Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en Filosofía
Colaboradora del Ámbito María Corral
Salamanca, septiembre 2010
Foto: Borqje
¡Qué prácticas son los rabos de las vacas! Sí, sí, han leído bien: los rabos de las vacas, estos animales de ojos amables que todavía pacen en algunos campos… Les explico por qué digo esto.
Este verano iba por uno de estos caminos, por aquello que dicen que andar un rato cada día es bueno para el corazón, favorece la tensión arterial, genera endorfinas —que son las hormonas del bienestar—, da tono muscular… En fin, ¡intentando hacer cosas sanas…!
Ya saben que en verano hace calor. Y las moscas se ponen pesadas, muy pesadas. Mientras caminaba, me fijaba en cómo las vacas estaban tan tranquilas a la suya, como si lo que hiciera su rabo no fuera con ellas. ¿Se han fijado alguna vez? Es un movimiento lento, cadencioso, con una suave inercia… No tiene que ver con el movimiento agitado del rabo de los perros cuando están contentos, ni en cómo los gatos lo tensan cuando se ponen alerta. Las vacas no parecen agresivas, tan sólo asustan a las moscas, las echan. Pero en absoluto parecen inquietas por este movimiento de una parte de su cuerpo.
Y la verdad es que pensaba lo bien que nos iría tener una especie de «rabo» que asustara a las «moscas» que no nos dejan rumiar con claridad. Hay un montón de cosas —conscientes e inconscientes— que interfieren en los procesos reflexivos e incluso en el transcurso de la vida cotidiana. Tanto nos estorban, que estaría muy bien que desarrolláramos recursos casi automatizados, que nos pidieran el mínimo de atención y energía, y que al detectar que una cosa no nos permite adelantar en el pensar o en el hacer con determinación y claridad, nos la sacudiéramos con tanta naturalidad como hacen las vacas con las moscas que infatigables se les acercan una y otra vez…
Claro está que debemos considerar los asuntos con atención, pero a menudo hay cosas que más que ayudar nos enredan. Por ejemplo, los pensamientos recurrentes, sobre todo los que hacen referencia a lo que creemos que podemos o no hacer, a lo que está o no a nuestro alcance, a lo que merecemos o no… o sea, las moscas de los miedos y las inseguridades sin fundamento. Pero hay más moscas, ¡claro que sí! Dense cuenta de los prejuicios y los reparos sobre las personas, las condiciones o las circunstancias que son necesarias para que tiren adelante las cosas. Tampoco olviden las moscas de los condicionamientos absurdos, de lo que pensarán los demás, de lo que pasó tiempo atrás y nos dejó recelosos… Moscas, en este caso, que afloran de nuestro propio interior y que debemos reconocer como tales, para saber que nos conviene asustarlas con toda tranquilidad para hacer lo que queremos.
Y aún no hemos acabado. Están las moscas que otros hacen revolotear para distraernos de nuestras intenciones. Auténticos moscardones en forma de obstáculos o cuestionamientos maliciosos que pretenden inquietarnos y así, alterar nuestra manera de hacer las cosas, o incluso la propia decisión de tirarlas adelante. Moscas que interfieren en todos los ámbitos de la vida: la familia, los amigos y los grupos; pero también el trabajo, el estudio, el tiempo libre… Quieren malograr las opciones por el bien, estorbar la creatividad solidaria, sacarnos de quicio y así menguar la lucidez y la energía…
Cómo saldríamos ganando, si nos ventiláramos de un golpe de rabo estas moscas cada vez que invaden nuestro espacio personal o social… Sin despeinarnos, con firmeza y parsimonia, porque no merecen más atención que la de sacudírnoslas del camino.
¡Qué prácticas son los rabos de las vacas! Sí, sí, han leído bien: los rabos de las vacas, estos animales de ojos amables que todavía pacen en algunos campos… Les explico por qué digo esto.
Este verano iba por uno de estos caminos, por aquello que dicen que andar un rato cada día es bueno para el corazón, favorece la tensión arterial, genera endorfinas —que son las hormonas del bienestar—, da tono muscular… En fin, ¡intentando hacer cosas sanas…!
Ya saben que en verano hace calor. Y las moscas se ponen pesadas, muy pesadas. Mientras caminaba, me fijaba en cómo las vacas estaban tan tranquilas a la suya, como si lo que hiciera su rabo no fuera con ellas. ¿Se han fijado alguna vez? Es un movimiento lento, cadencioso, con una suave inercia… No tiene que ver con el movimiento agitado del rabo de los perros cuando están contentos, ni en cómo los gatos lo tensan cuando se ponen alerta. Las vacas no parecen agresivas, tan sólo asustan a las moscas, las echan. Pero en absoluto parecen inquietas por este movimiento de una parte de su cuerpo.
Y la verdad es que pensaba lo bien que nos iría tener una especie de «rabo» que asustara a las «moscas» que no nos dejan rumiar con claridad. Hay un montón de cosas —conscientes e inconscientes— que interfieren en los procesos reflexivos e incluso en el transcurso de la vida cotidiana. Tanto nos estorban, que estaría muy bien que desarrolláramos recursos casi automatizados, que nos pidieran el mínimo de atención y energía, y que al detectar que una cosa no nos permite adelantar en el pensar o en el hacer con determinación y claridad, nos la sacudiéramos con tanta naturalidad como hacen las vacas con las moscas que infatigables se les acercan una y otra vez…
Claro está que debemos considerar los asuntos con atención, pero a menudo hay cosas que más que ayudar nos enredan. Por ejemplo, los pensamientos recurrentes, sobre todo los que hacen referencia a lo que creemos que podemos o no hacer, a lo que está o no a nuestro alcance, a lo que merecemos o no… o sea, las moscas de los miedos y las inseguridades sin fundamento. Pero hay más moscas, ¡claro que sí! Dense cuenta de los prejuicios y los reparos sobre las personas, las condiciones o las circunstancias que son necesarias para que tiren adelante las cosas. Tampoco olviden las moscas de los condicionamientos absurdos, de lo que pensarán los demás, de lo que pasó tiempo atrás y nos dejó recelosos… Moscas, en este caso, que afloran de nuestro propio interior y que debemos reconocer como tales, para saber que nos conviene asustarlas con toda tranquilidad para hacer lo que queremos.
Y aún no hemos acabado. Están las moscas que otros hacen revolotear para distraernos de nuestras intenciones. Auténticos moscardones en forma de obstáculos o cuestionamientos maliciosos que pretenden inquietarnos y así, alterar nuestra manera de hacer las cosas, o incluso la propia decisión de tirarlas adelante. Moscas que interfieren en todos los ámbitos de la vida: la familia, los amigos y los grupos; pero también el trabajo, el estudio, el tiempo libre… Quieren malograr las opciones por el bien, estorbar la creatividad solidaria, sacarnos de quicio y así menguar la lucidez y la energía…
Cómo saldríamos ganando, si nos ventiláramos de un golpe de rabo estas moscas cada vez que invaden nuestro espacio personal o social… Sin despeinarnos, con firmeza y parsimonia, porque no merecen más atención que la de sacudírnoslas del camino.