Por Javier Bustamante
Poeta
Barcelona, junio 2015
Foto: pandevia
Los primeros días en que comenzamos a hacer un tipo de ejercicio nuevo, experimentamos en el cuerpo ciertas sensaciones o dolores. Descubrimos que hay músculos y nervios que no conocíamos, de los cuales no éramos conscientes hasta que los ejercitamos más de lo habitual. Y, sin embargo, siempre han estado ahí. Y siempre han hecho, más o menos, el mismo movimiento, sólo que en menor intensidad.
La novedad despierta la consciencia. Y la novedad no implica siempre, por ejemplo, hacer un nuevo camino. En ocasiones, la novedad reside en recorrer el mismo camino, pero con una intención diferente. Intenciones inéditas como una rutina de ejercicios, Pilates, yoga, danza, una competición, una larga caminata… hacen de mi cuerpo –ese de siempre– un escenario nuevo.
Gracias a estas actividades, se establecen conexiones frescas entre la mente y el cuerpo. Nos vemos en la situación de coordinar ciertos movimientos que no eran frecuentes. Y esto, además de despertar la consciencia sobre el cuerpo, también despierta emociones. Sí, emociones que tienen que ver con el esfuerzo, la voluntad, la frustración, la alegría, la satisfacción.
De ser un morador pasivo de mi cuerpo, paso a ser yo una unidad, donde la consciencia de existir no es sólo una conjetura intelectual, sino una constatación sensorial. El aliento vital no es sólo un autoconvencimiento, sino que pasa por la inhalación y exhalación de mis vías respiratorias.
La intención, hasta cierto punto, tiene mucho que ver con la voluntad, con el deseo de conseguir algo. Por lo tanto, también está muy relacionada con la libertad. Las buenas intenciones o las malas intenciones tienen que ver con ese uso que damos libremente a nuestras facultades. Pero, lo cierto también es que llega un punto en que algo que comenzó con una cierta intención puede adquirir autonomía y escapar a la voluntad inicial. «No era mi intención», decimos. Aquí topamos con lo que se llama «el principio de realidad»: es esa intersección donde nuestra libertad interactúa con otras libertades. La causalidad y la casualidad se sientan a la misma mesa. La determinación y el azar conviven.
Nada más real. El querer hacer algo y el poder o no poder hacerlo. Aunque siempre podemos esforzarnos un poco más y conseguir un poco más, pero con frecuencia encontraremos ese límite que nos señala nuestra contingencia.
Retomemos el hilo: hacer lo mismo con una intención diferente. Esto ayuda a despertar la conciencia de que estamos vivos. Una intención diferente a veces es darnos cuenta de con qué intención hacemos las cosas, muchas veces ni lo sabemos. «¿Para qué me levanté hoy? ¿Por qué tengo que querer a las personas?» Hacemos las cosas por inercia. Y, lo que es más grave: somos por inercia.
Es necesario detenernos. Ser libres de detenernos. Escuchar qué intenciones nos mueven a vivir. ¿Son nuestras esas intenciones o se nos han ido adhiriendo y en realidad nos alejan de ser quienes realmente somos? Es posible que el detenernos a escucharnos, a contemplarnos, a contemplar el contexto en que respiramos, nos produzca algunas sensaciones nuevas, incluso dolorcillos, como cuando comenzamos un ejercicio nuevo. Esto es señal de que existimos y de que estamos haciendo nuestro recorrido vital, esta vez sí con intención.