Por Leticia Soberón Mainero
Doctora en Ciencies Sociales
Roma, abril 2010
Foto: E. Yourdon
En la plaza de encuentro que son las redes sociales en Internet, se han ido configurando unos hábitos, unos modos de interacción y de comportamiento que reproducen, más o menos, los que se dan en las relaciones presenciales. Las normas de etiqueta se establecen de acuerdo con modas, franjas de edad y cultura; se comparten fotos, videos, recuerdos, eventos, ideas, reflexiones. Se crean grupos por afinidades e intereses comunes, se convive y se dialoga, se compra y se vende, se lucha y se discute; también se insulta. Aún en ausencia de interacción física, el afecto y las emociones están muy presentes en esas redes, sobre todo en la simbología de los iconos emotivos, cada vez más variados, y a través de la música, una gran protagonista de la emoción. Se viven formas de presencia que pueden llegar a ser más envolventes que la suscitada por las personas físicamente presentes junto al internauta. Esas “amistades digitales” pueden ser muy atractivas y mucho menos exigentes que las presenciales.
Las relaciones a distancia o virtuales podrían clasificarse en dos grandes grupos: las que se dan entre personas que ya se conocen físicamente pero que se comunican o reencuentran a través de las redes sociales, y las amistades nuevas, gente que no se conoce y que se contacta a través de esas redes. En este último caso, tras un período de interacción virtual, suele ser fuerte la tendencia al encuentro presencial; de hecho cada vez más parejas se han “conocido” por Internet. Por ello la defensa de los menores debe ser prioritaria: hay personas malintencionadas que los buscan y pueden llegar a encontrarlos.
Este “conocimiento” virtual está sujeto, obviamente, a todos los límites de una relación mediada por la tecnología. Por eso no se puede pecar de ingenuidad. Y para muchos, los riesgos forman parte del atractivo de ese tipo de amistad. Puede ser muy interesante adentrarse en los mundos personales de otros, aún a sabiendas de que pueden tener algo o mucho de fantasía. El anonimato de Internet da amplio campo a expresiones que no se dan tan fácilmente en la interacción presencial. No hay más que leer algunos de los comentarios que las personas hacen a las noticias de los periódicos o blogs, a veces descarnadamente sinceros, y hasta con agresividad o desdén, bajo la protección de nicknames o apodos.
Todo ello, sin embargo, no tiene por qué llevar al temor o al rechazo de esas nuevas ágoras. Es posible participar en las redes sociales y establecer o reforzar auténticas relaciones humanas, sólo que con ciertas condiciones. Son bastante cercanas a las que rigen cualquier auténtica amistad presencial, pero en el mundo digital adquieren mayor relevancia. Se escriben en negativo porque se expresa mejor lo que quieren decir, pero ciertamente tienen una contraparte positiva de gran alcance.
1. No forzar. No podemos inundar a los demás con solicitudes de amistad, mensajes o cadenas si no desean ser contactados. Una solicitud basta, y si el (la) otro (a) no lo desea, dejémoslo tranquilo (a). La amistad verdadera, o es libre, o no es amistad.
2. No engañar. La simulación de un perfil o personalidad puede vivirse como un juego divertido, pero nunca conducirá a una auténtica relación, ni siquiera en el mundo virtual. En el fondo de todo corazón humano está el deseo de ser aceptado realmente como es, por lo cual engañar conducirá tarde o temprano a un callejón sin salida.
3. No comprometer. Exponer en público fotos, mensajes o contenidos que pertenecen a la intimidad de un(a) amigo(a) es una de las formas más dolorosas de agresión hacia alguien con quien se tenían lazos de confianza. Poner en evidencia las confidencias de otro, degrada más a quien las publica que a quien las sufre. Y ambos pierden.
4. No ser egoístas. Estar en contacto con otros únicamente para verse gratificados, es una forma de egoísmo. En la amistad, también en la digital, compartir es mejor que sólo tomar: da más alegría y crea vínculos estables.
5. No instrumentalizar. Las personas que establecen relaciones con los demás como escalones para alcanzar sus propias metas, hacen a sus conocidos sentirse usados, instrumentalizados, incluso aunque intenten hacerlo con disimulo. Se les nota, y al final se quedan solos
6. No cazar ni dejarse cazar. Existen, también en las redes sociales y en Internet, los dinamismos humanos de la posesión del otro. Y correlativamente, hay personas tendientes a dejarse encerrar en relaciones de dominio, denigrantes y que no conducen a la felicidad. En las redes sociales conservemos siempre la propia dignidad y libertad, y respetemos las de los otro.
7. Dar y recibir compañía y afecto. Las redes sociales pueden ser realmente, y lo son para mucha gente, espacios para el crecimiento personal, la compañía y el diálogo, la información compartida, el encuentro, la solidaridad. Si se da y se recibe tiempo, compañía y afecto, seguro que ello es factor de crecimiento y mayor plenitud.
Para millones de individuos la vida transcurre entre lo presencial y lo virtual (¡ambos espacios son reales!). El respeto de sí mismos y de los demás debe atravesar ambos mundos, para unificarlos y hacerlos verdaderamente humanizadores.