Por: Eva Galí Molas
Psicóloga
Barcelona, septiembre 2020
Foto: Pixabay
La pandemia nos ha transportado de un tsunami de sentimientos sobrecogedores a un «desierto emocional» inhóspito, que nos ha sumido en un profundo y confuso desaliento individual y colectivo.
Cierto es, que los cambios tan duros, repentinos y extraordinarios a que nos hemos visto sometidos en un breve periodo temporal han desbordado nuestros recursos de adaptación y supervivencia a la nueva realidad.
Ciertamente, el escenario de una desconcertada y desmayada conciencia colectiva ante la incertidumbre agobiante de la situación actual, junto con la vorágine de cambios que divisamos en el horizonte, han afectado la capacidad de asimilación y de reacción para afrontarlos. En consecuencia, nos balanceamos en una inestabilidad psicológica y emocional, que incluso puede llegar a hacer tambalear el sentido de la existencia.
Sin embargo, este nuevo escenario de incertidumbre y confusión ofrece reinventarnos y reinterpretar nuestro sentido vital, oportunidad que ha traspasado y traspasa cada vez más el plano de la «necesidad». Ante una crisis humana global, el sistema inmunitario social y existencial tiene que erigirse en protagonista del «cambio».
Es momento de liberarnos de creencias, temores, carencias… que reprimen la capacidad creativa y de poder reencontrarnos con una existencia más placentera y a la vez compatible con la nueva realidad. Aun así, en esta tarea emprendedora del propio proyecto vital se convierte en una prioridad regenerar nuestro «cuerpo» emocional, que todavía permanece impactado por la tristeza, la melancolía, el amedrentamiento, la incertidumbre y la desorientación.
Un reto inédito ha irrumpido en la existencia individual y social, pero dichosamente y a pesar de no ser conscientes de ello, la capacidad de aprendizaje del ser humano resulta una fuente inagotable y multidimensional para la supervivencia humana, en el plano material, funcional y también espiritual. Por lo tanto, las semillas de la esperanza radican en nosotros mismos y podemos renacer emocionalmente.
Las emociones positivas y reconfortantes para nosotros necesitan una dosis de descanso mental, procesos cognitivos de madurez de la experiencia acumulada, compartir con el otro, buscar o redefinir el sentido de la vida, objetivos motivadores a lograr, chispas de alegría para el gozo o deseo de mejorar nuestra realidad.
Es entonces cuando podemos abrir un nuevo espacio de introspección y de reflexión personal, ofreciéndonos la oportunidad de cultivar la creatividad para encontrar nuevas y eficaces maneras de pensar, de construir, de comunicarnos, en definitiva, de vivir, para lograr aquel bienestar personal que actualmente se concibe más como un anhelo que como una probabilidad.
Toda esta «empresa» creadora de nosotros mismos será mucho más enriquecedora con la colaboración dinámica, interactiva y compartida con los otros.
Las olas expansivas para reinventarnos entran en el ciclo de retroalimentación positiva constante entre el ente individual y el social, y al revés.
Nosotros somos los guionistas de esta gran «obra» que es la propia vida y de nosotros mismos depende escoger «secuencias» vitales de creatividad positiva o, bien el contrario, de dejarnos «seducir» por la insatisfacción y la desesperanza.
Cada uno de nosotros somos los únicos emprendedores de nuestro proyecto vital. Cada día puede nacer una semilla nueva que dé nuevas alternativas, herramientas… para mejorar la calidad de vida con el espíritu de contribuir a la evolución humana y social, propia y del otro y del ente colectivo.