Percepciones erróneas
Por: Sara Canca Repiso
Ingeniería Informática y Grado en Sociología y Psicología, Cádiz
Diciembre 2021
Foto: Pixabay
¿Cómo descubrir lo que hay detrás de una palabra, de un gesto o de un beso? Con naturalidad, usamos nuestro sistema de creencias para emitir un juicio y hacernos una idea de la situación en la que nos encontramos. Sin embargo, la realidad no deja de ser mucho más extensa que la simple apariencia o experiencia que de ella tengamos. Frecuentemente, reducimos a impresiones lo que lo global nos aporta y defendemos fuertemente aquello que deducimos con los escasos datos que tenemos. Sin embargo, siempre hay algo que se nos escapa.
En las ciencias sociales, hay aspectos que son valiosos y eficaces para ciertas circunstancias pero que se muestran perjudiciales para otras. El autor norteamericano Benjamín Barber señalaba que el científico había sido cegado por sus ideas científicas preconcebidas y que son los propios procesos que favorecen la investigación los que provocan cierta cantidad de percepciones erróneas.
Ciertamente, nuestra perspectiva puede nublar o distorsionar esa realidad. Creer que la vida funciona de una sola manera, que solo es feliz quien tiene pareja, que tan solo te puedes sentir realizado si tienes hijos o que eres un fracasado si tu relación fracasó, si te despidieron del trabajo o si tu amigo te traicionó, es desvirtuar la realidad. El modo de situarse ante la vida de una manera positiva no es ingenuidad, sino una postura vital, ya que vivimos a través de la perspectiva que tenemos de la realidad. Absorbemos información del mundo y la interpretamos basándonos en nuestras propias ideas y creencias.
Así, la percepción de cómo nos vemos va a influir en nuestro estado emocional. Cómo me percibo a mí mismo, qué relación tengo conmigo. ¿Me percibo inútil, me percibo capaz, me percibo simpático, inteligente, tonto? La percepción específica y genuina de cada uno va a enmarcar cómo nos desenvolveremos en la cotidianeidad de nuestros días.
Cuando nos basamos en lo que hacemos y no en lo que somos llegan las crisis de identidad. Nos definimos por el trabajo, por el rol que más nos caracteriza (madre, padre, pareja…), por algo que hacemos. ¿Y si esa situación deja de estar en nuestras vidas? ¿Corremos el riesgo de entrar en crisis? Si llevamos varios años trabajando en una empresa y nos jubilamos, es probable sentirnos perdidos y no saber ni quiénes somos. Hemos de redefinirnos. Suele ocurrir también cuando los padres experimentan el síndrome del nido vacío o un recién egresado comienza en el ámbito laboral.
Por ello, es importante tomar conciencia de quiénes somos más allá de lo que hacemos para no deteriorar ni la autoestima y ni nuestro autoconcepto. Paralelamente, si creemos que las personas que nos rodean nos perciben de la misma manera que nosotros nos vemos, puede afectar a las relaciones.
En la sociedad, no es difícil encontrar a quien asevera cómo actuaría, ante una situación concreta, de manera más tajante y segura que tú mismo incluso. Es espeluznante cómo conocen tus palabras, tus silencios y tus propios sudores. Así, nos convertimos en determinantes, no de los del matemático Leibniz, sino de los que, con una soberbia abrumadora, ven venir las cosas, sin otra opción posible. Es cierto que nos podemos acercar, sin dejar de ser especulaciones que, ni con las técnicas más avanzadas de probabilidad, se pronostican acertadas.
¿De qué estás hecho? ¿Cuál es tu valor intrínseco? ¿Cuáles son los valores fundamentales que te mueven a hacer aquello que haces? Porque lo que haces no es lo que eres.
Si somos capaces de responder a estas cuestiones vitales, descubriremos nuestro Ikigai, nuestra razón de vivir, de ser. Una razón por la que levantarse cada mañana.
Open your mind, abre tu mente, ya que no hay un patrón único de conocimiento y podemos perdernos la otra parte, quizás más rica y sorprendente.