Por Caterine Galaz
Doctora en Ciencias de la Educación
Barcelona, junio 2011
Foto: Calafellvalo
Parecía que todo quedaba en Oriente Medio. Pero lo que pudo ser una llamada más, entre otros muchos, a una manifestación concreta, difundida por redes sociales diversas en España, ha terminado constituyéndose en las últimas semanas en señal del descontento de diversos sectores de la población, no sólo del estado español sino también de otros países de Europa e incluso del mundo. Estamos asistiendo al despertar de numerosos «indignados» e «indignadas» -muchos de ellos y ellas, jóvenes, aunque no exclusivamente- que de manera pacífica han puesto la atención en las imperfecciones del sistema sociocultural, político y económico que impera en la mayoría de los países del globo. El mismo Stépanhe Hessel no sabía que el manifiesto titulado «Indignaos», que escribió para la ciudadanía francesa por la regresión social de ese país, llegaría a convertirse en «símbolo» de un descontento social mucho más amplio.
Pero en todo este movimiento, también se ha revalorado la noción misma de «participación», un vocablo ampliamente utilizado pero, muchas veces, sin un contenido claro. Porque precisamente este movimiento, está mostrando que no sólo busca ejercer el derecho de libre expresión, mostrando su indignación frente a diversos temas, sino también su deseo de pasar a una acción directa. Por ejemplo, en Barcelona, ya casi en cada barrio está funcionando una asamblea autoorganizada para debatir estrategias de acción social y política. Como señala Hessel en su texto, ser indiferente a lo que nos rodea es el peor mal ético de la sociedad actual, por tanto plantea una llamada a indignarse y actuar, pero aprendiendo la lección de la no violencia. ¿Qué otra cosa podría ser el ágora público?
La participación que se está dando espontáneamente en diversos puntos de la península y el resto de Europa puede asombrar -y hasta generar prevención- pero es una forma de visualizar cómo en una sociedad son necesarios cambios y ajustes constantes de acuerdo a la ciudadanía que la habita, para mantenerse cohesionada. El filósofo Cornelius Castoriadis plantea que la sociedad no es algo estático ni enconsertado en las instituciones que ha creado, sino que precisamente ante desajustes en las expectativas de sus integrantes, puede buscar formas nuevas de perfeccionamiento o mejora, o bien, cambios más centrales de su estructura. Lo «instituyente» según el autor son todas estas fuerzas reactivas -como la indignación de este sector de población expresada actualmente en diversas ciudades de España- ante lo dado y establecido y que buscan la modificación de las instituciones actuales y la creación de formas alternativas de organización. Y la sociedad precisamente se balancea entre lo ya «instituido» y fijo y esta fuerza «instituyente». Así la sociedad evoluciona y puede ajustarse a nuevos escenarios y demandas.
Nos hemos acostumbrado a asimilar «participación» como sinónimo de «libre-expresión», o en el mejor de los casos, como «consulta ciudadana». Esta visión conlleva a la vez, menos implicación personal, una actuación puntual en el contexto inmediato y más delegación de deberes y responsabilidades a otras personas. Sin embargo, se puede hablar de un tipo de «participación social» que implica, al menos, dos características específicas: «un fin», que va más allá de cubrir necesidades individuales para pasar al bienestar corporativo -implicando un compromiso ético hacia el grupo social de pertenencia; y por otra parte, una forma metodológica que implica construir y decidir «colectivamente» diversas ideas respecto del entorno en el que se está situado.
La regresión en muchos aspectos sociales que la crisis económica ha dejado en evidencia, es una chispa que hizo salir de sus esferas privadas a muchas personas que comparten una visión crítica sobre muchos temas: desde los efectos directos en la cotidianidad con la neoliberalización socioeconómica mundial, pasando por una expectativa de mejora de la actual democracia, hasta ver qué tipo de planeta sobre-explotado ecológicamente heredarán las futuras generaciones, entre muchos otros.
Para el sociólogo francés Michel Mafessoli algunas instituciones se desgastan con el tiempo y requieren un temblor para que puedan refundarse y mejorar su funcionamiento. Es la forma que la sociedad pueda seguir funcionando y proyectarse. Quizás faltaba este actual movimiento telúrico social para sacarnos la pereza y perfeccionar nuestra democracia. Para este autor, las comunidades sociales tienden a huir de las grandes idealizaciones, para «ensayar encuentros con su ser comunitario, con su cuerpo, con la tierra, con el placer/displacer de vivir».
Quizás haya que dejar de tener precaución a que las comunidades se expresen y quieran mejorar las formas conjuntas de vivir. Quizás haya que detenerse a mirar qué hay detrás de estas resignificaciones de la participación ciudadana. Quizás haya que explorar más en profundidad esta aspiración de un perfeccionamiento de la democracia y recordar el significado que tenía este concepto en sus orígenes griegos: el gobierno del pueblo.