J. Corbella i Duch
Abogado
Foto: Schanin de Pixabay
Data de publicació: 16 setembre 2024
Durante todo el año, en pueblos y ciudades, encontramos fiestas y celebraciones que conmemoran, generalmente de forma lúdica y participativa, hechos y/o actuaciones de un pasado más o menos remotos. Así pues, parece que no tengamos nada en el presente para conmemorar y celebrar, y que solo en el pasado encontramos una satisfacción colectiva que, al mismo tiempo, nos da identidad y que actúa como elemento vital y vivificador.
Mirando estas fiestas, que se celebran en casi todos los pueblos, ya sea para recordar determinados hechos históricos de enfrentamiento con el poder establecido o recuperando costumbres ancestrales, perdidas a lo lejos del tiempo, se puede llegar a pensar que no tenemos presente, que solo vivimos del recuerdo del pasado, más o menos idealizado. Pero lo que puede ser más preocupante es llegar a la conclusión de que no tenemos futuro, que el reflejo en el pasado no nos deja espacio para pensar en el futuro y planificar actuaciones que lleven hacia el progreso y bienestar colectivos.
Quizás nos sintamos tan orgullosos recordando y reproduciendo el pasado que hemos perdido la capacidad de pensar que caminamos hacia el futuro y que no podemos detenernos porque detenerse nos lleva hacia el camino de la regresión y la pérdida de todo lo que hemos conseguido. No quiero decir que debamos olvidar el pasado, ni esas cosas buenas, provechosas, que han marcado hitos en el progreso colectivo. No, no es este el sentido de la reflexión que he dejado apuntada más arriba.
Me preocupa más la generalización de fiestas reproduciendo hechos antiguos, como si el presente no nos hubiera traído nada que valga la pena celebrar. Me preocupa que, colectivamente, solo sabemos encontrar una satisfacción reflejados en el pasado, y en un pasado que no volverá, por mucho que nos disfracemos con los vestidos de antes y releamos públicamente las crónicas que han quedado escritas de hechos anteriores.
Estas fiestas que comento tienen un sentido importante y positivo para la colectividad que las celebra. De alguna manera, el pueblo, por un rato, ocupa segundos en los telediarios, y sale en las páginas de los periódicos. Generalmente, son pueblos pequeños (y disminuidos), que saltan a la primera línea de la actualidad, y la conmemoración da a conocer el lugar, trae gente, vuelven aquellas que un día salieron buscando mejor fortuna, las familias se reúnen y, aunque sea por un día, por unas horas, las mesas se visten con el mejor mantel, y la vajilla de las fiestas. En algunas casas, vuelves a ser ocho, once o doce en la mesa, y conviven distintas generaciones.
Ciertamente, el recuerdo del pasado, por un día, por un rato más o menos largo, nos ha hecho dar cuenta de que todavía estamos, que nuestro pueblo es importante, y que la familia no se ha deshecho, y todo esto es positivo.
Pero la celebración del pasado termina en sí misma si, entre todos, no somos capaces de darle una proyección de futuro, de progreso colectivo, de seguir reuniendo a diez o doce personas en la mesa cada día. En otro caso, terminada la fiesta, vuelve el vacío y el silencio, y el ruido no ha servido para nada, ha sido solo eso, un espejismo de un pasado que ya no existe, a pesar de los disfraces y las músicas. Y debemos hacer lo que podamos para evitarlo.
Fuente: Artículo publicado el 26 de agosto del 2024 en el Diari Segre