Por Joan Romans
Físico
Barcelona, enero 2016
Foto: Creative Commons
Recientemente han proyectado la película Ático sin ascensor con este argumento: Un matrimonio de edad avanzada vive en un ático que no tiene ascensor y subir o bajar las escaleras se hace cada día más cansado. Deciden vender el piso y comprar uno que tenga ascensor. Cuando ya están convencidos, a punto de firmar el contrato de venda, el marido se lo repiensa y revoca su decisión. Se quedarán en el viejo piso a pesar de no tener ascensor. Su agente inmobiliaria se enfada mucho y le dice, muy irritada: «¿No ve que no podrá vivir toda la vida en este piso?» Y el hombre, con la aquella parsimonia y sabiduría que solo los años pueden dar, le responde: «No, ni en éste ni en ningún otro».
¡No podemos vivir siempre en la misma casa! En la misma casa material quizás sí, pero la casa que es refugio, cobijo y resguardo de toda nuestra vida, no puede ser siempre la misma.
Así, por ejemplo, tenemos una casa que son los padres. Los niños encuentran en ellos todo lo que necesitan para vivir y crecer. De ellos reciben el principal alimento de la vida: todo el amor que les permitirá crecer de una manera sana. También la convivencia con los hermanos será una buena escuela de aprendizaje de la generosidad, del compartir, del respetar, de saber ceder y tantas otras actitudes básicas necesarias para vivir harmoniosamente con los otros.
Crecemos físicamente y maduramos como personas. A lo largo de la vida acumulamos un caudal de conocimientos, de vivencias, sentimientos y emociones que van forjando y modelando nuestra persona hasta darle una personalidad propia y distinta de cualquier otra. Vamos construyendo nuestra propia casa. Está claro que la forma de percibir el mundo donde vivimos no es la misma a los veinte, cuarenta u ochenta años. Los deseos, las necesidades, creencias y convicciones, varían. También los miedos, preocupaciones, contrariedades y ataduras que nos sacuden y tanto nos marcan, son diferentes. La casa va cambiando.
A menudo hacemos reformas en casa. Cambiamos el baño o la cocina, sacamos el papel de una habitación y la pintamos, renovamos los electrodomésticos porqué se han averiado, compramos objetos nuevos que antes no necesitábamos –y que ahora nos resultan imprescindibles– y también, muy importante, tiramos trastos viejos que sólo nos estorban o nos incomodan.
Lo mismo pasa con la casa que construimos con la propia vida. ¡Cuántos criterios hemos tenido que ir cambiando para ajustarlos a una forma más humana de ver la vida! ¡De cuántos prejuicios nos hemos desecho porque no tenían fundamento o porqué eran injustos! ¡Cuántas mejoras ha experimentado nuestro carácter a fin de ser más amables y atentos hacia los que conviven con nosotros! ¡Cuántas renuncias hemos tenido que aceptar para facilitar la convivencia!
El paso de los años no debería ser en balde. Si vivimos con conciencia y sin estériles frivolidades –es decir, con seriedad–, constantemente estaremos haciendo tareas de mantenimiento, de reforma y de mejora de nuestra casa-vida.
Quizás nos pasa como a los vinos, que con el tiempo mejoran. Si la casa-vida es más habitable su inquilino se sentirá mejor.
Mudanza. Mudanza continúa.