Por: Joan Romans
Físico
Barcelona, marzo 2016
Foto: Creative Commons
Uno de los pilares de la física quántica es el llamado «principio de incertidumbre» que fue formulado por el físico alemán Heisenberg en el año 1925. Este principio dice, de forma resumida, que no pueden conocerse simultáneamente y con total precisión el valor de determinadas parejas de magnitudes físicas, como por ejemplo la posición y la velocidad de una partícula fundamental (partícula subatómica). Cuánta mayor precisión se tiene del valor de una magnitud, menos se tendrá de la otra. Eso implica que no se puede tener la certeza absoluta de determinados conocimientos. Es el indeterminismo característico de la física quántica en contra del determinismo de la física clásica.
En nuestra vida diaria, lejos del rigor que pretende tener cualquier disciplina científica, sabemos muy bien que la incertidumbre o la escasez de nuestros conocimientos generales es grande, hecho que a menudo no preocupa demasiado porque no afecta nuestros quehaceres habituales. Cuando los conocimientos se sitúan solo en la esfera de la cultura general, no es un problema para nadie admitir que debería tener más.
El problema radica y afecta cuando el desconocimiento se refiere a ámbitos que condicionan la manera de pensar y de hacer. A menudo hemos de tomar decisiones que se situan en el umbral de la ética –cuando no se encuentran de lleno en ese campo– y no sabemos qué pensar, ni qué decidir, entre las posibles opciones que nos parecen adecuadas. Tenemos, por supuesto, normas, valores y principios morales que guían pensamiento y ayudan a tomar la decisión más correcta en cada situación. Pero también es cierto que, ante determinadas y complejas circunstancias –que pueden afectar de forma importante nuestra vida y la de los demás–, nos damos cuenta que todo ese caudal de criterios no nos ayudan demasiado, ya sea porque son insuficientes, porque no creemos plenamente en ellos, porque no lo tenemos suficientemente enraizado en la vida o bien porque no nos hemos preocupado de irlo cultivando a fin de afrontar los nuevos retos que la vida nos pone en el camino. Dudamos, tenemos incertezas, nos paraliza el miedo a equivocarnos y pensamos que nos falta un conocimiento más riguroso, –con más certeza– a fin de actuar correctamente.
La incertidumbre no gusta, angustia y a menudo quita serenidad. La persona querría tener una respuesta clara, precisa e inmediata ante cualquier dilema que se presente. No tener que dudar nunca seria, quizás alguien pueda pensar, una utopía deseable. Pero no es así y bastante que lo sabemos y lo sufrimos.
Y la verdad es que nunca tendremos un conocimiento absoluto, una respuesta definitiva a las cuestiones más vitales, más humanas y más éticas. El proceso de duda, deliberación y decisión es una característica del ser humano. Hemos de aprender a convivir con esta incerteza que, en definitiva, nos hace avanzar hacia una vida más humana, responsable y con más plenitud. La rigidez puede resultar paradójicamente frágil. Afortunadamente no somos robots programados para responder de forma automática a cualquier interrogante que la vida nos plantea. Si así fuera, ¿dónde estaría la tan apreciada libertad humana?
No nos movemos en el ámbito de las matemáticas. No hay soluciones únicas y demostrables con lógica racional. Es quizás en este campo donde el método ensayo-error puede resultar más doloroso. Solo la vida misma nos dirá si hemos tomado decisiones correctas. La vida plantea preguntas y ella misma responde.
Tenemos que leer, leer la vida.