Por Gemma Manau
Colaboradora del Ámbito María Corral
Porto, Portugal, diciembre 2012
Foto: http://cort.as/7f5e
Hace unos años empezamos a escuchar hablar de los no lugares, en contraposición a los lugares. Pero, ¿qué caracteriza a los unos y los otros o qué los diferencia?
El antropólogo francés Marc Augé, que acuñó el término de no lugares, afirma que «el lugar se cumple por la palabra, el intercambio alusivo de algunas palabras de paso, en la connivencia y la intimidad cómplice de los hablantes»1. Podríamos decir que los lugares es donde se escribe una misma historia, donde se produce un momento de encuentro en el que se entreteje una existencia compartida. En los lugares vivimos nuestra dimensión familiar y social, salimos de nosotros mismos para encontrarnos con el otro, reconociendole, o desgraciadamente, a veces negándole, su radical dignidad como persona, de convivencia armónica o de conflicto, pero en ningún caso los lugares son un espacio para la indiferencia, que caracterizaría precisamente los no-lugares.
En este sentido Augé dirá: «Si un lugar se puede definir como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional, ni como histórico, definirá un no-lugar».2
El entorno, el espacio que nos rodea, las características físicas que lo determinan, nos marcarán. No es lo mismo vivir en un valle que en la costa, en medio de una ciudad de rascacielos que en un pueblo rural. Nuestra identidad vendrá marcada por este espacio, pero también lo será para la calidad de las relaciones que se establezcan y por la historia que día a día se vaya construyendo.
El ser humano es un ser espaciotemporal. Son las coordenadas que hay que establecer cuando nos queremos encontrar con alguien, hay que definir dónde y cuándo. De todas maneras en este caso hay una voluntariedad, un deseo de encontrar al otro. En cambio, en muchos casos lo que observamos es precisamente lo contrario, el deseo de no encontrar a nadie en un espacio concreto, de decantarse más hacia al no-lugar que hacia al lugar.
De alguna manera, y salvando todas las diferencias, virtualmente lo mismo, podemos «navegar por un espacio virtual» y hacer un lugar de encuentro, o podemos pasar, intentando no dejar marcas, haciendo invisible nuestra presencia.
Yo me pregunto si no pasa lo mismo con la dimensión temporal. Si a veces no vivimos en un mismo tiempo de la misma manera que vivimos algunos espacios determinados. Si, a pesar de coincidir a la misma hora, hacemos de este tiempo un momento compartido, o lo hacemos en dos temporalidades estancas, compartimentadas y a veces incluso herméticas, que casi podríamos llamar no-momentos.
Hay momentos de una especial densidad, momentos que forjan nuestra historia, que la marcan y la invierten. Y con frecuencia son momentos de encuentro profundo con el otro, de compartir anhelos, esperanzas, sueños y experiencias. Este no es un tiempo cualquiera, no es una hora al igual que las demás. No cuentan el número preciso de minutos transcurridos, sino lo que se ha vivido, de la misma manera que los kilómetros cuadrados de un espacio tampoco son lo más importante para convertirlo en un lugar.
Si el ser humano es un ser espaciotemporal quizás es precisamente porque es un ser social, para vivir de forma corresponsable con los demás, pero para eso quizás nos será preciso hacer del espacio y del tiempo lugares y momentos de identidad, relacionales e históricos.
1. AUGÉ, Marc, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la Sobremodernidad. Barcelona: GEdisa, 2000, 5ª ed., p. 83.
2. AUGÉ, Marc, ibídem.