Por Marta Miquel Grau
Colaboradora del Ámbito María Corral
Santiago de Compostela, España, marzo 2010
Foto: M. Germain
«¡¡¡Queremos ser libres!!!» es una expresión que gritan hoy –ya sea con su voz o con los propios hechos– muchos jóvenes, pero yo me pregunto… ¿sabemos qué significa la palabra libertad?
Muchos pensadores se han ido aproximando a este término y nos han dejado frases como:
«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida», de Miguel de Cervantes.
«La libertad es aquella facultad que aumenta la utilidad de todas las demás facultades», de Immanuel Kant.
«No se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna», de Mahatma Gandhi.
«Si los hombres no son libres no podrán amar», de Alfredo Rubio.
«Mi libertad se termina donde empieza la de los demás», de Jean Paul Sartre.
Y así podríamos escribir una larga lista. Es entendible, pues, que siendo la libertad algo tan básico y tan importante en la vida del ser humano, la reclamemos a gritos. Pero también es cierto que toda facultad debe ser educada para poderse vivir con la mayor plenitud posible, y de esto no sé si somos conscientes. ¿Se educa en las familias, en las guarderías, colegios, institutos y universidades –según el grado que corresponda– en el ejercicio de la propia libertad? ¿Nos educa la sociedad para ello?
Nunca es tarde si la dicha es buena, así que manos a la obra, y para ello, quizá lo primero que podemos hacer es aceptar nuestra realidad, reconocernos tal cual somos, incluso con aquellos límites que forman parte de nuestro ser, como decía un amigo… «¡Pero qué hermoso tener la piel que recubre la pequeñez de mi cuerpo frente a las estrellas! Los límites de mi razón, que siempre estará envuelta por los lindes del misterio, como lo es la cuestión: ¿por qué existe algo en vez de nada? ¡Y qué gozo que en mi libre albedrío pueda admirar y a la vez elegir entre las innumerables cosas a mi alcance!». Ser conscientes de ello nos alejará del perfeccionismo irreal al que tantas veces nos aferramos.
Como segundo escalón, podríamos llamarlo así, está el ser conscientes de que la libertad no puede ser un atributo meramente individual, sino que conlleva una dimensión social y corresponsable con el otro. En una sociedad, donde el individualismo toma con demasiada frecuencia las riendas de nuestro actuar, es importante tener en cuenta que para que nuestra libertad sea responsable, inteligente, y capaz de dar respuesta y asumir en todo momento lo que hace, debe albergar un sentimiento de lo comunitario y lo social. Esta termina donde empieza la de los demás –como dice Sastre– por lo tanto nuestro objetivo no puede ser otro que el bien común.
Y, finalmente, y como guía de fondo de lo que puede ser una formación permanente de la persona y en concreto de su libertad, la belleza. Pero… ¿a qué canon de belleza nos referimos? Pues a una belleza entrañable, a una belleza que no nace de un referente únicamente estético sino del corazón. ¿Es bello guiar a un ciego para que cruce la calle? ¿Es bello saborear una comida –aunque distinta a la nuestra– que ha sido cocinada por un aprendiz de cocina de otro continente? ¿Es bello estar cerca de alguien que lo necesita, aunque sólo sea para escuchar y sentir aquello que está viviendo y lleva en el corazón? ¿Es bello preparar con cariño la llegada de alguien, o prepararse uno para llegar a otro lugar distinto del que habita normalmente?…
Pienso que sí, es bello y entrañable a la vez, y este puede ser el sentimiento que guíe nuestra libertad. Quizás por la constatación de que la persona con sentido de lo bello y lo feo, también tiene un criterio más claro de lo que es bueno y de lo que no lo es. Reconocer la importancia de este “concepto” –belleza– y vivirlo puede ser un puntal en la educación del ser humano. La libertad, para ser verdadera, debe ser también bella.