Por Sofia Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, octubre de 2014
Foto: Creative Commons
En el transcurso de un reciente viaje a Paris, cuando estaba haciendo cola para acceder al Museo del Louvre, un niño de unos siete u ocho años pasó corriendo por mi lado y me dio un golpe. El niño se paró y, muy cortésmente, me dijo en su lengua: «Perdone señora». Esta casual situación me llevó a reflexionar sobre lo que antaño se conocía como urbanidad y quizás hoy se conoce más con el término de civismo, aunque ambas palabras tengan significados y matices diferentes: urbanidad se refiere más a las maneras y atenciones en la relación entre las personas, y civismo tiene un componente de comportamiento social y de respeto para con las normas de convivencia. Sin ánimo de querer elevar la anécdota a categoría de ley, este hecho me llevó a pensar en estos pequeños gestos que tienen como finalidad hacer más agradable la convivencia y esta reflexión será el objetivo de este escrito.
Existe una cierta variedad terminológica para nombrar la situación descrita: civismo, ciudadanía, urbanidad… Si tomamos la definición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua en referencia al vocablo ‘civismo’, éste nos facilita dos acepciones: la primera tiene un cariz más amplio que la segunda y dice así: «Celo por las instituciones e intereses de la Patria»; y la segunda: «Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia». Ésta última quizás sea la que mejor se ajusta al propósito inicial. El término ‘ciudadanía’, fue muy utilizado en la década anterior y se entendía como calidad y derecho de ciudadano o interés por la comunidad. Las palabras anteriormente descritas tienen como rasgo usual la consideración del bien común. La última palabra en litigio, ‘urbanidad’ es entendida como aquellas maneras de comportarse, especialmente en las relaciones con los demás. Otra vez queda de manifiesto la característica común de la consideración del otro. Y éste es el punto clave de la reflexión: la consideración y respeto por el otro, con la inclusión de todo lo que pertenezca al otro.
Sin lugar a dudas, la misma complejidad terminológica ya anuncia la dificultad de explicar las relaciones entre una persona y sus semejantes en una sociedad de las características de la nuestra. Cada vez que hay una pintada en algún transporte público o no se utilizan las papeleras de las calles, cada vez que se habla en un tono de voz elevado o se atropella a un transeúnte por la calle y encima se le increpa desmesuradamente, por citar sólo algunas de las situaciones más habituales, en definitiva, cada vez que no se tiene en cuenta al otro, se comete una falta de civismo.
En los años cincuenta y principios de los sesenta, las escuelas incluían en su currículum una asignatura llamada Urbanidad. El objetivo era facilitar ciertas reglas para el comportamiento social de los niños. El contenido era, por tanto, muy normativo y rígido. Esta normatividad y rigidez tenía algunos aspectos positivos y otros negativos. Entre los primeros hay que incluir el ofrecimiento que se hacía a los niños de unas pautas de comportamiento a las que atenerse si querían dar satisfacción a las demandas sociales de los adultos. Entre los segundos cabe citar el poco espacio a la expresión espontánea de la individualidad. Si bien no se puede considerar esta situación como el mejor método para facilitar pautas de comportamiento, sin lugar a dudas los modelos adultos de civismo y de ciudadanía también tienen un papel importante en el proceso de socialización de las generaciones y seguramente ejercían una influencia más o menos benéfica.
No se trata ahora de retroceder a tiempos pasados y oscuros. Han transcurrido ya muchos años y los cambios sociales que se han sucedido son muchos y profundos. Por todo ello los comportamientos actuales no pueden ser los mismos de antaño, pero aún así y a pesar de todo, las personas como tales han sufrido pocas modificaciones y sigue siendo necesario aplicar el civismo, la ciudadanía y la urbanidad como ingredientes que posibiliten una vida respetuosa y agradable entre los integrantes de una sociedad civilizada como la nuestra.