Por Leticia Soberón Mainero
Psicóloga
Roma, noviembre 2011
Foto: Lucy Amachuy
Según algunos estudios sociológicos, la crítica situación que vive Europa ha disparado en su población el consumo de medicamentos antidepresivos y ansiolíticos. Es comprensible. Millones de familias con miembros sin empleo sufren para llegar a final de mes y no es fácil mantener la calma cuando se tienen hijos, padres o enfermos en casa que dependen de nosotros.
Pero hay acuerdo en señalar que esta crisis no es sólo económica. Se tambalea el sistema en su conjunto. Todo está cambiando, y se han reblandecido muchos de los pilares institucionales y de las certezas compartidas que sostenían la convivencia. Vemos cómo las bolsas de valores ganan o pierden no sólo por factores económicos, sino también y sobre todo por la presencia o ausencia de confianza y estabilidad que se respira en los países. La situación es mucho más subjetiva y emotiva de lo que parece. Por lo tanto, las soluciones no pueden ser únicamente económicas. Son también políticas, sociales e interpersonales. Mucho de lo que sucede escapa a la posibilidad de intervención de los ciudadanos de a pie, pero hay otras muchas cosas que sí están a nuestro alcance.
Una de ellas es, diría, realmente medicinal. Se trata de un medicamento que parece haberse extraviado de nuestra convivencia no sé por qué tortuosos caminos. Me refiero a la ternura, ese «plus» agradable e indefinible que se da en las relaciones humanas cuando hay respeto y aprecio entre las personas. Se expresa en la mirada, en la voz, en los gestos y en las palabras que usamos en la vida cotidiana. La ternura no es una melaza empalagosa que infantiliza al interlocutor; tampoco puede reducirse a la atracción física o al erotismo cuando éste se torna más un desahogo individual que una relación entre personas. La ternura toma diversos matices y expresiones según el grado de intimidad en el trato, pero incluso ante los desconocidos se traduce en cordialidad y cortesía. La ternura emerge naturalmente entre las personas que se quieren, tomando forma de caricia, de cuidado mutuo, de escucha atenta, de diálogo, de respeto. Alcanzarla es uno de los anhelos más básicos de todo ser humano, no sólo en su infancia sino también en la vida adulta y mucho más en la ancianidad. ¡Cuántas veces, buscando recibir aprecio, amor y ternura, se realizan los más extremos esfuerzos y hasta locuras! ¿Quién no desea ser aceptado y acogido en su auténtica verdad?
Cuando hay una sed crónica de afecto y aceptación, sobre todo en situaciones de inseguridad, las personas empiezan a vivir un estado de desierto, de sequedad, de vacío, que genera tristeza y llega a transformarse en depresión. Y si un alto porcentaje de la población vive perennemente ayuna de ternura sincera, es toda la sociedad la que enferma, e intentará llenar ese vacío fundamental con todo tipo de sucedáneos: consumo descontrolado, alcohol, drogas, ansiolíticos, etc., aunque viva en la abundancia.
Sociedades donde el trato entre las personas, dentro y fuera de la familia, conserva el cálido clima de una ternura expresada y recibida, afrontarán con mucha más serenidad y madurez las adversidades que naturalmente marcan la vida humana. Y les será más fácil volver a lo fundamental en caso de que falten alguno o muchos satisfactores que parecen indispensables en las sociedades opulentas.
Por ello mismo la medicina de la ternura se ha vuelto más urgente que nunca. Hay que combatir la epidemia de frialdad que ha convertido tantas relaciones humanas en un mecanismo de intercambios bruscos, a veces punzantes, desprovistos de calor y buena querencia. Hay que evitar la reducción del otro a cuerpo/cosa/satisfactor –sobre todo del cuerpo femenino pero ya no sólo él– que despersonaliza la relación, convirtiéndola en comercio. Habría que cuestionarse por qué los reality-shows se regodean en la palabra mordaz e hiriente, que los espectadores emulan casi inconscientemente.
Así pues, ante la crisis y sus desencantos no bastan las medidas económicas que nos exigen desde el Banco Central Europeo. Hace falta una verdadera lluvia de ternura que nos rescate de la infelicidad y del espejismo del consumo sin fin.