Por Neus Calleja
Psicóloga.Directora del Teléfono de la Esperanza de Barcelona.
Barcelona, octubre 2013
Foto: Creative Commons
El cuerpo, único e irrepetible. El continente más preciado y a la vez más vulnerable. El sustrato de las funciones orgánicas que nos posibilitan la vida. El gran desconocido por mucho que creamos conocer sus secretos más insondables. Siempre sorpresivo. Lo que aloja nuestra mente y nuestra alma.
Y aquí hemos topado con el órgano más complejo y a la vez más fantástico: el cerebro. Él es quien nos facilita la capacidad de comunicarnos. Es quien hace posible las relaciones con los demás e, incluso, con nosotros mismos.
Los seres humanos somos por naturaleza sociales. Necesitamos el contacto con los demás para desarrollar nuestras capacidades. Y es con la comunicación como conseguimos contactar con el exterior.
En este proceso de comunicación la palabra se convierte en el principal vehículo, pero no en el único. Cómo la vestimos y la presentamos es tan importante o más que ella misma. Pero si todos estos factores son lo que permite el diálogo con el entorno, es evidente que este mismo entorno debe saber interpretar correctamente estas señales. Y esto sólo se podrá lograr a través de una buena escucha.
No basta con oír. Para escuchar debemos estar atentos a los tres componentes de la comunicación: el lenguaje verbal o contenido lingüístico de nuestro mensaje, el lenguaje gestual o expresión corporal con que la acompañamos y el lenguaje paraverbal o como transmitimos este mensaje a través de la voz.
El cuerpo y la mente conforman un binomio inseparable. No se entiende el uno sin la otra. Por lo tanto, es evidente que nuestro cuerpo se expresa a través de la mente, pero también la mente se expresa a través del cuerpo. Son un todo indivisible.
A través del cuerpo manifestamos diferentes estados de ánimo. Observando la expresión corporal de una persona sabemos interpretar cuando está tranquila y relajada o nerviosa y angustiada. Y a menudo lo percibimos de forma no consciente.
Son señales que identificamos automáticamente, sin pensarlo. Incluso podemos sintonizar con ellas y, sin darse cuenta de ello, encomendarnos para bien o para mal del estado de ánimo del otro.
De la misma manera que podemos entender al otro cuando se quiere comunicar con nosotros, somos también capaces de ejercer una influencia en él a través de nuestro estilo de escucha. En este proceso comunicativo, la persona que habla también registra de forma no consciente como es nuestra calidad de escucha y en función de ella se mostrará más o menos receptiva al mismo proceso comunicativo.
Hay una serie de características y condiciones que se deben dar para que esta escucha sea un medio facilitador de serenidad y bienestar emocional. Es aquello que conforma el concepto de escucha empática y que va más allá del registro, el reflejo o incluso la comprensión de las palabras.
Escucha empàtica
En la escucha empática se implica algo más que el oído. También intervienen los ojos y el corazón. Se escuchan los significados, sentimientos y conductas. Y para que todo esto sea posible, debemos centrarnos totalmente en la persona que escuchamos, dejando de lado nuestros planteamientos, nuestras creencias y nuestras actuaciones. Si no lo hacemos así, estaremos acribillando internamente el mensaje que nos llega y no podremos comprender al otro en su totalidad. La consecuencia será que esta persona no se sentirá escuchada ni comprendida. Habremos perdido una oportunidad única y a menudo irrepetible para conseguir que quien nos habla se sienta reconfortado en cuerpo y alma, de la misma manera que la persona que escucha se puede sentir gratificada en el componente más humano de la comunicación.
Centrémonos ahora en el concepto y las características fundamentales de la escucha empática. Este estilo de escucha implica tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender lo que siente en cada momento de la conversación. Entrar en su mundo y ver las cosas desde su punto de vista. Pero esto no significa opinar lo mismo, ni sentir lo que la otra persona siente. Se trata de aceptar y respetar sus ideas y emociones, esforzándonos por comprender el significado global de lo que nos quiere transmitir.
La empatía conlleva saber sentir, saber entender y saber interpretar el mensaje del interlocutor. Es una destreza básica de la comunicación interpersonal. Es el único estilo de escucha que tiene la capacidad de facilitar serenidad al cuerpo de la persona que sufre, sea de forma física o mental.
