Por Sofia Gallego Matas
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, mayo 2014
Foto: cocemfecyl.wordpress.com
El pasado domingo 4 de mayo de este año, el diario El País publicaba un reportaje que titulaba «El futbolista notario”. Se contaba el recorrido profesional de un joven deportista, Borja Criado, que iniciado desde muy pequeño en el mundo del fútbol, llegó a jugar en la primera división de la Liga española. Una serie de circunstancias desafortunadas hicieron que fuera acusado de dopaje, hecho que le valió la imposición de una sanción menor y el consiguiente alejamiento del mundo deportivo. Borja tomaba un medicamento para evitar la caída del cabello y una de las sustancias integrantes del fármaco en cuestión, en ese momento, era considerada como dopante. Posteriormente una lesión en el tendón de Aquiles sufrida en su regreso a la actividad futbolística, provocó que bajara su rendimiento deportivo La sanción unida a su lesión y a la fatiga producida por los diferentes tejemanejes del mundo del fútbol profesional llevaron al chico a tomar una decisión; renunciar a él como profesión y como diversión. A partir de entonces dedicó todos sus esfuerzos al estudio de la carrera de Derecho y a la preparación de oposiciones a notario, de forma y manera que se encerraba a estudiar unas doce horas diarias. Finalmente, hace poco tiempo, Borja Criado ha conseguido una plaza de notario y actualmente ya está esperando un destino. No me extenderé más en el reportaje que se puede consultar en su totalidad en este enlace, pero sí quiero referirme sin embargo a la reflexión que me suscitó la lectura de esta historia. De como un fracaso –entendiendo por fracaso «éxito del todo malo, desastroso», según dice el Diccionario de la Lengua Catalana.DIEC2– puede convertirse en una oportunidad de cambio y de mejora tanto a nivel personal como profesional .
El caso anterior no es el único con estas mismas características. Podríamos encontrar también otros ejemplos en personajes conocidos, como Julio Iglesias, a quien siendo portero del Real Madrid una lesión obligó a decantar su actividad profesional hacia la música. En un ámbito más restringido, personas con trayectorias menos conocidas han tenido que vivir un cambio drástico en su vida: la pérdida de un familiar, el cierre de la empresa donde trabajaban, etc.
Actualmente las circunstancias adversas parecen haber monopolizado el pensamiento de las personas, especialmente, en los más jóvenes. Los mensajes de los medios de comunicación y el sentimiento generalizado de la población en su conjunto hacen que poco a poco la negatividad ocupe un lugar privilegiado en la vida de los individuos y pase a menudo de ser un sentimiento a ser una acción o mejor dicho o por decirlo de otra manera, una no acción, un no implicar ningún tipo de acción; de manera que la inactividad se justifica como consecuencia de las circunstancias económicas y sociales del infortunio particular. Sin embargo, existen personas que ante circunstancias adversas saben reaccionar de manera activa y cogen las riendas para dirigir el rumbo de su vida. Se trata de personas combativas, activas y pro activas para las que las dificultades no son escollos a superar sino oportunidades de mejora. El presente escrito no va dirigido a este tipo de personas sino a las personas que miran el futuro con cierto temor y pasividad, aquellos que no acaban de decidirse a pasar a la acción y que por ello se instalan en la inactividad y la apatía.
Hoy en día es muy corriente el término reinventarse, entendido como la capacidad de adaptación a nuevas necesidades. ¿Como nos podemos, sin embargo, reinventar? O lo que es lo mismo, adaptarnos a las circunstancias que nos rodean. Y, ¿cómo deberíamos hacerlo? En primer lugar, el joven debe explorar y determinar sus competencias, o sea, saber lo que hace realmente bien, aquello en lo que es competente. Si esta reflexión se hace de manera cuidadosa seguro que nos encontraremos con alguna sorpresa que no esperábamos. Hacemos más cosas bien de las que pensamos. Tenemos más habilidades de las que somos conscientes, pero no es suficiente pensar en términos de competencias sino que hay también que reflexionar sobre cuáles son las actitudes o sea, sobre qué disposición de ánimo se debe tener. Puede ocurrir que un buen nivel de competencias y habilidades queden enmascarados por una actitud poco positiva. Los valores y, sobre todo, la jerarquización de éstos es también un aspecto a tener en cuenta.
Una vez determinado el bagaje personal, resulta necesario descubrir en donde se puede poner en práctica éste. Utilizando un lenguaje tal vez algo mercantilista, se deberá reflexionar sobre en qué ambientes sociales y económicos pueden ser útiles las características detectadas. Formulada de manera menos mercantilista, la propuesta sería: ¿qué necesidad social puedo satisfacer con mis competencias, habilidades, valores y actitudes? Se impone, pues, una cierta exploración del medio social y económico que va desde el aspecto más próximo al más distante. Ciertamente, realizar esta exploración no resulta nada fácil. Actualmente, el exceso de información que tenemos a nuestro alcance nos dificulta para poder discernir y determinar qué es realmente importante de acuerdo con nuestros intereses y, por supuesto, nuestros valores. Una vez hayamos recogido la información pertinente, será el momento de planificar cómo pasar a la acción.
El objetivo de todo este escrito no es otro que el de poner de relieve que no hay ninguna situación que sea absolutamente negativa; siempre hay una luz al final del túnel .Sin embargo, es preciso ser trabajador y valiente para pasar a ser el sujeto activo de la propia vida.