Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, diciembre 2012
Foto: http://cort.as/7f4g
Hace pocos días la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), organismo dedicado a la promoción de políticas de mejora del bienestar económico y social de las personas de todo el mundo, en su informe sobre educación publicado el 11 de septiembre de este año, explica que España tiene el ingrato honor de ser el país integrante de este organismo en el que más se ha incrementado la población de «ninis» o sea, de jóvenes entre 15 y 29 años que no trabajan ni estudian. A pesar que este aumento se ha registrado en diversos países, en ninguno ha tenido un incremento tan fuerte como en el Estado español, en el que ya hubo un aumento del 16 % el año 2010. Esta tasa es uno de los indicadores que utiliza la OCDE para evaluar la salud social y educativa de un país. Con esto queda de manifiesto la importancia de este dato. El problema de los «ninis» tiene dos vertientes: una social y una personal, aunque la frontera entre una y otra es bastante difusa.
El aspecto social es muy amplio y complejo. Para un análisis cuidadoso convendría recurrir a expertos de diferentes disciplinas; no obstante, desde mi punto de vista, hay que remarcar que es en la franja de 15 a 29 años que la persona debe empezar a trabajar. Eso quiere decir empezar a producir previamente, y que se habrá formado en el sistema educativo. La sociedad y la familia habrán asumido una serie de gastos o al menos habrán hecho una inversión de la que se espera una rentabilidad. Ante esto cabe preguntarse sobre las causas de esta situación: los chicos y las chicas salen del sistema educativo a menudo para ir a trabajar. El encaje entre el sistema educativo y el productivo siempre ha sido difícil. En definitiva, ¿son los chicos y las chicas los que no quieren trabajar?, o bien, ¿es el mercado de trabajo el que no ofrece oportunidades laborales?, o tal vez ¿la formación básica de la juventud no ayuda a la inserción laboral?
De la población de «ninis» no todos tienen el mismo nivel educativo, pero no es arriesgado decir que a menos formación, más dificultad para dejar de ser «ninis». La tendencia del mercado de trabajo es que cada vez se necesita más formación o cualificación para acceder a un puesto de trabajo. Las plazas que exigen poca cualificación son menos numerosas en una sociedad cada vez más tecnificada. Aparte del problema de la rentabilidad mencionado anteriormente, este se agrava más cuando el joven ha cursado un grado universitario.
Las características de la pirámide de edad actual, muy abultada en la base debido a las personas laboralmente activas, y bastante amplia en su cúspide, debido a las personas jubiladas que perciben una pensión, pone en peligro la sostenibilidad del Estado de Bienestar si los jóvenes no pueden hacer su aportación a las cajas comunes.
En cuanto al ámbito personal, la franja entre 15 y 29 años es demasiado amplia para considerarla como un todo. Se podría dividir en dos partes: la primera de 15 a 18 años; y la segunda, de 19 a29. A pesar de que la problemática es la misma, el hecho de estar en dos períodos evolutivos diferentes supone matices distintos. En la primera etapa la persona está completando su adolescencia y lo que socialmente se espera de ella no es tan exigente como en la etapa siguiente, en que ya se considera que la persona tiene que desarrollar un rol adulto, es decir, tener autonomía económica y afectiva. Por lo tanto, la persona no puede dar respuesta a la exigencia social porque no tiene esta autonomía económica (suponiendo que haya logrado la afectiva). Este período, desde el punto de vista personal evolutivo, es muy rico: ya se ha logrado completamente el desarrollo físico y sexual, pero profesionalmente se considera una etapa de exploración. El joven o la joven suelen probar varios trabajos para saber en cual se encuentra mejor y, una vez encontrado, desarrollarse profesionalmente. Si la sociedad no les ofrece estas oportunidades, al joven le resulta muy difícil plantearse un proyecto profesional, y menos aún, uno personal. En nuestra sociedad el período entre los 25 y 29 años de edad es la etapa en que la persona debería plantearse la independencia de los padres y fundar su propia familia, pero, ¿cómo hacerlo si no tiene ingresos propios? Ante esta situación, los padres, aunque sean pensionistas, deben continuar manteniendo al hijo o hija en espera de que las circunstancias sean más favorables.
Los «ninis» han pasado a ser el eslabón más débil de la familia, mientras que hace años lo solían a ser los abuelos, con la diferencia adicional de que hoy éstos cobran algún tipo de pensión. En tiempo de crisis como el actual es difícil encontrar un trabajo. En el pasado un joven que abandonaba prematuramente el sistema educativo podía encontrar algún trabajo para subsistir, pero ahora esto no pasa. Estos jóvenes deberían aprovechar para formarse en aquellos aspectos en qué son deficitarios por varias razones; además de buscar alguna ocupación, también podrían desarrollar algún tipo de voluntariado social que, además de hacer un servicio a la sociedad, les podría servir como vía de inserción.
En resumen, la situación es socialmente mala y nefasta en términos personales. Los profesionales no tenemos los elementos para saber cómo puede evolucionar el problema personal ni cómo se puede intervenir. Parece que la solución más clara es ofrecer oportunidades laborales. Reforzar el sistema educativo para dar respuestas a aquellas personas que presentan dificultades, a pesar que no parece que esta segunda vía sea la escogida por el gobierno actual en su afán de contener el déficit. Consideran la educación como un gasto y no como una inversión de futuro.