Por Josep M. Forcada
Médico
Barcelona, octubre 2009
Foto: Ed Yourdon
¿Soy enfermo o estoy enfermo? El primer término va a la esencia de la enfermedad qué indica una manera de ser, una forma estable de vida. El segundo se refiere a una realidad transitoria, se trata de un hecho accidental. En la realidad cotidiana, la mayoría de personas decimos que están enfermas, ya que en el hecho de ser enfermo se acostumbra a poner el acento en una clase de pesimismo perenne, marcado por la irreversibilidad del agente causante de la enfermedad y que evidentemente invade el terreno de la felicidad y de la normalidad en la vida.
Hay muchas enfermedades crónicas que presentan este sello, pero a la larga se puede convivir fácilmente. A partir de la aceptación, de la lucha por curarse, esta persona enferma acostumbra a entender su manera de existir con dignidad. A veces manteniendo una educada discreción, otras invitando los otras a entender su padecimiento y otras, haciéndolos participar provocando compasión, lástima o rechazo.
Aquel que es enfermo a menudo debe tener presente el sentido social que le crea: atenciones para no contagiar, necesidad de ayuda, complementariedad asociándose con otros enfermos, etc., para poder convivir permanentemente con unos límites concretos. Quién es enfermo crea en su entorno un ambiente de enfermedad –involuntariamente: el miedo a las corrientes de aire, al frío, al sol, al polvo, a los microbios, etc., que hace que los demás se le tengan que acercar habitualmente con una cierta precaución. La enfermedad crónica acostumbra a reducir las posibilidades de hacer una vida social normal. Los horizontes se limitan, así como las costumbres, las relaciones familiares, los ambientes sociales, de manera que frecuentemente se reducen los lazos con el mundo exterior.
Hay también formas de ser enfermo que es lo primero que te hacen saber: soy alérgico, diabético, etc., pero en nuestra cultura, a causa de un cierto pudor, no se acostumbran a declarar otras muchas enfermedades: sida, tuberculosis, cáncer, esquizofrenias, etc. En todo esto quizás hay un elemento que falla: el concepto de persona. Parece que para ser una persona sana se debe ser un superman y si no es así a uno le parece que le falta todo. Aunque uno sea o esté enfermo, no debe faltar nada a la propia personalidad, en medio de un mundo bien concreto y no otro. Tendríamos que entender claramente que la enfermedad no añade nada a la esencia de la persona tanto si se está temporalmente enfermo o de por vida.
Quien está enfermo sabe que en poco tiempo su situación quizás cambiará y volverá a ser el de antes. Sus temores no llegan nunca a un límite amargo. Hay siempre una próxima luz. Se cree que es una pesadilla, pero pasajera. Cuántas veces este estar enfermo es espectacular y terrible, pero en el fondo es como un incendio que pasa.
Es cierto que el estado de la enfermedad, larga o corta, puede alterar la esperanza e incluso el humor, la paz y la serenidad, el equilibrio, pero, a pesar de todo, es tan humana la enfermedad que hoy le tendríamos que hacer un simbólico monumento. Al pie haría falta recordar: «A la hermana enfermedad», y debajo: «siempre próxima». ¡Es tan necesario entenderla!