Por: Leticia Soberón
Psicóloga y cofundadora del Innovation Center for Collaborative Intelligence
Barcelona, febrero 2016
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El maltrato por escrito y en el propio móvil puede ser mucho más doloroso que el físico. Y sucede mucho más de lo que sería esperable entre niños y jóvenes.
El ciberacoso consiste en que un/a menor atormenta, amenaza, hostiga, insulta, humilla o molesta a otro/a mediante tecnología digital en redes sociales, chats y mensajería instantánea. Este problema está creciendo en casi todos los países con alta presencia tecnológica entre niños y adolescentes.
Si el acoso como tal ha existido siempre en la mayoría de las escuelas, su incidencia ha ido creciendo y se ha intensificado, al parecer, en esta llamada «era digital». Familias y maestros se preguntan qué es lo que hicieron mal, si todo se debe a Internet y los videojuegos y, en todo caso, cómo reconducir la situación.
Se recurre a jueces y control escolar. Pero en problemas como la violencia familiar o el bullying, la solución penal o policial actúa solo como un dique momentáneo ante una situación creciente, sin llegar a la fuente de esa riada, allí donde se genera la incapacidad de los niños para gestionar sus diferencias y antipatías de manera respetuosa. Tampoco basta «la educación» o «los valores» genéricos, como si fueran talismanes que deberían solucionar esta lacra. Hay que precisar más de qué estamos hablando.
El bullying o acoso supone ante todo una deficiente capacidad de empatía y una truncada «construcción de la alteridad», que es el reconocimiento de las otras personas como valiosas y dignas de respeto.
La construcción de la alteridad se inicia hacia los tres años, muy poco después de que haya emergido el «yo» de la persona. En el momento en que el niño o niña se reconoce como sí mismo/a en su identidad, surge poco a poco la evidencia de que hay otras personas, esos «otros» (de ahí el nombre: alteridad) con quienes debe relacionarse: hermanos, amigos y familia. La construcción de la alteridad en el respeto por el otro es la base de la empatía y será clave de la vida social a todo nivel. Estas actitudes se enseñan básicamente con el ejemplo: si los mayores tratan con respeto al propio niño y a los demás, sean jóvenes o adultos, le están mostrando estrategias respetuosas para solucionar diferencias, antipatías o momentos de confrontación.
Pero el ejemplo puede no bastar; también se requiere un activo acompañamiento para que cuando el pequeño o la pequeña empiecen a recurrir al insulto, la agresividad o el desprecio del otro, se pongan los correctivos adecuados de inmediato, abriéndole nuevos repertorios de conducta para gestionar sus relaciones humanas. El ciberespacio será solo un ambiente más donde reproducirá los modelos de relación que aprendió en casa y en la guardería.
Una sociedad digitalizada requiere más que nunca el cultivo decidido de lo más humano del ser humano: la capacidad de respetar y amar a otros.