Por Mónica Moyano Prieto
Colaboradora del Ámbito María Corral
China, octubre 2012
Foto: Creative Commons
El otro día hice un experimento. Quería hacer reír a alguien. Iba paseando por un parque, gente no me faltaba. Vi venir a dos niñas de frente. Les sonreí, se rieron. En una tienda, al devolverme el cambio, respondí ‘gracias’ con una sonrisa. Me sonrieron. Tanto éxito en mis sonrisas no es debido al tamaño de mis dientes; tiene un secreto: soy una extranjera en China. La gente, al ver como intento intercambiar un saludo o unas sencillas palabras, me sonríe con una mezcla de curiosidad y bienvenida. Les resulta extraño que una extranjera desee comunicarse. Para mí este tipo de comunicación resulta muy agradable, la verdad.
Me planteaba yo, después de este ir y venir de sonrisas, cómo recibimos nosotros a los extranjeros que están en nuestra tierra. ¿Cuántas veces hemos dicho a alguno de los que vienen a nuestro país a trabajar que hablan nuestro idioma muy bien? O cuando nos han preguntado algo, ¿les hemos respondido con una sonrisa? No podemos generalizar, pero visto desde fuera parece que, por nuestra reacción hacia ellos, a veces nos molestan.
Si ese experimento de ir sonriendo por ahí se me hubiera ocurrido hacerlo en nuestras tierras occidentales, quizás las niñas me hubieran mirado extrañadas y se hubieran ido corriendo en busca de su madre. A lo mejor me hubieran recomendado ir a ver a un especialista psiquiátrico. Quién sabe. Por si acaso no lo probaré.
Me gustaría poder derrumbar hoy un estereotipo: el de que los chinos tienen una expresión seria e impasible. Al menos los chinos con los que me he relacionado yo han demostrado que son muy sensibles a la sonrisa. ¿No será que los chinos de nuestra tierra detectan en nosotros una cierta reserva hacia ellos?
La sonrisa es universal, no necesita de palabras para estar llena de sentido. Sonriamos! Por el orificio de la boca se empezará a abrir un poco nuestro corazón.