Sabemos que todo sufrimiento tiene sus manifestaciones externas corporales, que pueden ser más o menos evidentes, pero que siempre están. A menudo son un primer indicio observable de que la persona está sufriendo e, incluso, puede ser previo a sus manifestaciones verbales. Este hecho es muy frecuente en los niños. Aunque no tengan una capacidad verbal suficiente para expresar su malestar, podemos observar comportamientos no habituales o bien cambios en su manera de ser o comportarse que nos alertan de que algo pasa a la que debemos prestar una especial atención. Si posibilitamos un buen marco de comunicación a través de la escucha empática, estaremos facilitando esta comunicación y podremos actuar en consecuencia.
Escucha verbal y no verbal
Los medios que nos permitirán llevar a cabo la escucha empática pueden ser verbales o no verbales. Entre los verbales encontramos como herramientas el hecho de ir solicitando aclaraciones puntuales conforme la persona nos va hablando, siempre formulando preguntas abiertas, facilitadoras del discurso y huyendo de actitudes de encuesta, que se producen cuando encadenamos una pregunta tras otra. También es muy importante verificar la comprensión de lo que nos quieren transmitir mediante breves resúmenes, paráfrasis o reformulaciones, es decir, devolver a quien nos habla partes de su mensaje con nuestras propias palabras, así como realizar intervenciones que demuestran que tenemos en cuenta sus aportaciones.
Entre los medios no verbales destacan el contacto visual mantenido y natural con la persona que habla, así como el respeto de los silencios que surgen a lo largo de la conversación y que a menudo implican una reflexión interna sobre lo que se está diciendo. La postura corporal de quien escucha también es esencial. Anteriormente ya ha quedado patente que registramos inconscientemente estas señales comunicativas. Por lo tanto, mostrar una actitud receptiva y abierta a través de la disposición de nuestro cuerpo es muy importante. Hacer gestos de asentimiento o de acompañamiento nos puede ayudar a mostrar una actitud de proximidad emocional. Pero cuidado con las distancias físicas. Tenemos que procurar mantenernos cercanos físicamente, pero sin invadir el espacio del otro. La distancia adecuada es aquella que nos permite un contacto físico puntual, pero siempre manteniendo un contacto visual. Estar a demasiada distancia nos aleja también mentalmente excepto que no estemos físicamente en el mismo espacio, como puede pasar en el caso de una conversación telefónica.
Hay un último aspecto que resulta fundamental en la escucha empática: la actitud de quien escucha. Hay una serie de actitudes que conviene evitar siempre que queramos escuchar empáticamente. Debemos evitar, por ejemplo, distraernos a lo largo del discurso, aunque éste sea largo. Interrumpir a quien habla sin esperar a que nos den paso es una actitud claramente significativa de que centramos la conversación en nosotros mismos y no en la persona que escuchamos. Tampoco hay que posicionarse ni a favor ni en contra de lo que estamos escuchando, huyendo de emitir juicios personales; sólo así estaremos mostrando un respeto total hacia el otro.
Una atención especial merecen las emociones manifestadas por la persona que habla. Debemos mantener una actitud de alerta constante para que nuestros comentarios o actitudes faciliten la libre expresión de estas emociones. El problema es que no siempre sabemos cómo reaccionar ante ellas. Decir a una persona que no llore, cuando el llanto puede ser una manifestación de diferentes emociones (rabia, pena, desesperación…) nos está limitando la calidad de nuestra escucha, a la vez que implica un reproche hacia la emoción que tiene derecho a manifestar y nos impide averiguar que emoción hay detrás de esta manifestación.
En ocasiones también tenemos tendencia a hablar de nuestra propia experiencia cuando nos sentimos identificados con lo que estamos escuchando. Este también es un error. Nuestra atención debe estar centrada en la vivencia de quien nos habla, si queremos llevar a cabo una escucha empática y no en nosotros mismos. Igual ocurre cuando damos razones que van en contra del discurso, lo que se conoce por contraargumentación, o bien mostramos una actitud de experto, cuando queremos convencer a la persona que nos habla de nuestra opinión o consejo.
Así, pues, ofrecer una escucha de calidad que contribuya a dar serenidad al cuerpo de una persona que sufre no siempre es fácil, pero sin duda también facilitará una serenidad a nuestro propio cuerpo, que provendrá de la satisfacción personal en ver que podemos influir positivamente en el bienestar del otro.
Publicado en la Revista RE