Define el diccionario la palabra indignado como: «adj. Que está muy enfadado o disgustado por aquello que considera injusto, ofensivo y perjudicial».
No existe ninguna duda sobre que la palabra indignado/a ha sido noticia en los diarios, revistas y medios de comunicación de todo el mundo. A raíz de la publicación del pequeño libro “Indignaos”, que escribió el alemán nacionalizado francés, Stéphane Hessel, se extendió por todas partes de una manera vertiginosa, un movimiento de protesta que reunía a personas de diferentes generaciones y diversas clases sociales. Todas ellas tenían como característica común, la indignación frente a los acontecimientos sociales provocados en gran parte por la crisis económica.
Recogemos algunas noticias:
«Los indignados insisten en que hoy hay más razones que hace dos años para salir a la calle. Hoy se hace durante más días y bajo el lema “De la indignación a la rebelión: escrache “al sistema”. Quieren un Madrid sin batidas ni identificaciones, sin desahucios, sin Eurovegas, sin represión ni multas, ni violencia patriarcal, sin la dictadura de los mercados, sin cámaras de vigilancia, sin corrupción, sin precariedad vital y sin opresión episcopal. Es el llamamiento que hacen los convocantes para dar a la festividad madrileña, el característico toque indignado» (La Vanguardia, 15/05/2013)
«Indignados de más de 800 países de los cinco continentes, están llamados a salir este sábado a las calles de más de 650 ciudades de todo el mundo, entre ellas Barcelona, Tarragona, Girona y Lleida , que han decidido sumarse a la convocatoria que el Movimiento 15-M, realizó el pasado 30 de Mayo para reclamar a nivel internacional “un cambio global” frente a la situación económica, política y social actual». (La Vanguardia, 15/10/2011)
«El Papa: “Es una vergüenza”. La tragedia de Lampedusa indigna al Pontífice, que visitó la isla el pasado mes de julio» (El País, 5/10/2013)
«Príncipe indignado por no estar entre los diez más ricos del mundo. Alwaleed Bin Tadlal (Arabia Saudita) criticó los criterios bajo los cuales, la revista Forbes sitúa a los más ricos del mundo. Al príncipe no le gusto que la revista norteamericana lo situara en el puesto 26 de la lista». (La Semana, 11/03/2013)
La indignación es un fenómeno que se ha generalizadlo por todo el mundo. Podríamos decir que al final, parecería que todos tenemos motivos suficientes para estar indignados y que vivimos un momento social en el que todo el mundo vive disgustado: los políticos con los ciudadanos y los ciudadanos con los políticos, los independentistas con los unionistas, los empresarios con los trabajadores, etc. Todos tienen razones, pero no saben si todas las razones tienen la misma base y fundamento. Tampoco no distinguimos si estamos dispuestos a poner en común estas razones, es decir a hablar.
Pero esta indignación ha tomado fuerza cuando ha afectado a los intereses de la gente acomodada. Durante mucho tiempo hemos dado por válida aquella sentencia de Martin Luther King (1929-1968): «Los de nuestra generación tendremos que arrepentirnos no sólo de las palabras y las acciones infames de las malas personas, sino también del terrible silencio de las buenas personas» Decía el sociólogo Salvador Cardús en un artículo de La Vanguardia: «Hipersensibilizados por la crisis económica y política, actuales, descubrimos escandalizados – no sin cierto fariseísmo- que abundan los comportamientos malévolos tanto en mayor como en menor medida. Una maldad, no obstante para la cual buscamos responsables estructurales, no fuera a suceder que nos salpicara a nosotros mismos».
Demasiado tiempo hemos permanecido quietos y satisfechos de nuestro bienestar, incapaces de indignarnos por lo que pasaba en otros países o sociedades que padecían en grado superlativo las injusticias económicas y sociales. Enrique Dussel, en el congreso “Edificar la Pau al segle xxi”, decía: «son las víctimas de la política, de la economía, del poder, todas aquellas que no tienen voz y se quedan al margen. Pero hemos de comenzar a hacer política, economía, desde las víctimas, desde los ignorantes de la tierra, desde aquellos a quienes antes ni tan solo considerábamos dignos de indignarnos por ellos» La democracia pide indignación, pero también compasión, es decir solidaridad con los otros.
¿Puede existir indignación sin compasión? ¿Cómo empoderar la sociedad civil para que haga propuestas de actuación?
Una cosa es gritar, otra hablar. ¿Cómo pasar del grito a la palabra? ¿Cómo escuchar y dar voz a los que no la tienen?
La indignación ¿puede causarnos un disgusto porque previamente hemos escuchado las propuestas de los otros? ¿Cuándo podemos éticamente indignarnos?
Jordi Cussó Porredón
Ponentes y ponencias:
Ivan Pera Ixart, Director de la Fundación Carta por la Paz
Natàlia Plá Vidal, Doctora en Filosofía. Miembro de la Universitas Albertiana
Eulàlia Reguant Cura, Coordinadora de FIARE Banca Ética en Barcelona
Reseña, reportaje fotográfico y monográfico