrimonio de todos los usuarios, pues crece la conciencia social de que los diversos ámbitos de la información y la comunicación requieren, para su correcta comprensión, al menos el contexto y los matices necesarios. Unos contenidos transmitidos sin el marco adecuado, pueden ser entendidos de manera distorsionada y hasta opuesta al que les dio origen. La excesiva simplificación que proviene de la prisa, termina por mermar la calidad de la comunicación y transformarla en ruido.
Sobre todo en el campo interpersonal, hay aspectos de la vida que requieren, para ser comunicados y comprendidos, un clima de confianza y respeto. Se necesita realizar un tramo del camino junto con el otro para que se cree el vínculo que permite el conocimiento mutuo y la confidencia. Cuando una persona revela algo de sí misma, debe sentir por parte del otro sincera aceptación, respeto y comprensión. Si así no fuera, su mensaje corre el riesgo de ser interpretado en la clave equivocada o hasta sufrir manipulaciones por parte del interlocutor. Hay verdades que, para ser comprendidas en profundidad, requieren por parte de quien escucha un paso interior de adhesión, de afecto al menos incipiente, que permite acoger el don que el otro hace revelando su identidad. ¡Y qué tesoro es la confidencia de otra persona! Se crea un espacio común y un vínculo amistoso, fuente de alegría para ambas personas.
Estas formas de confidencia se dan no sólo en la relación interpersonal directa, sino también -y a veces con mayor facilidad- a través de los medios electrónicos. Ya la generación anterior había experimentado la cercanía de familiares o amigos a través del teléfono. Internet, los móviles, las redes sociales, pueden acercar, y mucho, a personas físicamente distantes. Pero una condición de la auténtica amistad en cualquier terreno es la de no comprometer al amigo, exponiendo sus confidencias al dominio público, dejándolo al descubierto e indefenso ante personas que no sienten por él el afecto que les haría comprensible la información.
El camino de maduración en la comunicación digital está apenas iniciando. Pero esta vez no sólo puede ser individual, sino que tendrá que ser en red.