Por Àngels Roura Massaneda
Profesora y psicopedagoga
Barcelona, diciembre 2011
Foto: Fei Yu
Sin duda, estar concentrado en una sola tarea, haciendo una sola cosa, en plena era del multitasking parece ser una contradicción o desestimar las ventajas de estar estudiando con el facebook abierto, la música del grupo favorito sonando y el canal de deportes del televisor emitiendo la previa al partido de octavos de final de la Champions League.
De la misma forma que el adolescente dice estar estudiando con todos esos inputs avasallando sus sentidos y su mente, de la misma forma, los adultos decimos estar escuchando cuando en realidad hay un complejo equipo de boicoteadores de la comunicación desplazándose por nuestra mente a una velocidad nada irrisoria.
Podemos estar escuchando de la misma forma que el joven estudia. Podemos quedarnos con la tranquilidad de pensar que nuestro complejo sistema neurológico tiene capacidad para esto y para mucho más.
Pero… una cosa es la capacidad de simular acciones y la otra –muy distinta– es la calidad de cada una de estas acciones. También dependerá de si todas nos interesan por igual o si alguna/as de ella/as es más importante. Si estoy estudiando, más cuatro estímulos más, y las cinco actividades tienen la misma prioridad… no debo preocuparme para nada. Si mi objetivo es recordar lo que estoy leyendo, relacionarlo con otros contenidos anteriores, hacer un esquema y darle una buena forma de acabado final, una de dos: o el resultado será de nefasto a aceptable o tardaré mucho más tiempo del que sería necesario para hacerlo si sólo estuviera estudiando.
El multitasking no es sinónimo de calidad, sólo es sinónimo de simultaneidad.
Si hacemos referencia a escuchar, nos sucederá lo mismo. Escuchar no es limitarse a recibir las ondas sonoras procedentes de la voz del interlocutor. Hay infinidad de detalles y matices que no podemos eludir si queremos recibir al cien por cien el mensaje que nos llega o si queremos emitir en un cien por cien de sintonía con nuestro interlocutor.
Para escuchar de esta forma tenemos que echar a los boicoteadores de nuestra mente. Primero de todo, para poderlos echar, tenemos que identificarlos, reconocerlos, tomar conciencia de su existencia y de su flaco servicio. Después, los substituiremos por la firme y sólida intención de escuchar, escuchar sin expectativas, sin juicios, sin suposiciones, sin creencias que nos hagan dudar de la credibilidad y de la capacidad de nuestro interlocutor. Cuando consigamos incorporar esta manera de escuchar, seremos capaces de ofrecer cercanía, amabilidad, interés, calidez y respeto. Y será sólo desde este respeto que nuestro interlocutor nos dará la confianza y el reconocimiento.
Llegar a este grado de escucha no es un recorrido fácil pero sí alcanzable tras un trabajo a propósito para estar presente a conciencia.