Anna-Bel Carbonell Rios
Educadora
Foto: rezendeluan (Pixabay)
Fecha de publicación: 10 de febrero de 2025
¿Qué es la salud? Según la Organización Mundial de la Salud es «un estado de completo bienestar físico, mental y social, no solo la ausencia de afecciones o enfermedades». Una definición que podría admitir tantos matices como personas y me atrevería a decir, incluso, ámbitos culturales. A partir de ahí, pues, unas simples pinceladas desde aquellos que hemos perdido la salud física hace ya muchos años, pero no por eso nuestra enfermedad nos define.
Más allá del diagnóstico médico lleno de vocablos y términos incomprensibles que acaban reducidos en la etiqueta popular con la que se conozca aquella enfermedad; más allá de la infinitud de pruebas, de tratamientos, de intervenciones quirúrgicas, de recaídas y de horas pasadas en las salas de espera… de todos es sabido que la actitud de un paciente frente a un diagnóstico médico –sea el que sea– es primordial porque se convierte en una estrategia frente a la enfermedad que lo traga todo aunque puede ejercer una influencia más que significativa en el proceso de adaptación a una nueva forma de vida e, incluso, en la evolución de la dolencia.
Ver en una persona enferma solo el daño orgánico y olvidarse de su tambaleante e imprevisible reacción emocional sería un gran error. Cada persona es un mundo, y también cada cuerpo y la forma en que este recibirá la enfermedad. He aquí, pues, que la medicina no puede ignorar la capacidad de toda persona de poner en funcionamiento recursos sanadores desde una visión integrativa, dado que cada ser humano debe contemplarse desde múltiples dimensiones: biológica, psicológica, espiritual, emocional y social que, aunque no se pueden separar, sí que se pueden distinguir y fortalecer, y ayudarán al enfermo a enfrentarse de una u otra manera a aquella nueva y desconocida realidad.
Así pues, probablemente lo único que diferencia a una persona enferma de una sana es la experiencia en sí misma, porque especialmente cuando hablamos de enfermedades terminales, crónicas, o de larga duración… estas hacen excepcional –ni mejor ni peor, sino distinto– quien las sufre. El paciente una vez aceptado su diagnóstico –que no significa rendirse ni renunciar a la lucha– se adentrará en un complejo mundo que cambiará totalmente su presente y futuro tanto personal como familiarmente. De todos los tópicos que se conocen en torno a algunas enfermedades, hay uno muy cierto y es aquel que dice que nadie sabe lo que se sufre menos quien lo pasa, porque –aunque la ciencia avanza y las investigaciones ayudan mucho a dibujar mapas sintomáticos y aumentar los índices de supervivencia– cada cuerpo, cada persona, cada enfermedad evolucionan diferente, y difícilmente siguen un mismo patrón a describir para tranquilizar u ofrecer una migaja de confianza y seguridad al enfermo que sentirá como merma su calidad de vida. Cuidar de sí mismo, bajar el ritmo laboral y actividades… en definitiva, encontrar el coraje y la fuerza para reinventarse y seguir teniendo una vida plena, sin embargo.
El recorrido vital a partir de ese diagnóstico inicial y variable en el tiempo será más incierto de lo que ya lo es normalmente, pero no por ello menos importante o válido si permanecemos abiertos y dispuestos a asumir nuestra única existencia posible.
Como han dicho distintos pensadores, la persona sana no es la que no tiene problemas, sino la que está en condiciones de resolverlos. Por eso me parece adecuado recordar una frase del doctor Jordi Gol que daba la vuelta a la máxima popular «mientras hay vida hay esperanza» y decía «mientras hay esperanza hay vida». Porque la esperanza es, desde esa perspectiva, un motor de la vida, una capacidad humana de estimular las potencialidades que tiene cada individuo. La esperanza nos empuja a andar, a creer, aunque sea precariamente en un futuro, y transformar la enfermedad en vida.
Vencer a la enfermedad, controlarla… es impredecible. En cualquier caso, lo más importante es comprender el verdadero papel que la enfermedad juega o dejamos que juegue en nuestra existencia como experiencia particular y genuina.