Por Caterine Galaz
Doctora (c) en filosofía de la Educación
Barcelona, España, 2008
Foto: C. Galaz
“El tiempo pareciera no existir en India. Los minuteros son simples testimonios de lo que no es importante. El tiempo pasa y, a veces, se detiene y retrocede. Las vacas se sientan a esperar en medio de la carretera. Las madres se sientan a esperar el agua de las tinajas. Los hombres se sientan a esperar en improvisados tenderetes fuera de sus casas. Los pobres esperan. El barbero espera. El turista espera. Los mosquitos esperan. Pero el tiempo se olvidó de ellos. Está escondido y, puede que no vuelva. India se quedó sin horas”.
Y es que no sólo la apreciación del tiempo pareciera vivirse de otra forma en este país, sino que muchas de las ideas prefijadas que se tienen desde occidente, pueden tambalear y caer cuestionando la supuesta “diferencia cultural”. Puede que se tome conciencia de la parafernalia montada desde películas como Laurence de Arabia o muchos libros históricos que plantearon, de entrada e implícitamente, la supuesta diferencia insalvable entre Oriente y Occidente.
Sin embargo, al pasear por las calles de los pueblos en India, se perciben muchos “hechos culturales” que asombran por su diversidad –y obviamente por la diferencia de no vivir algo similar en este “otro” lado- pero también, surgen impresiones de las muchas similitudes humanizadoras, muchas veces invisibilizadas en los discursos sociales tradicionales que sólo ponen el acento en la “cultura”: la lucha cotidiana por un mejor futuro y calidad de vida, los valores éticos de las relaciones sociales, la cercanía familiar, el gusto por las festividades, la búsqueda de la trascendencia, el respeto por los ancianos y las personas que mueren, etc. Y también, lamentablemente, males que traspasan muchas sociedades de todo el mundo como las discriminaciones de género, la división de clase, la diferencia social reproducida históricamente y amparada, a veces, en intrincados sistemas religiosos, etc.
Uno de los teóricos poscoloniales, el indio Saurabh Dube, señala que “nos han condicionado en las academias y fuera de ellas, a separar las sociedades occidentales, dinámicas y complejas, con historia y modernidad por un lado, de las comunidades no occidentales, simples y religiosas, arraigadas en mito, la tradicional y el ritual, por el otro. Este modo de pensar es bastante más persuasivo e insidioso de lo que uno podría imaginarse”. Y en verdad, este condicionamiento mental queda reflejado en los comentarios que muchos turistas hacen a vuelo de pájaro cuando visitan este subcontinente asiático.
De la diferencia a la similitud
Al sentarse en una plaza y mirar el ritmo cotidiano de los mercados, se puede pensar que –salvo los zarhis de colores llamativos, los turbantes de múltiples estilos, las diferencias físicas y sociales que pueden asombrar de entrada– la lógica de funcionamiento no es tan diferente de lo que puede suceder a diez metros de nuestras casas. Y surge la pregunta por ese afán académico –y muchas veces político– de establecer bloques estancos, cerrados e impenetrables, como si India fuese una sola, como si el Islam fuese uno solo, como si Occidente mismo fuese uno solo… se observa la diversidad que aparece ante los ojos, y no existe explicación para este afán catalogador.
Como dice el Premio Nobel de Economía (1998), el indio Amartya Sen “el mundo es visto cada vez más como una federación de religiones o civilizaciones, por lo que se hace caso omiso de todas las otras maneras en que las personas se ven a sí mismas. Subyacente a esta línea de pensamiento se encuentra la extraña suposición de que la gente puede categorizarse únicamente según un sistema de división singular y abarcador”. Si se habla con una chica india, no religiosa que trabaja como cualquiera, que estudió, que viste zhari y respeta profundamente a su familia, aparece el asombro ante la enorme diversidad que puede darse en diez metros cuadrados.
Aparece la extrañeza ante las diferencias que saltan a la vista, pero también el asombro propio por estar traspasado, sin querer, de muchas ideas prefijadas que no necesariamente se corresponden con el día a día en este país –que por lo demás, cambia si logras pasar de una gran ciudad como Nueva Delhi, a pueblos remotos del Rajastán, al desértico límite con Pakistán, o al sur mediático de Bollywood. Es que todo sólo son contrastes. La diversidad es evidente, incluso la forma de vivir la religión: que gran parte de la vida de la mayoría de la gente esté organizada de acuerdo al timming religioso es algo que cuestiona, pero a la vez, resulta agradable percibir el grado de convivencia cotidiana entre múltiples credos y tendencias internas de esos mismos credos.
Combatir las ideas estandarizadas
Las costumbres distintas para saludar, para hablar, para relacionarse, la forma de entender la familia, a la mujer, al matrimonio… pueden dejar perplejo a cualquiera, pero puede agradar, a la vez, la cercanía con los hijos, el respeto por los ancianos, la calidez del hogar, la profunda búsqueda religiosa, o la alegría de sus festividades constantes.
Evidenciando estas diferencias pero también las tremendas similitudes como seres existentes contemporáneos, se puede percibir lo peligroso que puede ser categorizar desde occidente a las personas exclusivamente como pertenecientes a un país, a un continente, a una religión, o a una cultura. Estas categorizaciones y suposiciones sobre ese “otro” -al estar allí y sentirse, esta vez, como el diferente- hacen ver que pueden ser una importante fuente de conflictos, sobre todo porque se ignoran las múltiples identidades y valores que las personas poseen, y que están traspasados por temas como el género, la clase, el idioma, la profesión, la política, la ciencia, etc.
“Cuando las relaciones interpersonales son tomadas en términos intergrupales singulares, como ‘amistad’ o ‘diálogo’ entre civilizaciones o entre grupos étnicos religiosos, que no prestan atención a otros grupos a los que esas mismas personas también pertenecen (entre ellos el económico, el social, el político u otras conexiones culturales), se pierden muchas cosas importantes de la vida humana, y los individuos son encasillados”, señala Amartya Sen, con toda razón.
Cuando se está ahí y se intenta mirar más allá de las diferencias –recordando las propias distancias con lo supuestamente “occidental” – se pueden derribar ideas y también las distancias simbólicas para la aproximación, conversar cara a cara y sin tantos prejuicios mutuos, desde otro punto de vista, con quienes viven la India cotidiana. Sin duda, aparece un país de múltiples contrastes… como muchos otros.