Per Rodrigo Prieto
Doctor en Psicología Social
Barcelona, marzo 2010
Foto: S. Amrit
Si dos personas se dan un euro una a la otra, al final cada una tendrá un euro, pero si se dan una idea, al final cada una tendrá al menos dos ideas.
Esta sentencia popular expresa sencilla y claramente uno de los fundamentos de la “inteligencia conectiva” promulgada en 1997 por Derrick de Kerckhove, sociólogo y Director del Programa McLuhan en Cultura y Tecnología de la Universidad de Toronto (Canadá), considerado el gran teórico de la comunicación del siglo XXI.
A través de este concepto Kerckhove actualizó la Teoría de las Inteligencias Colectivas de P. Levy para adaptarla al contexto tecnológico de las redes, centrándose en el encuentro sinérgico de los sujetos para la consecución de un objetivo. Tal conectividad refuerza y simultáneamente se opone a la idea de colectividad propuesta por Levy, al destacar las potencialidades de los elementos de la red (http://es.wikipedia.org/wiki/Derrick_de_Kerckhove).
En la práctica, la inteligencia conectiva se traduce en el hecho de que un grupo de personas pensando y discutiendo sobre un mismo tema, pueden alcanzar un nivel más alto de profundidad y obtener “un conocimiento superior al que cualquier persona alcanzaría si estuviese sola, tal como señala Ana Viseu (http://www.yorku.ca/aviseu/espa_ponenciaIC_content.html).
En su ponencia “Inteligencia Conectiva: Su Origen, Desarrollo y Experimentos”, Visau describe diferentes experimentos (workshops) que demuestran esta afirmación en grupos de personas de diferentes edades y niveles de conocimiento y a través de los cuales concluye que cuánto más diversidad exista en un grupo o colectivo que se propone abordar un tema, problema o desafío, mayor es su potencial creativo.
Parafraseando a Jöel de Rosnay, esta autora afirma que esta manera de entender la construcción del conocimiento supone la transformación de nuestra vieja lógica de exclusión, en una lógica de complementariedad (ídem) más acorde con los tiempos.
Quienes defienden este paradigma sostienen que cualquier actividad “creativa” -habitualmente entendida como individual- requiere de un trabajo colaborativo. De este modo, escritores, pintores, diseñadores, arquitectos, etc. han necesitado en algún momento de su trayectoria de talleres formativos o de creatividad. Además, afirman, si bien en algunas artes o disciplinas científicas la creatividad parece ser un proceso individual, las ideas son muy probablemente una síntesis de diferentes ideas desarrolladas con anterioridad por múltiples personas.
Por este motivo aseguran también que en la actualidad prácticamente todo ya ha sido dicho o creado, por tanto la creatividad no se halla en crear cosas o ideas que no existan, sino en encontrar combinaciones inusitadas, originales, sorprendentes de otras ideas, materiales o elementos.
En un artículo anterior comentábamos cómo muchas empresas se están apropiando de este paradigma y han comenzado a incorporarlo en sus modelos de gestión, ya que han comprobado que puede traerles importantes beneficios económicos (https://ambitmariacorral.org/castella/?q=node/839).
Pero este nuevo enfoque no sólo es cuestión de expertos o empresarios, sino que ya es una realidad en diferentes entornos e iniciativas. Un importante ejemplo de ello es el movimiento Open Source (Código Abierto) que se basa en el trabajo conjunto de múltiples personas para crear y perfeccionar programas informáticos que respondan a sus necesidades, los cuales luego ponen a disposición de cualquier usuario de manera gratuita, como es, por ejemplo, el caso del navegador de internet FireFox: http://www.mozilla-europe.org/es/firefox/
Conscientes de sus potencialidades, los profesionales de la pedagogía también se han sumado al paradigma de la creatividad colectiva, incorporando cada vez más en los programas educativos metodologías participativas, dialogantes, que favorezcan el trabajo en equipo, el intercambio de ideas, la capacidad de sistematización, el debate, el establecimiento de consensos y la toma colectiva de decisiones. De este modo, cada vez pierden más terreno las largas y solitarias horas de estudio frente a un escritorio, para dar paso a trabajos grupales donde los y las estudiantes deben –además de manejar conocimientos- ponerlos en discusión.
De esta manera, los docentes pretenden formar personas capacitadas para desenvolverse en sociedades cada vez más complejas e interconectadas.
Reconocer las enormes potencialidades del trabajo colectivo es –actualmente- un requisito básico no sólo en un sentido material o centrado en la productividad, sino también en el reconocimiento de la interdependencia de todos los seres humanos, de las propias limitaciones y capacidades… en definitiva, de que nos necesitamos unos a otros para vivir mejor.