Por Raúl Segòvia
Profesor de Filosofía
Girona, España, marzo 2010
Foto: Simonbooth
“Saber escuchar” es uno de los principios más importantes y difíciles dentro del proceso comunicativo. Los malos entendidos, conflictos y malestares que sufrimos en la vida cotidiana se deben, en gran parte, a que no sabemos escuchar a los demás.
Cuando alguien expresa o comunica algo, rápidamente creemos comprender el mensaje y no tardamos en dar nuestra opinión, además de presumir que ofrecemos una respuesta adecuada. Sin embargo, no siempre comprendemos correctamente lo que la otra persona quiere decir. Creemos que la escucha es automática, pero nos equivocamos. Saber escuchar y entender el mensaje del otro en ocasiones resulta difícil y no siempre somos conscientes de ello.
La palabra es la herramienta o medio “oficial” por la cual nos comunicamos con el otro y no hay duda que es el medio más fácil y adecuado, pero a veces nos olvidamos que no es el único; existen distintos medios con los cuales podemos expresar nuestros sentimientos, inquietudes, propuestas, etc. Es importante tener en cuenta que en algunas situaciones la palabra no es suficiente para expresar lo que se desea, pues ocasionalmente, la situación exige otra manera de comunicar, más allá de las palabras, como por ejemplo la mirada, los gestos, los tonos de voz, etc.
Existen distintos tipos de escucha; desde aquella mediante la cual recibimos una orden hasta aquella que precisa sólo de un “sí” o un “no” como respuesta. Dos de estos tipos son la “escucha empática” y la “escucha activa”, que se refieren a la manera de escuchar a las personas más allá de sus palabras, poniendo atención en los hechos y las actitudes. Lamentablemente no estamos acostumbrados a esta manera de escuchar; en general tendemos a no profundizar en lo que el otro pretende comunicar, por tanto, no llegamos a entender la totalidad del mensaje. Tampoco debemos olvidar que no todas las personas tenemos la misma capacidad para comunicarnos adecuadamente a través de las palabras; muchas personas utilizan más los gestos, las manos, la música, entre otras tantas posibilidades.
La escucha “empática” y la “activa”, en teoría, son dos tipos diferentes, pero en la práctica, están estrechamente unidos. La escucha empática es aquella en la que escuchamos poniéndonos en el lugar de nuestro interlocutor, asimilamos sus palabras y podemos entender la emoción que quieren transmitir, interpretamos el mensajes a través del mundo del emisor. Por su parte, la “escucha activa” es aquella que pretende comprender la totalidad del mensaje, interpretando el significado correcto del mismo, a través de la comunicación verbal y la no verbal (el tono voz y el lenguaje corporal), indicándole a quien nos habla lo que creemos que hemos comprendido.
Pensemos algunas situaciones en que la comunicación resulta dificultosa: un vecino nos visita con frecuencia, pero parece no tener claro el motivo de la visita porque tampoco nos explica nada novedoso. Otra: un adolescente empieza a llegar tarde a casa después del colegio. Una más: en la pareja él deja de entablar conversación después del trabajo. Finalmente: un joven que vive en un centro residencial empieza transgredir las normas del centro. Estos ejemplos pueden ser un llamado de atención para escuchar al otro.
Pensemos en qué pueden significar estas situaciones (ciertamente hay muchas posibilidades de interpretación, pero nos quedaremos con las más prudentes). El vecino nos está diciendo que confía en nosotros y desea compartir su vida cotidiana. No pretende molestar, sólo espera que pongamos de nuestra parte. El adolescente reclama un acompañamiento más de cerca, para enfrentar los cambios que está experimentando; no le ayuda el reproche y mucho menos el castigo. En la pareja, él solicita más atención cuando explica su jornada laboral. No es que le pase algo, tal vez no sepa decirlo. El joven que vive en un centro pide que le marquen los límites que en su vida nadie le ha marcado, necesita asumir que existen normas básicas sin las cuales no es posible la convivencia.
Todas estas situaciones son difíciles de entender en el momento, justamente porque no existe una única respuesta o manera de interpretarlas; por eso son importantes la escucha empática y la activa, pues nos permiten comprender la situación que subyace a lo que se está manifestando de múltiples maneras. Un antiguo proverbio árabe lo describe así: “Quien no comprende una mirada, no entenderá una larga explicación”.
Hace años, trabajando con adolescentes de la calle, tuve que hablar con un chico sobre una infracción que había cometido; entramos en la sala y empecé explicándole lo grave que fue su actuación, la importancia de las normas, etc. cuando terminé me dijo “me voy, porque no entiendes nada” y me dejó plantado. Después de casi un mes me di cuenta que el chico tenía toda la razón, no necesitaba ninguna explicación de nada, con la infracción que cometió y la actitud que tuvo durante la conversación me estaba pidiendo entrar a vivir en el Centro. Lógicamente no tuve una actitud de escucha “empática” y “activa”.
Esta manera de escucha nos hace crecer y madurar como personas, y nos permite descubrir el mundo del otro, posibilitando la armonía entre las personas, su proximidad y mejor entendimiento. Nos remonta a nuestro principio fundamental de que no nacemos para vivir solos en el mundo.
Situaciones similares también encontramos en nuestra sociedad actual, cada suceso lamentable que escuchamos es un grito de auxilio, un llamado a nuestro compromiso con nosotros mismos y con los demás.