Por: Pere Reixach
Especializado en estudios del pensamiento y estudios sociales y culturales
Barcelona, enero 2017
Foto: Corrupció PPCC
¡Leemos poco los clásicos y tan necesarios como son! Sumidos como estamos en el ruido diario, inmersos en la avalancha de noticias de la actualidad, llenas de la corrupción, como los datos facilitados recientemente por el Consejo General del Poder Judicial, de los cuales se deduce que esta es un herida que no deja de sangrar. Entre julio del 2015 y setiembre del 2016 los tribunales españoles procesaron o abrieron juicio oral por delitos de corrupción contra 1.378 responsables públicos, de los cuales 303 corresponden a Catalunya que, desgraciadamente, se convierte en la comunidad con más casos de corrupción.
Contaminados por estas noticias tóxicas que nos dejan groguis, no sabemos tomar distancia y asentarnos en la experiencia y sabiduría pregonada por nuestros sabios antecesores de miles y miles de años atrás.
La humanidad ha avanzado mucho en conocimientos científicos y técnicos. Dominamos el método y las máquinas, pero casi somos analfabetos en el conocimiento de nosotros mismos, en sacar experiencia de los proyectos fracasados humanamente desdichados y en dominar los anhelos desaforados de nuestros instintos que pervierten los sentimientos más nobles.
Si leyéramos, meditásemos y encarnáramos, día a día, las enseñanzas de los clásicos, no caeríamos en la tentación de la corrupción y nos blindaríamos contra los que la practican. Descubriríamos que hay personas perversas que transforman las verdades en mentiras. Que su cuidada y culta dialéctica no la ponen al servicio de la verdad y de las instituciones que dicen servir, sino que lo hacen en beneficio propio.
Un claro ejemplo de estos sabios mentirosos lo encontramos en la Grecia antigua con el sofista Protágoras (490-420 aC), que dominaba el arte de la retórica y se dedicaba a impartir conferencias y clases privadas, por las que cobraba enormes emolumentos. Se autoproclamó y promovió como un gran defensor de la virtud, asegurando a quienes le escuchaban que volverían a casa siendo mejores personas y mejores ciudadanos. Relativista furibundo, afirmaba que el hombre es el centro y medida de la realidad. Este axioma le permitió relativizar y dar la vuelta a cualquier otro conocimiento o predica en favor del bien común.
La fortuna acumulada por Protágoras lo convirtió en uno de los hombres más ricos del cementerio pero, sin embargo nunca pasó del umbral de la mediocridad. Este mercenario de la ética mereció la reprobación de todos los grandes de su época y también de los posteriores que al final sintieron lástima por él.
¿No hay, todavía hoy, en nuestra vida social, empresarial, política e incluso religiosa, muchos mentirosos, profesionales de la palabra como Protágoras?
Pilar Rahola nos dijo, a través del canal 8TV y de su columna en La Vanguardia, que ella siempre, en los días de relajación, rehuía las noticias y de la literatura actual, para adentrarse en los libros clásicos que como mínimo tuvieran dos mil años de antiguedad. Estimulado por este ejemplo propongo la lectura de los Proverbios judíos que, a través de la Biblia, nos trasladan a la sabiduría del antiguo Egipto que reflexiona sobre la corrupción en los negocios, en la política y en todas las instituciones.
He aquí un aperitivo, por si os abre el apetito de más lectura clásica. Ojalá fuera así:
– Quien siembre iniquidad cultiva desgracia y el fruto de sus fatigas se evapora (22,8).
– El cómplice del ladrón se odia a sí mismo, porque escucha la maldición y no la denuncia (29,24).
– Sobre el corrupto vendrá la ruina de forma imprevista y en un instante quedará destrozado sin remedio (6,15).
– Los proyectos de los justos son la equidad, pero los planes de los corruptos son el fraude (12,5).
– El pan de fraude le es dulce al hombre, pero luego la boca se llena de grava (20, 17).
– Evita el dinero fácil, no vayas detrás de él, apártate y pasa lejos de él. (4, 15).
– La justicia eleva una nación, pero la corrupción es la decadencia de los pueblos (14, 34).