Por Caterine Galaz V.
Doctora en Filosofía de la Educación
Barcelona, España, noviembre 2009
Foto: Kibonaut
En los últimos años hemos visto cómo los medios de comunicación se han hecho eco de las suspicacias o temores de algunos sectores sociales ante el aumento de los movimientos trasnacionales de población. “Quiénes son”, “qué hacen”, “a qué vienen” son las preguntas que se plantean y que luego responden a través de diversos mensajes con los que, muchas veces, contribuyen a consolidar un imaginario de “diferencia radical” entre las personas que residen en un mismo territorio y que tienen orígenes diversos.
En general, los medios de comunicación tienen un importante papel en la construcción de las imágenes colectivas sobre cualquier tema. La idea de la “alteridad” a través de los medios de comunicación refuerza –junto a otros discursos– las actitudes que la sociedad adopta sobre las personas extranjeras, por tanto tienen una gran responsabilidad en la consolidación de estereotipos y prejuicios sobre lo “diferente”.
Teun Van Dijck en su libro “Racismo y análisis crítico de los medios” (1997) señala que la mayor parte de nuestro conocimiento social y político, así como también muchas de nuestras creencias emanan de una serie de informaciones que leemos, vemos y escuchamos a diario en los medios de comunicación. Estas imágenes refuerzan un discurso que crea valores, configura actitudes, juicios y comportamientos sobre esa alteridad. En este sentido, los medios de comunicación funcionan como un circuito de poder en cuanto son difusores de creencias y permiten consolidar ideas, muchas veces, generando categorías fijas y cerradas, homogenizando a los grupos culturales o a ciertas personas a partir de su procedencia nacional. Con frecuencia estos mensajes ofrecen una idea del “otro” (extranjero, inmigrante, de afuera, etc.) como alguien que habita en los límites o en la marginalidad (de la ciudad, de la ley, de las instituciones, del tejido social, etc.), por tanto, fuera de lo que consideramos “normal” o legítimo.
Interpelados ante una diferencia radical entre “ellos” (los inmigrantes) y “nosotros” (los autóctonos), podemos incluso solidarizar temporalmente con las situaciones sociales de las personas que han migrado, pero también podemos olvidarnos rápidamente de ellas –simplemente– cambiando de canal. Hoy podemos lamentar la muerte de quienes perecen en el mar mientras intentan llegar a la costa europea en una patera y mañana sentirnos amenazados o “invadidos” ante la noticia de varias pateras acercándose a la playa. Existe una cierta amnesia mediática provocada, sobre todo, por la “sociedad de la inmediatez” (Bauman, 1999) en que vivimos, que además tiene una escasa tolerancia al dolor y es profundamente hedonista. Por esta razón, ante cualquier hecho o persona que cuestione o nos saque de esa comodidad, rápidamente reaccionamos para omitirla u olvidarla.
Quien tiene la sartén por el mango?
El poder de los medios de comunicación no sólo se evidencia por la gran cantidad de información que pueden poner a nuestra disposición, sino porque además detentan los códigos para dar “sentido” a esa información. En otras palabras, los medios “construyen” la realidad y nos enseñan a leerla desde un determinado punto de vista (el suyo, por supuesto).
El sociólogo Alberto Melucci (2001) destaca que el control de lo que se dice y es aceptado como “verdad” en los medios no está distribuido de forma equitativa, pues quedan al margen importantes sectores sociales. Sólo unas pocas empresas y medios de comunicación pueden informar a nivel global y lo hacen siempre desde sus propios intereses (políticos, económicos, religiosos, etc.). Paralelamente muchas otras perspectivas quedan excluidas de los medios de comunicación, porque no tienen los recursos –materiales, sociales y políticos– para hacerse visibles.
Lo que hoy se presenta como “verdad” en los medios de comunicación sobre las personas o colectivos inmigrados no tiene en cuenta la opinión de esas mismas personas, sino que se habla “en nombre de” ellas o bien se les “da voz” para presentarlas como algo “exótico” y a veces –lamentablemente– para demonizarles. Cabe preguntarse, entonces, ¿es posible que los medios de comunicación actuales dejen de hablar del “otro cultural” (las personas inmigradas) como alguien con quien es imposible el diálogo y, por el contrario, se comprometan a crear mensajes respetuosos de la diversidad cultural?
Camino alternativo
Para responder positivamente a esta pregunta hace falta promover discursos que reconozcan al “otro” como “legítimo” y consideren la diversidad de procedencia como un ingrediente más de la comunidad soñada.
En la actualidad, lamentablemente los medios de comunicación contribuyen a la consideración del otro como “i-legítimo”, como “el invitado de piedra”, como “el no esperado”. Tienen “escasa capacidad de hospitalidad”, diría el filósofo Jacques Derrida (2000).
¿De qué manera, los medios de comunicación pueden ser agentes de cambio en esta relación de diferencia radical entre “ellos” y “nosotros”? ¿Cómo promover discursos sociales e imágenes que nos muevan a un encuentro positivo?
La historiadora Mary Nash señala que las representaciones culturales que transmiten los medios de comunicación no son fijas, sino dinámicas, históricas y mutables, por tanto, cambian y pueden re-elaborarse. Afortunadamente algunos medios de comunicación (unos pocos masivos y muchos alternativos) comienzan a ir a contracorriente. También comienza a verse al “otro cultural” como un vecino o ciudadano más. Si bien esta perspectiva es minoritaria, comienza a hacerse presente en los medios. Aparece un principio de igualdad, pero a la vez de reconocimiento de las diferencias puntuales.
Estas nuevas dinámicas sociales pueden movilizar a acciones de resistencia de diversos sectores incluso de otros medios de comunicación, a plantear una visión alternativa sobre la alteridad y la diferencia, dando posibilidad a la auto-representación de esos “otros culturales”, así como también a cuestionar la propia identidad social como algo estático.
En vez de caminar mediáticamente hacia la enunciación de identidades cerradas se trata de hacerlo en sentido inverso: hablar de la pluralidad de opciones de las personas, de la constatación de las diferencias y también de las similitudes, evitando así que nos estanquemos en ideas universalistas sobre la globalidad de la experiencia humana.