Por Elisabet Juanola Soria
Periodista
Santiago de Chile, abril 2013
Foto: http://www.ciudadredonda.org
William Shakespeare dijo hace muchos años que «el rencor es el veneno que yo me tomo para que se muera otra persona», y tenía mucha razón, como en muchos otros mensajes atemporales que dejó a la humanidad. Así mismo, perdonar no es un acto espontáneo, ni todo el mundo tiene la misma disposición para hacer el proceso de forma acertada. A veces implica dejar que pase el tiempo y, sobretodo, requiere la voluntad de la persona.
La Fundación para la Reconciliación fue fundada hace unos veinte años en Bogotá, por el doctor en sociología Leonel Narváez, a partir de su experiencia de acompañamiento a personas y comunidades que sufrían el conflicto armado colombiano. Actualmente esta forma de trabajo es utilizada en distintas ciudades de América, Europa y África y –entre otros reconocimientos– el año 2006 recibió la Mención de Honor del Premio UNESCO Educación para la Paz.
Esta entidad propone una metodología que se llama Escuela de Perdón y Reconciliación, (abreviada ES.PE.RE.), que de forma explícita separa el proceso de perdón del de reconciliación, definiendo que el perdón es una reparación personal que no necesariamente conlleva encontrarse con el agresor; el mismo hecho de entender la diferencia constituye un paso importante del proceso. Asimismo, después de perdonar, la persona tiene que dilucidar y decidir si quiere reencontrarse con ella o si es necesaria una distancia.
Las ES.PE.RE. proponen que a lo largo de varias sesiones en que se hacen unos ejercicios prácticos, simples y obvios, la persona tenga las herramientas para reparar el dolor causado por una ofensa. Esto se hace a través de unos pasos que de forma esquemática son: voy de la oscuridad a la luz; decido perdonar; miro con ojos nuevos; comprendo a mi ofensor; rompo cadenas y limpio el dolor. Son acciones en primera persona en las que cada participante tiene que hacer el proceso de una forma sincera e intransferible. Aún así, la metodología está pensada para hacerse comunitariamente. El grupo es imprescindible; es necesario que haya compañeros de viaje y testimonios de los procesos.
Tener las herramientas no significa necesariamente perdonar de forma inmediata, pero será un primer paso y dará luz. Muchas veces la Escuela es una especie de «bomba de relojería» explota un tiempo después. Por eso se recomienda advertirlo y acompañar en el proceso posterior. Las ES.PE.RE., aunque no sea una terapia, tienen una dimensión reparadora.
Se llaman «escuelas» porqué verdaderamente son aprendizajes que se pueden reproducir de forma práctica, una vez se conozca el proceso y siempre que el animador o animadora la haya vivido. O sea, no es suficiente con leerlo: es necesario vivirlo, hay que perdonar, lo cual toda persona necesita practicar en algunos momentos de la vida.
A veces las personas escondemos o negamos algunos dolores. Pensamos y decimos cosas como: «yo no tengo nada que perdonar», «no tengo ningún rencor», y esto nos impide limpiar las humanas y más que comprensibles heridas que conlleva vivir, crecer, renunciar, fracasar, despedirse, el duelo… De forma que ejercitar el perdón y vivirlo en primera persona es algo que puede servir a todo el mundo.
Publicado en la Revista RE