Por Anna-Bel Carbonell Rios
Educadora
Barcelona, febrer 2014
Foto: Creative Commons
Comprender de dónde venimos, qué ha habido detrás de nosotros, son las preguntas esenciales de toda la vida. No son fáciles ni todo el mundo ve su importancia, y menos aún los niños y los jóvenes, en un momento en que su situación familiar es cada vez más complicada. Sin embargo, estas deben formularse en voz alta, interiorizándolas, aunque hagan daño, y responderlas –no hay otra– en la intimidad del corazón para aceptar quién se es y vivir en paz el pasado, en plenitud el presente y con esperanza el futuro. La educación es el primer paso para avanzar y debe aprenderse en casa y también en la escuela.
Muchos de los jóvenes y de los niños de hoy en día, pese al revés que les ha dado la crisis, sobre todo en cuanto a cubrir las necesidades básicas y a la falta de oportunidades, etc., viven en una sociedad que los ha criado entre algodones y que actúa un poco como el protagonista de aquella entrañable película La vida es bella con su hijo. Jarana, fiestas, compromisos al mínimo o inexistentes, psicosis emocionales, etc., están a la orden del día; sobre todo, porque muchas familias han tirado la toalla; otras, no tienen tiempo y les compensan erróneamente cediendo a toda suerte de caprichos y porque otras muchas, por desgracia, ya tienen bastante con sobrevivir… En resumidas cuentas, todo les lleva a una indefinición de valores que les dificulta el abrirse camino para elaborar un proyecto de vida propio y más aún, cuando apenas se les ofrecen unas pautas básicas para tomar decisiones.
Debemos trabajar para tomar conciencia de la interioridad. Una interioridad que constituye la capacidad espiritual de la persona y que se nos presenta como una invitación a entrar, a asumir el riesgo de descubrir cosas íntimas que desconocíamos o que no resultan de nuestro agrado, a lanzarnos a la aventura de hacer silencio, al misterio. La espiritualidad debe entenderse como la capacidad de vivir lo más profundo de nosotros mismos y nuestras motivaciones últimas; las pasiones que nos animan, los ideales que nos llevan a vivir plenamente.
Mirar y atreverse a entrar dentro de uno mismo para luego brotar con mucha más fuerza. Conectar con el propio yo y cobrar consciencia de ello. Abrir los ojos, observar, contemplar…, escucha activa, soledad, silencio, encuentro con los otros…, mirarse –que no es, ni mucho menos, mirarse el ombligo– para descubrir quiénes son, en contraste con lo que ellos mismos y los demás chicos pensaban que eran, y al mismo tiempo ser conscientes de que más allá de ser hijos de… son personas con una existencia única e irrepetible y de que sólo ellos pueden tomar las riendas de su propia vida para poder ser realmente libres y felices.
En el interior de una persona no sólo hay órganos, arterias, huesos, músculos, vísceras…, sino también sentimientos, pensamientos, emociones…, que uno debe aprender a gestionar. La tarea de construir la propia interioridad es básica y debe hacerse en sintonía con el entorno social que a cada niño o joven le ha tocado vivir. Este debe elegir, escoger, dar sentido…, y para hacerlo tiene que dotarse de un conjunto de valores, de un proyecto de vida que le sirva de orientación a la hora de actuar. Debe llenarse interiormente para que en él resuenen las promesas –no siempre ciertas– que vienen del exterior, donde se mostrará tal como es, con sus capacidades, límites y potencialidades.
Educar también es enseñar a los niños y a los jóvenes a estar solos consigo mismos; a despertar su propia fuerza vital para que les lleve hacia el autoconocimiento y la búsqueda del sentido de la vida.
En un momento en que todo discurre más deprisa que nuestro sentir, en que no hay ni siquiera tiempo de asimilar que estamos vivos y en que sólo somos plenamente si estamos en comunidad, debemos acompañar más que nunca a nuestros niños y jóvenes a descubrir quiénes son y ayudarlos a aceptar y fortalecer las debilidades que todos tenemos. Sólo si se conocen a fondo, si se alegran de ser quienes son y buscan caminos de superación, los habremos hecho lo suficientemente fuertes y resilientes para enfrentarse a los reveses de la vida.