En los últimos decenios de la historia de la humanidad se ha despertado la consciencia ecológica: hay que cuidar el planeta. De la misma manera que cuidamos el cuerpo, por primera vez tenemos constancia que la salud de nuestro planeta podría estar en peligro. Hasta hace relativamente poco, la acción del hombre no lo afectaba, la Tierra era naturalmente capaz de regular sus propios ritmos y lentos cambios. Ahora la fuerte industrialización y las actividades humanas alteran los ritmos biogeológicos que durante millones de años el planeta ha tenido. Y eso, naturalmente, afecta a la climatología y en consecuencia a la flora, la fauna y la vida del hombre.
De cambios siempre ha habido. Recordemos las diversas glaciaciones pretéritas que el planeta había sufrido. El hombre, de haber existido, no los habría apreciado: su vida era demasiado corta en relación a la lentitud de los cambios. Ya no es así. En relativamente pocos años observamos cambios importantes en la climatología: temperaturas cada vez más elevadas y en zonas no habituales, olas de calor más frecuentes, la aparición de tornados en nuestras latitudes, el deshielo de los polos y los glaciares, el debilitamiento de la capa de ozono que no filtra suficientemente los rayos ultravioletas, el aumento de la concentración de dióxido de carbono a la atmosfera que favorece el efecto invernáculo. A todo esto hemos de añadir la creciente desforestación de la Amazonia, incendios devastadores de bosques, la acumulación de plásticos en el fondo marino, las radiaciones emitidas por accidentes en plantas nucleares, las emisiones de gases tóxicos de los vehículos y las grandes industrias. Este largo listado de fenómenos no son simples apreciaciones, los datos científicos lo constatan claramente.
Mientras que los científicos nos alertan de estos cambios y consecuentes peligros, otras personas y administraciones o entidades los ignoran o los minimizan. ¿Por qué? ¿Qué razones se esconden detrás de la negación de unos hechos que parecen evidentes? Sin duda hay poderosas razones económicas. Cambiar los métodos de producción es un proceso difícil, largo y muy costoso y no todas las empresas están dispuestas a ello por miedo a perder competencia en el mercado.
Hay una emergente consciencia ecológica: programas para favorecer la recogida selectiva de residuos para facilitar su reciclaje, la reparación de utensilios averiados en vez de tirarlos, la reutilización de materiales. Campañas institucionales y materias lectivas en las escuelas para sensibilizar sobre el peligro del cambio climático. Todo esto está a nuestro alcance. Por parte de la industria vemos que también se está investigando y difundiendo más el uso de energía solar, eólica, la construcción de edificios inteligentes que optimizan los recursos energéticos, vehículos menos contaminantes, y un lago etcétera. Hay síntomas de cambio, de alerta generalizada. Todo eso, pero, ¿es suficiente?
En esta cena nos preguntamos:
¿Hay suficiente consciencia ecológica del planeta? ¿Qué podemos hacer al respeto?
¿Tienes la Tierra suficientes recursos para hacer frente, ella sola, a tantos y bruscos cambios?
¿Cómo la educación puede contribuir a la cultura de la sostenibilidad?
¿Qué planeta dejaremos a las generaciones venideras si no actuamos de forma responsable?
Joan Romans i Siqués
Ponentes:
Tomàs Molina
Cap de Meteorología de Televisió de Catalunya
Profesor asociado de la Universitat de Barcelona
Juan David Escorcia García
Periodista y educador
Margarida Feliu Portabella
Educadora Ambiental – Societat Catalana
d’Educació Ambiental. Vicepresidenta del
Consell Comarcal d’Osona Àrea Sostenibilitat
Moderador:
Jaume Aymar i Ragolta
Director de Ràdio Estel y Catalunya Cristiana