Sara Canca Repiso
Psicóloga
Foto: Sorkunde Olivares
Fecha de publicación: 17 de octubre de 2023
Hace unos días, asistí a una charla sobre Inteligencia Emocional. La ponente, muy didáctica, nos presentaba el circuito necesidad-demanda-satisfacción y nos planteaba la siguiente cuestión: ¿Por qué empezamos a expresarnos, desde la infancia, a partir de la necesidad?
Ciertamente, existe una diferencia entre necesitar, satisfacer y demandar, y es difícil de diferenciar. Por ejemplo, cuando un bebé llega al mundo, después de habitar en una esfera inagotable de recursos, es arrojado del cuerpo de la madre. Tiene que salir, se le acabó el tiempo de plenitud, de no necesitar nada.
Los seres humanos somos seres en falta, ya que llegamos al mundo siendo uno con otra y esa otra nos arroja. Así, comienza la búsqueda, el reencuentro con esa plenitud de la que venimos. El llanto se convierte, de esa forma, en la primera expresión de una necesidad, de una búsqueda de satisfacción: búsqueda de arropo, de calor, protección y alimento. Si el bebé llora, la madre o el padre lo mece, lo coloca en su pecho y vuelve a oír el torrente sanguíneo, ese sonido que le daba seguridad y al que estaba acostumbrado. Si el bebé llora, sus progenitores lo arropan y encuentra esa temperatura que necesita. Si el bebé llora, le dan leche.
La criatura demanda tibieza, calor, protección, seguridad y atención, volver a estar lo más próximo a esa plenitud en la que estaba. Nos pasamos el resto de la vida tratando de llenar ese vacío. ¿Qué es lo que nos moviliza a esa búsqueda voraz en la que convertimos, en ocasiones, nuestra necesidad? Búsqueda de tener, de adquirir, de lograr que, definitivamente, no responde a las necesidades sino a las demandas.
Si ese niño o niña, a los años, patalea porque no le dan el juguete que tanto desea, ¿necesita lo que está pidiendo? No lo necesita, lo demanda. Si el adolescente se enfada porque no le compran el último modelo de zapatillas deportivas, ¿necesita lo que está exigiendo? La demanda sería más el deseo de plenitud, de completitud, de no sentirse insatisfecho.
Así iniciamos nuestro proceso. Nuestras emociones nos indican lo que es importante para nosotros. Me recuerda a la pirámide del psicólogo humanista Maslow, quien clasificó las necesidades en una jerarquía con cinco categorías, desde la base: necesidades básicas o fisiológicas, necesidades de seguridad, necesidades sociales, necesidades de estima o reconocimiento y necesidades de autorrealización. Estos niveles, ordenados desde la necesidad más básica a la más suprema, nos indican que, una vez las personas tengan cubiertas sus necesidades primarias, subirán al siguiente nivel de la pirámide. Conforme vayan satisfaciendo cada nivel, las personas desarrollarán deseos más elevados hasta llegar a la cúspide de la pirámide. ¿Qué mueve a las personas en su forma de comportarse y por qué algunas se sienten más satisfechas que otras con sus elecciones?
Para tomar conciencia de las emociones que siento en cada momento y para desarrollar nuestra inteligencia emocional intrapersonal fundamental, el autoconocimiento es imprescindible para saber identificar las emociones agradables y desagradables, que experimentamos en nuestra vida en este momento y las necesidades a las que están asociadas. ¿Necesitamos siempre aquello que deseamos? ¿Confundimos las necesidades con el modo de acceder a ellas?
Frecuentemente, confundimos nuestras necesidades fundamentales, como puede ser el reconocimiento, con el modo de responder a ellas, por ejemplo, las felicitaciones por el trabajo realizado. Puede ser que para mí sea importante que reconozcan los logros laborales y, sin embargo, mi jefe no me felicita. ¿Cómo puedo cubrir esa necesidad? La propia pregunta ya me mueve a encontrar la clave: descubrir, en otros ámbitos de mi vida, fuera de lo laboral, que puedo encontrar estima en alguna actividad que domine, que me resulte satisfactoria y enriquezca esta forma de conocimiento.
Nuestras emociones también nos hablan de nuestros valores, de las direcciones de vida que dan sentido a nuestra existencia, de nuestro ikigai, el secreto japonés que hace que te levantes cada mañana con energía y entusiasmo. Cuando combinas lo que realmente amas, con lo que se te da bien, por lo que te pagarían y lo que el mundo necesita, encuentras tu propósito, una pasión para toda la vida, para vivir más y mejor.