Por: Mar Galceran
Pedagoga
Barcelona, juny 2016
Foto: Assumpta Sendra
El término amor se ha convertido hoy día en una de las palabras más usadas y, al mismo tiempo, también en aquella a la cual se da interpretaciones bien dispares. Pero a pesar de los abusos del término o de las discrepancias en las interpretaciones, lo cierto es que, a lo largo de la historia, el amor no ha dejado de ser una de las aspiraciones fundamentales del ser humano, hasta el punto de poder afirmar que la vida pierde sentido si uno no tiene a quien amar o no se siente amado. El amor se convierte en la fuente del agua que sacia nuestra sed de vivir.
También en el ámbito de la pedagogía, des de la Grecia clásica, en que la enseñanza quedó instituida, hasta la actualidad, muchas corrientes y teorías pedagógicas han intentado desarrollar técnicas y métodos haciendo del amor una actitud, un talante, un estilo educativo para conducir a los educandos hacia su plena humanización y realización personal.
Con todo, la tecnocracia, el mercantilismo y el materialismo, la eficacia y el pragmatismo como valores fundamentales, así como el creciente individualismo, se convierten en una seria amenaza a la pedagogía del amor. Una pedagogía que toma la búsqueda del bien del otro, el desarrollo de su máximo potencial humano, como orientación fundamental del proceso educativo.
Porque hay que tener presente que educar las personas se hace, sobre todo, amando. El amor es el motor de la acción educativa y de la acción social. El amor entendido como una actitud hacia el exterior del yo, de uno mismo para encontrarse con un tú. El amor es una actitud que nace del impulso de encuentro amoroso, delicado, atento, cálido, acogedor, comprensivo, tierno y respetuoso con el otro; en una relación de entrega y reciprocidad. Pero el amor es más que un impulso lleno de sentimientos afectuosos o emociones más o menos intensas. A pesar de que nace de este impulso y lo incluya, el amor es fundamentalmente una tarea que implica tomar decisiones y hacer acciones buscando el bien del otro. El amor tiene, pues, una dimensión sensitiva y emotiva pero también una dimensión racional i pragmática. Y, por eso, la pedagogía del amor implica también hacer programaciones, proyectos, buscar recursos, planificar estrategias de prevención y promoción, prever y organizar aquellas acciones que pueden ayudar a las personas a crecer y desarrollarse.
Desde esta perspectiva entendemos que una pedagogía del amor tendría que promover y desplegar los ejes siguientes:
El descubrimiento y promoción del potencial humano que habita en el corazón de cada persona
La pedagogía del amor descansa en la certeza de que toda persona tiene una dignidad, unos dones y unos talentos específicos que es necesario ayudar a desplegar y llevar a la máxima plenitud. Educar implicará, pues, creer y confiar en las posibilidades de realización y de plenitud que se esconden en las personas, despertar el don que cada uno tiene, poner una obsesión en sus caminos de vida. La pedagogía del amor implica ser capaz de descubrir las potencialidades de las personas allá donde aparentemente solo se ven límites o dificultades. Para eso, será necesario un trabajo de contemplación y de discernimiento constante ante los deseos, inquietudes, intereses, habilidades, etc., de los educandos. Y, al mismo tiempo, una tarea de búsqueda, planificación, y organización de todos aquellos factores, recursos y elementos que lo puedan hacer posible.
La creación de espacios y de entornos de seguridad y confianza básica
La pedagogía del amor implica ser capaces de construir espacios y contextos donde se viva y se encarne el amor. Entornos donde la personas se sientas valoradas, apreciadas, potenciadas, reconocidas, cuidadas con ternura y respeto. Pasa por el establecimiento de vínculos interpersonales significativos entre las personas que les aporten la seguridad y la confianza necesaria para creer en ellos mismos y esforzar-se en la consecución de sus sueños, de sus proyectos, de sus deseos. La pedagogía del amor supone establecer nidos de confortabilidad, de calidez humana, donde los gestos y las expresiones de afecto llenen todas las relaciones construyendo hogares emocionalmente significativos.
La autonomía y la libertad
Amar y acompañar el camino de crecimiento de las personas es también un don, una gracia y, como indica Steiner, una vocación. Y uno deber ser consciente que, de la misma manera que el educador puede ejercer el papel de mediador significativo y crucial en este proceso, también puede caer en el riesgo de generar relaciones de dependencia, dominio, control o posesión del educando. El verdadero amor, pero, es gratuito, desprendido y profundamente respetuoso con el otro. Desde esta perspectiva, deberíamos situarnos como simples acompañantes capaces de mantenernos en la distancia justa, que ni invade, domina o agobia, ni ignora o se desentiende del otro. Como decía el pedagogo F. Deligny, educadores de presencia ligera, que están en la medida justa, de manera incondicional y que estimulan, apoyan y animan para que el otro pueda ser lo que él decida ser.
Finalmente señalaremos la corrección fraterna des de la misericordia y el perdón
Amar, buscar el bien del otro supondrá muchas veces ayudarlo a tomar conciencia de aquellos caminos o comportamientos que no le ayudan o dificultan el desarrollo de todo su potencial humano. Amar al otro no significa consentirle todo. La corrección es pues un deber y una responsabilidad en este proceso de acompañamiento, que no puede imponerse por la fuerza ni ejercitarse con autoritarismo, sino que solo con la dulzura del amor comprensivo y misericordioso puede tener posibilidades de ser acogida tantas veces como haga falta. El amor no se cansa nunca de dar oportunidades.