Por: Sofía Gallego
Psicóloga i pedagoga
Barelona, febrero 216
Foto: Creative Commons
Estamos muy acostumbrados a vigilar la caducidad de los productos, en especial los alimentarios. Los yogures fueron los primeros en tener fecha y progresivamente se han dado normativas para que la medida se extendiera a muchos otros productos. Algo parecido, pero no de manera tan explícita, pasa con los productos manufacturados y se llama obsolescencia programada. Esto quiere decir que durante el proceso de fabricación se puede determinar la vida útil del citado producto. Actualmente cualquier aparato puede quedar depreciado como consecuencia del progreso técnico. En cualquiera de los casos nos encontramos ante el hecho que productos que eran útiles, el paso del tiempo los hace poco aprovechables.
Velar por la vigencia de los diferentes productos se ha convertido casi en una costumbre que también se ha generalizado a otros contextos. Y eso me pasó a mí. Estando frente a las viejas enciclopedias de mi biblioteca, compradas algunas de ellas con la voluntad de reivindicar una lengua y una cultura propia, parece que con mirada llorosa me dicen que ya no las consulto y también miran con rencor el ordenador que les va quitando protagonismo en la búsqueda de información. Lo mismo me pasa con un conjunto de manuales que parecen esperar estoicamente el fin de sus días.
Así pues, ¿qué futuro espera a los libros? Hay muchos tipos de libros: narrativa, poesía, ensayo, enciclopedias, texto, manuales, etc. Y no todos tienen el mismo futuro y la misma función. Los libros electrónicos —este aparato que nos permite la lectura en los sitios más inverosímil— parecen estar reservados más bien a los libros de entretenimiento como puede ser la narrativa o poesía. No he sido capaz —y no digo que no haya— de encontrar algún ensayo en forma digital.
Actualmente casi todas las personas de la sociedad occidental tienen acceso a internet. La ingente cantidad de información que se tiene al alcance de un clic deja un poco fuera de lugar el libro de consulta tradicional. Sin duda, un libro de consulta editado cuidadosamente tiene la garantía de sucesivas revisiones tanto de forma como de fondo y, además, se tiene un referente: el nombre del autor que actúa como un argumento de autoridad o, mejor, una garantía de todo el proceso de elaboración de la obra. Contrariamente, mucha información que encontramos en las grandes enciclopedias de internet, y la autoría de las diferentes entradas, queda a menudo en el anonimato. Fácilmente se cae en el error de dar por buenas algunas informaciones que apenas lo son. Siempre es necesario contrarrestarlas y mirar más de una fuente antes de aceptar una información como fiable. Por otro lado, la producción de información y també de conocimiento por parte de la comunidad científica y tecnológica es tan rápida que hace inviable editar un libro correctamente que pueda estar siempre al día.
Soy consciente de que no he dado respuesta a la pregunta con que empezaba el artículo. Para mí, algunos libros de papel y enciclopedias son fácilmente superables y pueden llegar a ser obsoletos muy rápidamente, pero un libro no es un aparato. Parece que tenga vida, tiene color y olor, lo puedes tocar, lo puedes guardar y volverlo a coger con la seguridad que de nada habrá cambiado, te brinda su amistad incondicional y lo sientes muy tuyo, es tu libro.
A menudo pienso que tendría que desprenderme de algunos libros, pero no puedo. Parece que me miran con pena cada vez que decido buscar espacio en la biblioteca y busco otras soluciones para encontrar sitio donde poner más. Llegados aquí, ya queda claro que los libros, aunque tengan fecha de caducidad, no se pueden tirar como si fueran un trasto. Espero y deseo larga vida a los libros.