Por Caterine Galaz
Doctora en Ciéncias de la Educación
Barcelona, septiembre 2011
Foto: ChilliFotos
La burbuja de la estabilidad parece que revienta. Tanto para unos como para otros. En los estados de bienestar, estados mixtos y en los estados neoliberales. En diversos puntos del globo, en los últimos meses y años, una frase parece marcar la tónica de las noticias cotidianas: la reducción del gasto público como acción del Estado para enfrentar una crisis socioeconómica de escala global. Incluso, hace unos días, se podía leer en varios periódicos internacionales una alerta de recesión mundial, ante la variabilidad en las bolsas de algunos países. Obviamente, los estallidos sociales comienzan a aparecer, de tanto en tanto, también en los noticiarios: ahora París, ahora Grecia, ahora Portugal, ahora España, ahora Inglaterra, ahora Argentina, ahora Chile, ahora Egipto, ahora, ahora, ahora…
Así aparecen anuncios de una regresión en derechos sociales en aquellos estados donde el Bienestar había sido la principal bandera de diferencia, por décadas, frente a un modelo neoliberal en el cual los derechos sociales no existían. En el otro lado, en algunos países, donde la economía de mercado se proponía como modelo único y ejemplificador –como el caso de Chile, sin decir que se ejecutaba gracias a un régimen dictatorial que lo aseguró– actualmente comienza a hacer aguas, y a evidenciar que sin derechos sociales mínimos garantizados (como educación y salud) y una distribución social asegurada por medidas estatales, aunque exista crecimiento macroestructural para unos pocos sectores enriquecidos, la cohesión social no se garantiza.
De esta manera, el terreno está abonado: las personas salen a la calle a mostrar su descontento por la reducción de derechos sociales; mientras que en otros puntos del orbe, salen para intentar alcanzar algunos derechos que nunca han tenido.
En el fondo, se evidencia que los estados están intentando aplicar internamente el poco control que está en sus manos para garantizar una función de poder frente a la escasa capacidad para controlar a los grandes capitales que se mueven más allá de las crisis económicas e inestabilidades y los estados. Incluso estos sectores enriquecidos, ganan, pese a las crisis (cabe recordar que los últimos índices internacionales muestran que parte de la banca ha obtenido beneficios hasta del 15%).
Y es que en el fondo, parece que la economía está cumpliendo objetivos diferentes, estrictamente pragmáticos, más que potenciar la cohesión social. Ha estado perdiendo la capacidad para cubrir efectivamente las necesidades de las respectivas comunidades nacionales, privilegiando a unos pocos sectores supranacionales.
«Las necesidades, incluso las básicas, de una parte importantísima de la población mundial no están cubiertas, por lo cual uno llega a la conclusión de que la Economía no cumple con su deber. La globalización es la forma actual de dominio económico pero de una forma completamente contraria a lo que debería ser un sistema económico adecuado. Por tanto, estamos en una economía que se puede definir como globalizada, pero que es la antítesis de lo que de verdad debería ser la economía: la satisfacción de necesidades humanas», señala el economista catalán, Arcadi Oliveres.
Un repaso simple de los medios de comunicación internacionales y los cambios sociales, políticos y económicos que se están materializando, nos hace avizorar que estamos en presencia de cambios sociales profundos, tan o más importantes que los acaecidos en la sociedad industrial. Cambios que modifican la visión que hasta ahora teníamos de la «exclusión social».
Hasta hace no mucho, este concepto, nos sonaba como referencia a aquella pobreza o grupos empobrecidos que quedaban fuera del sistema por razones diversas (estructrurales o pragmáticas) que eran minoritarios y que incluso, en algunos puntos del globo, aparecían como daños colaterales de la aplicación de un sistema de crecimiento que actuaba en beneficio más general. Sin embargo, actualmente este concepto abarca mucho más: según el doctor en economía, Joan Subirats, la exclusión social se define «por la imposibilidad o dificultad intensa de acceder a los mecanismos de desarrollo personal e inserción socio-comunitaria y a los sistemas preestablecidos de protección»1.
Si muchas personas, en diferentes países, tuvieran que auto-definir su situación actual, sin duda podrían describirla bajo los términos del economista. Y no sólo los pobres, sino también una creciente clase media empobrecida y precarizada.
De ahí la necesidad de poner atención, despertarse, salir de la burbuja del consumo y de la inmediatez. Indignarse, como propone Stéphane Hessel, pero también actuar. Eso implica un posicionamiento personal, ético a nivel cotidiano, pero también una visión de democracia, más participativa que sólo representativa, donde las personas tengan una incidencia real en cómo los estados deben actuar… paralelamente, caminar paso a paso, hacia un sistema más humano, económicamente más solidario que responda a las verdaderas necesidades del grupo social y más ético. Actuar y cambiar de actitud antes que se pierdan recursos naturales y más personas caigan bajo la línea de la pobreza.
Intentar armar un nuevo rompecabezas, como concluye Oliveres: «el paradigma lo tenemos que cambiar, pero estos pasos para lograrlo los tendremos que ir avanzando poco a poco… es como cuando de pequeño te regalaban un rompecabezas, con una serie de cubos y varias láminas, y te decían, cámbialo, y a los cinco minutos obtenías una nueva lámina. Eso es lo que yo entiendo con el nuevo paradigma: si queremos impulsar un cambio de paradigma, como en un rompecabezas, tenemos que ir cambiando los cubos para que aparezcan nuevas láminas encima»2.
1. http://unpan1.un.org/intradoc/groups/public/documents/CLAD/clad0044535.pdf