Por Rodrigo Prieto
Master en Psicología Social
Barcelona, España, enero 2010
Foto: V. Musi-White House
La política es un espectáculo. No siempre ni toda ella, pero en gran parte, en la era de los medios de comunicación masiva, las actuaciones de los políticos están tan estudiadas como los estrenos de las mejores obras que nutren la agenda teatral cada semana. La diferencia está en que estas últimas están hechas para divertir y las primeras –supuestamente– para lograr el bien común, sea cual sea la idea que se tenga de él.
La sabiduría popular afirma que “una imagen vale más que mil palabras”, pero en las sociedades actuales estamos bombardeados por tantas imágenes, que para que éstas logren los efectos que pretenden deben ser suficientemente llamativas y convincentes. Quienes se dedican hoy a la política lo saben y “actúan” (nunca mejor dicho) en consecuencia. De este modo, las secciones políticas de los medios de comunicación abundan en significativas “representaciones” a través de los cuales sus protagonistas pretenden dar numerosos mensajes a la ciudadanía: manos que se estrechan, efusivos abrazos, frases con gancho, caminatas silenciosas y miradas directas, entre otras tantas “escenas” –en ocasiones– dignas de algún premio de la academia.
De atrezzos, guiones y vestuario
Para lograr esos resultados hoy por hoy quienes se dedican a la política no sólo deben perder el miedo a las cámaras, sino incluso sentirse cómodos frente a ellas para luego poder “escenificar” sus roles con la fuerza e intencionalidad que requieren en cada momento. Así, por ejemplo, deben aprenden a hablar sin titubear, a poner énfasis en las palabras claves, a mirar a la cámara de frente, a evitar tics o movimientos nerviosos, a hacer gestos amigables o enfáticos e incluso a decir frases cortas y con gancho que luego serán titular en todos los telediarios. Para ello recurren a la asesoría de periodistas y comunicadores sociales que les enseñan los trucos de la comunicación persuasiva en general y de la audiovisual en particular.
Sin duda un elemento clave del teatro de la política es el “guión”, es decir, lo que se afirma públicamente para dar a conocer las propias ideas y acciones. Estos mensajes pueden tener diferentes rasgos dependiendo de la situación, sin embargo, un elemento común que los caracteriza es el imperativo de ser claros y cautivantes. A veces también se les exige “corrección política” (es decir, que no sean ofensivos para ningún colectivo) y otras, justamente la incorrección es la clave para llamar la atención. En tiempos de campaña el guión puede ser determinante en los resultados ya que indica o sugiere “la promesa” que representa un determinado candidato. Un ejemplo ya paradigmático de ello es el “yes, we can” con el que Barak Obama cautivó a los votantes de Estados Unidos y llegó a convertirse en el primer presidente negro de esa nación.
Pero no sólo de palabras viven los políticos, también de su imagen personal. En los últimos años, la “moda” en estos territorios está marcada por la informalidad: camisas arremangadas, polos de colores, pantalones más informales y por supuesto nada de corbatas. La premisa es transmitir una imagen de “naturalidad”, relajo, cercanía, todo lo que pueda ayudar a que la ciudadanía sienta que sus representantes son “ciudadanos de a pie” –formados e informados– pero cercanos. Los asesores de imagen son los encargados de orientar en estas lides a los políticos: ¿traje o americana?, ¿azul o negro?, ¿talones o zapato plano?, ¿gomina o cera?, ¿sonrisa o seriedad?, son sólo algunas de las preguntas a las que deben responder.
La puesta en escena
Desde su invención a finales de los años 60 hasta hoy, la televisión ha producido cientos de imágenes memorables protagonizadas por políticos de todos los partidos a lo largo y ancho del planeta. Algunas de ellas fueron fruto del azar, pero una gran mayoría fueron más bien resultado de estudiadas estrategias de comunicación.
El 13 de septiembre de 1993 los jardines de la Casa Blanca fueron el escenario de uno de los estrechamientos de manos más difundidos de la historia: el del entonces primer ministro de Israel, Isaac Rabin y el presidente de la Organización para la Liberación Palestina (OLP), Yaser Arafat, para sellar un acuerdo que había sido largamente trabajado por ambas partes con la mediación del gobierno Noruego y que fue finalmente firmado en Estados Unidos, con el beneplácito de su entonces presidente, Bill Clinton. La imagen que dio la vuelta al mundo muestra el momento exacto en que ambos líderes se dan la mano bajo un sol radiante y delante del líder norteamericano que extiende mesiánicamente sus brazos (http://www.access.gpo.gov/nara/pubpaps/1993portv2.html).
Independientemente de la evolución posterior de ese conflicto, la escenificación del momento en que se dio a conocer ese acuerdo al mundo tiene una enorme carga simbólica, tanto por la historia bélica entre ambos países (una guerra de décadas), como por la importancia de quienes lo protagonizaron (las máximas autoridades de las partes enfrentadas) y el escenario en que se produjo ese encuentro (la Casa Blanca, como “garante de la paz”).
Mucho más reciente y de menor trascendencia, aunque no menos importante a nivel local fue el lanzamiento de la campaña de vacunación contra la Gripe A realizado por la Consellera de Salut de Catalunya, Marina Geli, a mediados de noviembre pasado. Como es sabido alrededor de la mencionada gripe y su vacuna surgieron diferentes versiones que cuestionan su eficacia e incluso que hablan de graves efectos secundarios, así como de una compleja trama de intereses económicos que estaría en el origen de la “epidemia”. Con el propósito de acallar dichas suspicacias la Conselleria de Salut diseñó una “escenificación” en que su máxima autoridad daba el ejemplo vacunándose en un Centro de Atención Primaria (CAP) (http://www20.gencat.cat/portal/site/SalaPremsa/menuitem…RCRD).
Como estas, son muchas las “escenas” que frecuentemente difunden los medios de comunicación, pero verdaderamente ¿consiguen los efectos que pretenden?, ¿tienen credibilidad ante la ciudadanía?
La credibilidad
La fuerza y eficacia de estas “performances” no radica sólo en un buen diseño y planificación, sino también –en gran medida– en la credibilidad de sus protagonistas. Y para que un político tenga credibilidad es necesario que haya coherencia entre sus representaciones mediáticas y sus acciones concretas, las leyes que crea o apoya, los proyectos a los que se suma, los valores que vive en su vida cotidiana. Lamentablemente en los últimos años los políticos están bastante desprestigiados justamente porque se sabe que muchas de sus apariciones públicas no son más que “actuaciones” con fines electorales, salvo algunas honrosas excepciones (que las hay, por suerte).
En nuestras democracias representativas actuales la labor de los políticos es una tarea indispensable y fundamental para la construcción de sociedades cada vez más justas y solidarias. Son ellos los que, oyendo las demandas de sus electores, deben poner sobre la mesa los temas que preocupan a la ciudadanía, participar activa e informadamente en los debates, estudiar y proponer alternativas de solución a las problemáticas sociales, dibujar futuros cautivadores y realistas. Si los medios de comunicación son el ágora que les permite ejercer su labor, más vale que sepan utilizarlos, aunque sin perder por ello su sinceridad, transparencia y compromiso real con quienes les han delegado el poder de gobernar. Sólo así el teatro de la política dará paso a una política realista, transparente y orientada al bien de todas las personas.