Por: Pere Reixach
Especialitzado en estudios del pensamiento y estudios sociales y culturales
Barcelona, marzo 2017
Foto: ESET
El Mobile World Congress se ha clausurado en Barcelona como la mejor edición de su historia. Lo dice la prensa. Ha sido como un Aladino con su lámpara mágica. Ofertas y más ofertas para construirnos un mundo más cómodo y plácido, al alcance de nuestros deseos.
¿Será un «mundo mejor»? Me parece que no. Por lo menos si tenemos en cuenta que el Foro Económico Mundial, reunido en Davos, ha abierto las puertas al futuro (¿al suyo?) y ha anunciado que ya tenemos aquí «la industria 4.0», es decir, la «4ª revolución industrial» donde se desarrollará masivamente la robotización de las empresas.
Se prevé que en cinco años se ahorraran siete millones de puestos de trabajo y quizás, con suerte, las nuevas tecnologías crearan unos dos millones. Resumiendo, cinco millones de trabajadores irán a la calle.
No es banal que el filósofo postmaterialista Jordi Pigem, ganador del XXV Premio Joan Maragall con su obra Àngels i Robots, se pregunte: «¿Dónde nos llevará el impulso de la explosión tecnológica de los últimos tiempos? ¿Es la demostración del progreso de la modernidad o el síntoma de un proceso deshumanizador?»
También me permito hacer una pregunta: ¿Sabremos desarrollar una ética de acuerdo con el nuevo mundo de relación con los robots dotados de inteligencia artificial? Tomemos un poco de perspectiva. Apenas encarrilara la cuestión sobre si los animales son agentes éticos y han de ser objeto de derechos y deberes, que ya tenemos en la palestra el debate sobre si las máquinas y los robots han de ser también objeto de una dimensión ética.
De hecho, la reflexión filosófica sobre la relación hombre-técnica es tan antigua como el mismo discurso filosófico. Pero es ahora y aquí, cuando se deja entrever la gran potencialidad de la máquina y el mundo nuevo que crea la tecnología, que se hace urgente la reflexión y sobre todo su divulgación. He ahí dos muestras: Herbert Marcuse, el filósofo de la Revolución de Mayo del 68 nos dice en El Hombre unidimensional: «La sociedad tecnológica es un sistema de dominación que ya opera en el concepto y en la construcción de técnicas.» Según el filósofo de Burdeos, Jaques Ellul: «El hombre se ha hecho omnidependiente de la técnica. Se podrá decir que el hombre, gracias a la técnica, se ha librado de las necesidades de la naturaleza, pero eso ha sido solo para quedar atrapado en otra necesidad, la del mundo del artificio, de la programación y del control.»
Sin embargo, el discurso ético sobre las máquinas ya no es sobre su uso y prevención, sobre si son la causa de sucesos apocalípticos para la humanidad, sino sobre algo más cotidiano que queda reflejado con la siguiente consideración: si las máquinas, especialmente la robótica, configuran nuestro día a día y colaboran con nosotros en el hogar y en el trabajo, ¿cuál ha de ser nuestra relación con estas máquinas?
El tema no es menor y ya ha entrado en la dinámica legislativa. El Parlamento Europeo ha aprobado una resolución que insta la Comisión Europea a regular el ámbito de la robótica y la inteligencia artificial. El informe propone que los robots paguen impuestos y seguridad social, que tengan el botón de la muerte para que puedan ser apagados, que se determine quienes serán los responsables de los accidentes que puedan ocasionar y que, en caso que lleguen a ser más inteligentes que nosotros, apliquen leyes de control.
De hecho, hace diez años, un grupo de científicos británicos se reunieron en el Museo de la Ciencia de Londres, por encargo del gobierno, para debatir los «Derechos de los Robots». Partían de la premisa que, con el desarrollo de la inteligencia artificial, puede ser que un día las máquinas adquieran consciencia y sientan emociones.
¿Cómo las trataremos entonces? ¿Tendrá el propietario derecho a desenchufarla o destruir su programación inteligente? ¿Será eso un asesinato? Si el robot tiene la forma de perro, con un nivel mental equivalente a este animal y limitada su gama de emociones, ¿sería cruel pegarle o sólo sería dar golpes a unas piezas metálicas o de plástico? ¿Podrán llevar armas los robots? Si se envía un robot para asesinar a un ser humano, ¿de quién será la culpa? ¿De las personas que lo diseñaron, de la empresa que lo construyó, de quién lo adquirió o de la misma máquina?
Estas y muchas otras preguntas es necesario hacernos sobre nuestra relación ética con las máquinas. Sin embargo, tomo el dicho «doctores tiene la iglesia», y les ruego que se espabilen, trabajen y configuren un «código ético» antes que los robots lo hagan.