Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en Filosofía
Salamanca, enero 2011
Foto: Gonzalo
Qué sensación más curiosa ésa de que alguien se va muriendo a pedacitos… En una entrevista a Albert Espinosa —joven cineasta que sufrió la amputación de su pierna izquierda por un cáncer infantil—, éste contaba que no había sentido algunas de las dolencias secundarias de su «pierna fantasma» porque el médico que le llevaba, con mucho tino, le alentó a celebrar una fiesta de despedida antes de amputarla. Seguramente suena tan chocante como sensato.
Tenemos que considerar razonablemente la posibilidad de hacernos viejos, bastante viejos. Las actuales condiciones hacen que la esperanza de vida se alargue en todas partes, aunque mucho más destacadamente en los países desarrollados. Igualmente aumentan las posibilidades de que enfermedades degenerativas o incurables deriven en larga duración. En un ejercicio de realismo —alejado del pesimismo y más aún de cualquier tremendismo—, hay que considerar esas posibilidades para prepararnos adecuadamente.
Prepararnos para irnos despidiendo de algunas de nuestras capacidades, aunque resulte imposible saber de cuáles habrá que llegar a hacerlo realmente. De este modo podemos intentar tener una vida lo más gozosa posible sin ellas. Eso pasa por desarrollar al máximo habilidades y gustos relativos a distintos sentidos. Porque si sólo tenemos uno muy destacado y la mala suerte hace que sea precisamente el aquejado de deficiencias, nos quedaremos dramáticamente mermados. Sin embargo, si desde jóvenes incentivamos el desarrollo de gustos bien plurales, a falta de uno nos quedará el resto para seguir disfrutando de la vida, limitada, pero aún con posibilidades.
Cuantas más cosas nos guste hacer, con cuantas más cosas sepamos disfrutar, mayores posibilidades tendremos de mantener la alegría y el sentido en nuestra vida. Es así de simple. Tal vez perderemos la vista, pero si hemos educado el oído, podremos seguir escuchando palabras hermosas. Si nuestro tacto es fino, salvaremos las distancias de no ver ni oír. Y así podemos ir haciendo todas las combinaciones que se nos ocurran.
En los casos más extremos, nuestros sentidos se verán reducidos al mínimo, y nuestra capacidad comunicativa seriamente dañada. Para entonces, más nos valdrá haber aprendido a convivir con nosotros mismos. Tener una vida interior rica, leía en algún lugar, es un modo de paliar la sensación de soledad. Dialogar con nosotros, tener mundo interior, ser capaces de reflexionar detenidamente, es una gran ayuda para cuando lo que podamos compartir con los demás sea mínimo. Podemos ser nuestro mejor «pasatiempo».
Por último, convendrá hacer una adaptación de ritmos. Normalmente iremos yendo hacia la lentitud, así que nos hará bien aprender a saborear con fruición, así como a valorar y disfrutar las pequeñas cosas de la vida. Cuando no podemos movernos mucho, cuando no podemos hacer demasiadas cosas, es una suerte ser capaces de deleitarse. Además, es un modo de hacer justicia a las experiencias, que a menudo engullimos sin tomar en su debida consideración.
La prevención a veces va de la mano de la creatividad; entonces genera vida rica en matices aunque aparezca revestida de precariedad.