Por Caterine Galaz
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educació. Barcelona, septiembre 2013
Foto: Carolina Estelrich
En nuestro entorno ponemos la voz de alarma al ver el supuesto retraso en temas de género e igualdad entre mujeres y hombres a miles de kilómetros de nuestras cómodas casas, pero difícilmente cuestionamos estructuras o formas de vida que, en nuestro ámbito más próximo, pueden darse y que se consideran casi como “naturales”. ¿Cuántas veces hemos escuchado frases como a “esa chica el arroz se le está pasando”, o “a esta otra el tren la dejará”, o “es que le estaba sonando su reloj biológico”, o “es normal a esa edad que la naturaleza la llame”…todo aludiendo a un supuesto “instinto maternal” que emerge en un momento y que hace que las personas se decidan a tener hijos e hijas.
Pese a que existe una cierta percepción de que en temas de género nuestros contextos están mejor situados que otros, en el tema de la “maternidad”, podemos ver que existe aún una sobrevaloración del tema no siempre explícita en nuestro marco sociocultural, que lleva a que exista una mayor valoración social de las mujeres que optan por tener hijos e hijas de aquellas que no, posicionando a la maternidad y la paternidad como un valor y objetivo por encima de otras formas de realización personal y social. Aunque de forma velada, se manifiesta una cierta desvaloración social cuando esta meta no es alcanzada, o bien, es visto como algo incompleto. Todavía escuchamos discursos en que las mujeres si no son madres no parecieran alcanzar la realización o podrían llegar a frustraciones, sin cuestionarnos por qué no se hacen las mismas aseveraciones para los hombres.
Con esto no se quiere sostener que la opción de la maternidad es algo que retrasa a las sociedades en términos de género. Por el contrario, puede ser que esta “opción” realmente genere muchos dividendos personales, comunitarios y sociales. No obstante, no siempre es considerada como eso: “una opción posible” entre otras posibilidades igualmente válidas para las mujeres. El problema no viene a ser la opción de la maternidad, sino la sobrevaloración del ámbito y las exigencias sociales y expectativas comunitarias que se esperan de esta elección.
Ya el cuestionamiento al instinto maternal, aparecía en 1949 con Simone de Beavoir, quien puso en duda la supuesta naturalización de las conductas de las madres, y además, propuso directamente situarlas como parte de la cultura aprendida
Según la antropóloga Dolores Juliano, la hiperbolización de la maternidad ha ocurrido al superar el campo de las opciones posibles, al campo de lo “natural”, es decir, que se trata el tema como un cierto mandato instintivo y esencialista que supuestamente todas las mujeres deben cruzar, más allá del entorno social. Muchas veces no se lee la maternidad como un constructo social, como conducta que forma parte de un devenir histórico y situacional concreto, en otras palabras, como comportamientos que aprendemos por las influencias que aprendemos en nuestro entorno.
“Este sistema mítico de naturalización de las conductas se muestra especialmente eficaz: asignando a las mujeres como destino el amor maternal, el amor romántico y la pasividad sexual. En todos los casos esta interpretación quita méritos a la conducta en el caso en que ésta sea asumida, ya que se trataría de un mandato que las mujeres no podrían evitar y en cambio sanciona duramente su incumplimiento, pues lo quita del margen de las opciones libres (que siempre se reconocen a los hombres) y coloca su falta en el campo de la anormalidad”, señala la doctora Ana María Fernández en su libro “Las mujeres en la imaginación colectiva”.
Esta sobrevaloración de la capacidad reproductiva (biológica y socialmente) y de la capacidad de las mujeres como cuidadoras puede estar llevando también a que se genere una demanda en otros campos, para cumplir el objetivo social de crear núcleos familiares: éstos pueden ser en la reproducción asistida y en la adopción. Cabe señalar que estas opciones son totalmente legítimas como caminos de realización personal. Sin embargo, en algunos casos vemos que se vive como una obligación para el éxito y la aceptación social, que genera una excesiva frustración cuando estos caminos fallan ya sea por falta de información, por una sobre-exigencia personal después de múltiples esfuerzos e intentos, por consecuencias futuras de estas opciones no suficientemente consideradas, entre otros factores.
¿Pero se puede pensar en una maternidad diferente, que cuestione precisamente estos roles más tradicionales asignados al hecho de ser madre?
Reconocer que la opción de la maternidad no viene de algo esencialista o inmutablemente natural, y que es parte de la condición de personas socialmente construidas, es un punto de partida para abrir caminos precisamente a otras formas de hacer y vivir lo que es esta elección, más allá de las expectativas sociales que se esperan de una supuesta “buena madre”.
Aceptar esta base, puede posibilitar cuestionamientos de los prejuicios todavía existentes en torno a la maternidad, particularmente la valoración de la capacidad reproductiva y cuidadora exclusiva de la madre como algo biológico, y como si fuera un destino o premio mayor frente a otros posibles proyectos individuales; como también permitiría cuestionar al supuesto “instinto maternal”. La antropóloga Dolores Juliano plantea que se puede desmontar este supuesto lazo biológico desde la “antropología” al ver la diferencia de concreciones en el amor maternal en diferentes contextos socioculturales, pero también desde la “historia”, porque a través del tiempo se pueden comprobar los cambios y evoluciones de lo que significa traer hijos e hijas al mundo (vale ver cómo la práctica de abandono de niños era corriente entre los siglos XVI y XIX o el traspaso a nodrizas de cuidado). Si fuera algo natural y biológico, debería aparecer en cada grupo social a través del tiempo y con más persistencia entre menos sofisticación cultural se posea. Pareciera que no ha ocurrido así y más obedece más a una influencia social y contextual.
Por otro lado, pareciera que feminismo y maternidad se contradijeran. Pero no necesariamente. Creemos que pensar la opción de ser madres desde otra perspectiva no patriarcal, pasa precisamente por cuestionar las bases esencialistas que existen detrás del mito del instinto maternal, aceptando que es algo construido y que nos influencia para asumirlo como deseo personal. Las mujeres podemos ser creadoras de más proyectos igualmente importantes que el hecho de concebir seres humanos. Sin desmerecer que la maternidad es un proyecto atractivo pero optativo. Por tanto, ser madre o no serlo, no puede convertirse en un baremo de calidad de desarrollo de la vida de las mujeres a nivel social.
Es importante aceptar que la maternidad ha sido usada a través del tiempo como práctica social insertada en redes de poder con regulaciones patriarcales y capitalistas, donde las mujeres han quedado vinculadas a roles de responsabilidad exclusiva de la crianza y sus resultados. Se espera, aunque no se diga, que las mujeres “cuiden”, impidiendo relaciones emocionales diferentes entre hombres y mujeres, y entre hombres e hijos e hijas.
El trabajo estará, entonces, en constantemente reformular la manera en que nos posicionamos ante la “maternidad/paternidad-crianza” para tomar decisiones propias, ser mujeres y madres sin superponer uno de los ámbitos como único camino posible de realización. Podemos visualizar la responsabilidad que implica la crianza, transformando las jerarquías de género, partiendo por cambiar la separación entre el trabajo de cuidado (tradicionalmente asignado a las mujeres) y desvalorización de éste y el trabajo productivo como hiper-valorizado. Asumir, en otras palabras, que el cuidado es una tarea social compartida.