Por Mauricio Chinchilla
Periodista
Barichara, Colòmbia, abril 2011
Foto: Tips el Colombiano
Para celebrar sus 25 años de casados hicieron una gran fiesta.
Toda la vida han vivido en el campo, son hijos de campesinos y ellos mismos se dedican a labrar la tierra. Eso es lo que han hecho toda la vida y lo que han intentando transmitir a sus hijos también.
En estas montañas campesinas, las fiestas, sea la celebración que sea, casi siempre dura dos o tres días. Cuando el campesino hace fiesta, como dice el refrán, ‘tira la casa por la ventana’. Es una manera de convocar, de celebrar, de hacer fiesta, de mostrar que las cosas van bien. No todo el mundo lo puede hacer pues el campo, a veces, da más dolores de cabeza que alegrías.
Todo el vecindario estaba convocado, también conocidos y amigos, padrinos y parientes, podríamos decir que no faltaba nadie. Todo el mundo acudió a la invitación. Veinticinco años no se celebran todos los días. El párroco celebró una eucaristía en la casa de los esposos y luego comenzó la fiesta: comida por doquier, los niños corriendo de lado a lado, baile, risas y conversaciones llenas de recuerdos.
La felicidad era plena. Los padres de los esposos los acompañaban, hermanos, sobrinos y claro está, sus tres hijos, la nieta y dos más en camino, ¿qué más pedir a la vida?
La celebración duró hasta altas horas de la madrugada. Poco a poco se fue acallando la música y las voces y los invitados se retiraron a descansar. El compromiso era volver al día siguiente.
Madrugaron las cocineras y las viandas alistaron con premura. Como siempre, el fuego atizaron con las brazas y ocurrió lo inesperado, una ráfaga de viento hizo saltar una chispa y esta de inmediato saltó al seco tabaco que se secaba en cordeles. De inmediato el fuego atravesó la estancia y toda la cosecha que esperaba a ser vendida ardió en cuestión de segundos.
Los invitados que dormitaban en la casa se despertaron sobresaltados. Vecinos y convidados corrían de un lado a otro con cubos de agua. Gritos, llantos, órdenes se escuchaban por doquier. El fuego abrasó tenazmente cañas y maderas y hasta la policía llego a ayudar a sofocar las llamas.
Ancianos, adultos, jóvenes y niños se miraban desconsoladamente. Parecía que la fiesta acabaría así, repentina y tristemente. Pero cuál no sería mi sorpresa al ver que después de apagar el fuego, ordenar el mucho desorden que quedaba, secar algo de agua por aquí y por allá, los esposos, los que celebraban 25 años de casados, decidieron decirle a la gente que la fiesta continuaba, que eso no podía ser motivo para que la gente marchara y despachar de vuelta a sus casas a los que a cuenta gotas iban llegando para continuar con la fiesta.
Así pues, el fuego volvió a arder, esta vez con más control, las carnes se cocieron, los platos se sirvieron, los invitados y vecinos volvieron a acudir y continúo la fiesta. Tal vez no hubo muchas risas y los niños no corretearon tanto, pero podríamos decir que era una fiesta y una celebración con todas las de la ley. El olor a humo recordaba que algo había sucedido y se volvió a estar hasta altas horas, sonó la música e incluso volvieron las parejas a bailar.
Días más tarde se organizaron recogida de fondos, hubo rifas y la familia recibió donativos. El lugar se reconstruyó y volvió a lucir, incluso mejor que antes del fuego.
Y meses después convocaban a una fiesta más. Esta vez, su hija menor cumplía años y querían celebrarlo con la familia y los amigos. Volvió a sonar la música, hubo comida y volvieron a celebrar, a hacer fiesta a la que con alegría, a pesar de las dificultades, siempre convocan con gozo; así pues podríamos decir que no convocan a la reunión porque es fiesta, sino que es fiesta porque se reúnen.
La fiesta no es síntoma de holgazanería, no es vagancia, no es irresponsabilidad. La fiesta es parte de la vida, uno de los lugares donde se estrechan vínculos emocionales, creativos, intelectuales, interpersonales. Así pues que, cada que podamos, hemos de hacer y vivir en profundidad la fiesta.