Por: Rocío Muñoz Montes
Ámbito Maria Corral
Barcelona, marzo 2017
Foto: Margarita Amigó
El jueves 16 de marzo, el Ámbito Maria Corral trató el tema sobre «El silencio fructífero» en la 224 Cena Hora Europea moderada por Assumpta Sendra i Mestre, doctora en Ciencias de la Comunicación y Humanidades.
El poeta, Javier Bustamante y Enriquez, hizo la primera aportación desde unas apreciaciones personales para acabar aterrizando en la práctica que hace en el monasterio de Sant Jeroni de la Murtra: acoger personas que quieren hacer silencio. Dijo que «El silencio tiene la misma entidad que el aire, que el agua, que el Sol, que la tierra, es indispensable para poder vivir, y se encuentra en todas partes. Yo soy quien tengo que despertarme al silencio y tomar conciencia de su presencia a mi vida. El silencio lo habita todo y en el silencio nosotros somos y estamos.» Definió el silencio como «escucha, apertura de los sentidos, salida del propio umbral. Es el despertar de todos los sentidos, que permite recibir y dar.» Además, fructifica en la unificación del ser y nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos. Porque «nuestra persona cobra dimensiones gracias a la libertad que da el silencio, puesto que el silencio es el código común que disuelve las barreras de los varios idiomas». Para acabar, explicó que las «murtras» son espacios de reposo, para poder tomar distancia de la cotidianidad, reflexionar, repensar y tener todo esto en un clima de soledad y silencio.
Daniel Gabarró, sherpa y humanista, constataba que el silencio no existe y que tampoco fructifica. Lo que existe es la palabra. Dijo que: «Denominamos silencio al momento en el que callamos porque en realidad, cuando yo callo empiezo a recibir, a ser, puedo escuchar una voz profunda dentro de mí que pregunta quién soy, que quiero de la vida, que quiero aportar a la vida. Esta pregunta siempre está pero, a veces, mi ruido, mi habla, la oculta. Afirmó que sólo podemos escuchar cuando nos vaciamos y dejamos que la vida sea, cuando nos damos cuenta que es la vida la que da fruto a través nuestro cuando dejamos que la palabra hable. Dijo dos maneras de encontrar la palabra: darnos cuenta que detrás de todo hay una cosa que no está, y escuchar todo el que sí que existe, «porque todo lo que existe sólo puede ser parto del que es». Acabó afirmando que «cuando callo dejo que la vida hable. Yo no fructifico, el silencio no fructifica» la palabra es quien lo hace.
El profesor en el ISCREB y escritor, Josep Otón, empezó diciendo que «El silencio es seguramente una cosa muy propia de nuestra naturaleza que nos hace ser humanos, pero que tenemos que probar, adentrarnos.» Habló de dos tipos de silencio: el defensivo, aquel que pone barreras para no dejar que los otros entren, y el fructífero, que es escuchar. Resaltó que «cuando haces silencio, cuando tienes ausencia de ruidos de fuera, brotan los ruidos de dentro. El silencio es la madre de la palabra y lo que sale de este es palabra viva». Además, tiene tres dimensiones: escucharse a uno mismo, a los otros y al misterio de la existencia. Acabó con algunas cuestionas prácticas, puesto que considera el silencio como una disciplina, hermano de la profundidad y de la atención, que hace que nos abramos a las profundidades del ser, nos da raíces profundas, que hace que tengamos dentro un abismo que hace que no nos movemos a la superficialidad y que podamos escuchar aquello que tenemos y que normalmente no vemos. Es entonces cuando el silencio resulta fructífero.
Gemma Téllez y Bernad, presidenta de la Casa del Ser, nos animó a conocernos a nosotros mismos y habló del silencio como necesidad sentida y practicada. A partir de sus experiencias personales nos habló del silencio como escucha profunda, de querer compartir, construir y estar cerca del otro. Afirmó que hay situaciones complejas que «sólo se vencen desde el silencio, desde centrarte, confiar y desde aquí sacar todo aquel conocimiento que tienes». Presentó la Casa del Ser, que nació con «el anhelo de acompañar porque cada vez es más necesario». Explicitó que: «Saber acompañar quiere decir escuchar toda su complejidad y también todo lo que nos tienen que decir». Comentó que: «El silencio, como nos indica el principio de la palabra, nos permite decir sí, nos permite hacer un giro de ciento ochenta grados y en lugar de decir no, que es el que nos apetecería decir a veces, por miedo, duda o pereza, nos permite obedecer desde la escucha y decir donde tengo que ir, mirar donde tengo que acompañar.» Finalmente, resaltó que: «Todo está relacionado con todo, que todo es uno, y que si yo soy capaz de silenciarme también mi entorno se silenciará, ya que es importante que nos reconectamos con nosotros, a nuestro corazón, todo aquello que pensamos, sentimos y hacemos.»
La cena concluyó con un coloquio muy interesante gracias a las intervenciones de gran parte de los asistentes, que acabaron de perfilar el tema tratado.
2 comentarios
El silencio puede significar: 1. cerrarse al otro, no querer oírlo ni aceptarlo; pero también puede significar: 2. reflexionar sobre algo que tenemos en la memoria, vivido o pensado; 3. descansar del ruido, relajarse, no pensar en nada; 4. rememorar algo que nos hizo felices, o sea volver a ser felices con el recuerdo, disfrutándolo; 4. analizar con sinceridad algo que no decimos por pudor, por vergüenza o por estar confundidos; 5. sentirnos dentro del universo, en el tiempo y en el espacio; 6. unirnos con Dios, con el principio del ser, con el origen,
El silencio nos da la posibilidad de conocernos, afirmar nuestra personalidad y aceptar al otro en su diversidad; a las personas que nunca están en silencio se les dificulta vivir. Es bueno para la salud mental pasar ratos en silencio para poder experimentar los puntos que enumeré…
Espléndida reflexión. Es importante disponer de tiempos de silencio y analizar lo que estos nos aportan.