Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en filosofía
Salamanca, abril 2011
Foto: Dani Leal
Lo decía un hombre bueno que era muy sabio, matizando el dicho popular: «No es el tiempo el que cura o arregla las cosas, sino el amor.»
Regresar a menudo a esta idea, ayuda a reubicar algunas experiencias, propias o ajenas. Y lleva a tomar conciencia de que la alianza amor-tiempo es muy fecunda.
Ciertamente, no es dejar pasar el tiempo pasivamente lo que hace que las dificultades, las circunstancias o las relaciones cambien. El tiempo tiene que ver con la capacidad de evolución de la realidad, pero para que así sea efectivamente, es preciso que se trate de un uso activo del tiempo.
La acción es un ejercicio de la libertad que, para estar bien dirigida, implica reflexión, responsabilidad, determinación, creatividad y constancia. Sin embargo, activo no significa activista. Es decir, no hay que estar siempre haciendo algo, porque entonces tampoco se respeta el ritmo natural de los procesos: y las personas somos animales procesuales, que hacemos procesos en todas las dimensiones de la vida.
Un uso activo del tiempo, implica poner en marcha iniciativas, comenzar conversaciones, tomar decisiones o hacer gestos. Pero también contempla los momentos en que simplemente hay que permanecer atento para ver qué pasa, y no caer en la trampa de provocar que pase algo. Mientras que esto último es una dinámica que genera cierta ansiedad, la anterior fomenta la confianza.
El aliado del tiempo es entonces el amor, porque éste es el que inspira, orienta y lleva a cabo todo lo que pueda parecer conveniente. Por eso, no es el tiempo el que en sí arregla o cura las cosas sino el amor con que vivimos dicho tiempo y que hace que devenga un momento propicio para encajar todas las piezas que el presente nos lleva.
Pero decir que el tiempo en sí mismo no arregla las cosas no implica no reconocer que sí es un gran aliado para que éstas adquieran su verdadera dimensión. Los dolores cercanos, inmediatos, son tan clamorosos, que a menudo impiden ver todo el contexto vital en que tienen lugar. Por cierto, que no deja de ser curioso, pero parece que con las alegrías esto nos sucede menos.
El paso del tiempo no anula el dolor, pero sí permite ganar perspectiva para ver que este sentimiento y el motivo que lo origina, no son lo único que marca nuestra vida. Es una parte importante de ella, seguramente. Incluso puede ser de las más importantes que viviremos jamás. Pero nunca es la única, y nunca se da sola; y conviene que no perdamos esto de vista. El sufrimiento, la pérdida, el duelo, son un elemento crucial en la vida, pero se dan en diálogo con el resto de experiencias que también se dan. Y es en contexto que pueden tomar algún sentido y, sobre todo, es en contexto donde pierden la capacidad de alterarnos de tal modo, que no encontremos sentido alguno en nada.
Por eso, dejar pasar tiempo activamente es invertir mucho amor en esta especie de presente continuo que es nuestra vida. Es el amor lo que hace que el dolor se transforme en sabiduría de vida.