Por: Josep M. Forcada Casanovas
Barcelona, febrero 2017
Foto: Pexels
Nos encontramos en plena era de las redes de comunicación, que vehiculan, con extraordinaria rapidez, muchas posibilidades comunicativas dentro de la llamada revolución digital, en que se produce un cambio tecnológico que pasa de la técnica analógica a la digital. Por tanto, los avances tecnológicos abren nuevas formas de relacionarse las personas a partir de la sinergia de infinitos descubrimientos.
Comienzan nuevas formas de encontrase las personas, de dialogar, de transmitir vivencias, criterios y deseo que los otros sepan lo que eres y haces. Se crea un nuevo tipo de personalidad influenciada por estos mensajes que llegan de amigos o, incluso, de desconocidos que impactan en los receptores. La red posibilita hacer nuevos amigos y realizar proyectos y actividades en común con una participación de objetivos compartidos.
Se inicia una nueva pedagogía, quizá más anárquica, que influye directamente en la persona con un lenguaje que, a veces, es muy diferente del que utilizaban los pedagogos, pero que tiene una eficacia, a menudo, discutible. Las inmensas posibilidades de acceder a medios informativos, culturales, políticos, económicos, comerciales, investigaciones, etc. que se tenían que buscar en las bibliotecas o lugares especializados, hoy son fácilmente accesibles a través de la red. Actualmente, al formador se le abren innumerables y espectaculares maneras de enriquecer la capacidad intelectual de los alumnos, aun contando con el hecho que la red los sustituirá muchas veces.
Surge un nuevo tipo de personalidad que cuenta de una manera abierta con la comunicación a través de Internet. Antes, tal y como sucedía con la comunicación telefónica, se producía una determinada forma de atender la llamada, es decir, la manera como se mostraba el interlocutor, el estado emocional, el tono de voz… Hoy en día, por ejemplo, el FaceTime contribuye a superar incógnitas: la localización de la persona, el ambiente y el rostro, sin duda, hacen más real la escena comunicativa.
Los que están en la red y se abren a la comunicación no acostumbran a preocuparse demasiado por su intimidad. Actualmente es otra realidad, se pone el acento en un relativismo personal. La medida de la intimidad es muy subjetiva, y el ojo digital ve y registra muchos momentos de los ciudadanos. Algunos dan fácilmente sus datos: dirección electrónica, número de teléfono, el Facebook… ya que necesitan un protagonismo y tienen ganas de explicar sus ideas, preocupaciones, fantasías, opinar… Incluso, a veces, se lanzan a hacer intervenciones atrevidas, acusaciones, comentarios propios de investigaciones, a menudo poco contrastadas. El afán de opinión puede llegar a formas calumniosas que pueden quedar escondidas y protegidas a partir de estrategias que hacen que se puedan esconder a los acusadores, y los acusados no tienen otro remedio que asumir unas consecuencias muy dolorosas, ya que quedan colgadas en la red.
El mundo de la virtualidad cada día abarca más todos los ámbitos sociales, es decir, cada vez son más las personas atrapadas en las redes. Esto nos recuerda aquel pensamiento que defendía McLuhan cuando hablaba del «Vecindario global», conocido normalmente como Aldea global y que se está cumpliendo en gran medida. Un «vecindario» cada día más amplio, donde entrar y «abrir las puertas» es tan sencillo como clicar un botón. Un «vecindario» sui generis que, además, implica la enseñanza virtual que facilita la localización de las personas a través de GPS, tan utilizado por la policía o por los padres para controlar a los hijos. En este «vecindario» hay tantos recursos digitales, que realmente empequeñecen de momento nuestro planeta. Hoy en día a modo de experimento, pero quizá algún día, no sabemos cuándo, se tendrá que utilizar en otros planetas o galaxias. No me consta que McLuhan pensara en estas conquistas o en un porvenir próximo.