Por: Sara Canca Repiso
Ingeniería Informática y Grado en Sociología y Psicología
Cádiz, mayo 2021
Foto: Pixabay
Asegurarte un hueco en el corazón del otro otorga un poder amplio y holgado. El amor en toda su dimensión, y bien entendido, lo tiene lleno de nombres. Sin embargo, si hacemos imprescindible nuestra presencia podemos provocar que esa persona quede relegada a los antojadizos movimientos del que mueva los hilos.
Lo que se propone es diferente: estar atento a lo que el otro necesite, pero sin crearle necesidad, ofreciendo a veces tu ausencia. Y al otro lado, esperanza sin exigencias. El cóctel presume sabroso.
Hace unos días, un amigo me contaba los problemas que tenía en la relación con su pareja. Están a punto de firmar una hipoteca, ya llevan cinco años viviendo juntos y no sabe si es la mujer de su vida. Se supone que, si la ama no debería tener ninguna duda; al menos, esa es la opinión que tiene acerca del amor. Se acabó la chispa, la gracia, la locura. Le tiene cariño (¡faltaría más después de tanta intimidad!), pero echa de menos el romanticismo de los inicios. Y le da miedo perderla.
Tomé un folio y dibujé un triángulo equilátero. En cada vértice coloqué una de las tres dimensiones esenciales del amor: pasión, intimidad y compromiso. La Teoría Triangular de Sternberg explica cómo estos elementos se combinan para crear distintas formas de amor. Y fuimos revisando cada uno de ellos. «¡Ojo, que puedes crear uno nuevo! ¡Que no te encasillen!», le dije.
Él tenía claro que lo ideal era el punto medio, el baricentro, donde se entremezclan, a partes iguales, nuestros tres ingredientes. Pero caía en la cuenta de que su relación pasó del amor romántico, lleno de pasión e intimidad, al amor de compañero, donde comparten todo y buscan el bienestar del otro. A veces, se siente confundido sin saber definir sus sentimientos: ¿será este vínculo emocional, lástima o costumbre?
No es extraño, querido amigo, lo que te ocurre. Estás pasando por el fenómeno de la habituación. Al principio, estabas lleno de energía, apenas dormías, te sentías excitado, positivo, alegre, desbordado. Liberabas dopamina, serotonina y oxitocina a chorros y, como con la droga, al cabo del tiempo ha llegado la tolerancia o habituación. Esa química ha bajado notablemente y piensas que se acabó el amor. Necesitas sentir lo mismo, que el flujo nunca acabe, que la dosis sea mayor. Calma, permítele a tu cerebro que se recupere del mono y se estabilice. Y libérate de lo que la cultura ha señalado como perfecto, porque lo que idealizamos nos puede jugar malas pasadas. En ocasiones, contraponemos lo ideal frente a la realidad y construimos el muro de lo que pudo haber sido y no fue, tan irreal como lo que nada es.
Indudablemente, a la mayoría de las personas le agrada que su sistema de recompensa esté completamente saciado. De hecho, de no estarlo, es lícito buscar la preciada felicidad, allá donde se considere más oportuno, siendo consciente de lo fino que es el hilo entre la libertad responsable y los condicionamientos. Dar lo que se quiera, sin hipotecas, ni plazos fijos o variables, requiere mucha responsabilidad y generosidad, por ambas partes. Porque no se trata de que la otra parte nos dé o no nos dé, ya que no es quien lo ha de dar. Y claro, esta búsqueda insaciable devendría en frustración o necesidades no resueltas. Por mucho que hagan, por poco que digan, por pronto que escuchen o tiendan la mano. Ya hagan malabarismos u ofrezcan una serenata en directo, el desplacer seguirá a flote.
Hay ciertos regalos que nadie te puede dar ni tampoco se tiene el derecho de exigirlos. Están en ti, no en el exterior. Solo en ti y en tu interior pueden tejerse y brotar.