Por Mónica Moyano
Colaboradora del Ámbito María Corral
Barcelona, octubre 2009
Foto: Abhi
Muchas son las películas con la venganza como tema de fondo. Parece ser un tema atractivo e incluso romántico y llena a los espectadores de un deseo adrenalínico de salir a impartir la justicia por su cuenta, vengándose de todo y de todos. Si quitamos la irrealidad que conlleva la ficción y analizamos la venganza en el campo de la vida cotidiana, veremos que no sale a cuenta.
Un ejemplo que nos ayudará a entenderlo: un niño estropea a otro niño la hoja del cuaderno en el que están los deberes que hoy tiene que entregar sin falta a la profesora. Es tan grande la impotencia que siente que no puede ni reaccionar. Cuando vuelve a casa empieza a pensar en cómo vengarse, pues la venganza es lo único que –cree– le resarcirá de la herida que ha sufrido. En vez de hacer los deberes que la profesora le ha pedido que repita, se dedica a pensar en un plan para que su compañero pague con creces –¿cuánto vale?– por lo que ha hecho. Al día siguiente ya tiene un plan perfecto: le quitará el cuaderno del curso entero y lo destrozará. En clase no está atento, sólo observa a su compañero, a ver cuándo se despista. El momento llega y actúa: coge el cuaderno del compañero y lo destroza. La profesora vuelve a pedir los deberes y él no los puede presentar, pues había pasado la tarde entera pensando en la venganza. Además su compañero le ha dicho a la profesora que no tiene el cuaderno porque su compañero se lo ha destrozado. La escuela convoca a sus padres para una reunión urgente y resulta expulsado dos días. ¡Cuánto tiempo perdido!
Este ejemplo llevado a la edad adulta a veces implica caminos sin retorno, tiempo perdido que no volverá. ¿Qué alternativas hay a la venganza? ¿Cómo superar ese resquemor que crece en el corazón cuando alguien nos hiere? Perdonar es lo ideal, aunque nadie nos haya educado para ello. Bastante penoso es ir a ver los partidos de fútbol en los que los padres alientan a sus hijos a machacar al adversario que les ha quitado el balón, insultos incluidos. En la escuela no se enseña la ley del Talión directamente pero la ausencia de una pedagogía del perdón indica que ese vacío lo llenará la venganza fácilmente. Y la venganza siempre excede la afrenta sufrida.
Perdonar es entendido como signo de debilidad. Quizá en este punto nos equivocamos. Se necesita mucho valor para perdonar con lo que eso significa de empezar de nuevo, de hacer de quien nos ha herido una persona a la que se le abre una puerta para ser amado. La venganza nos cuesta mucho tiempo y esfuerzo, y lo peor de todo, no nos sacia. En una sociedad como la nuestra, que busca lo práctico, ¿por qué existe aún la venganza, con lo poco práctica que resulta?