Por Pere Reixach
Especialista en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Barcelona, octubre 2017
Foto: Rocío Muñoz
Inducido por la lluvia de sentimientos positivos y de ternura, expresada en flores y animalitos de peluche y todo tipo de juguetes, depositados en los puntos neurálgicos de los trágicos atentados de la Rambla y también en Cambrils, me he puesto a reflexionar y a escribir sobre la ternura. Me han ayudado también los conocimientos recibidos en una charla realizada en el Centre Catòlic de Blanes sobre «Gestión positiva de los sentimientos», a cargo de Montse Urpí, psicopedagoga i coach, autora del libro Coaching Familiar.
Quizás porque estoy convencido que: «Hay noticias que no se publican porque no venden. Ni que las regales te las publican. La felicidad y la ternura no son rentables. La ternura sigue siendo un lujo. Se sirve gratis, ni se compra ni se vende. No entras dentro de las leyes del mercado, pero, para llegar, a veces se necesita toda una vida.» (Un pensament de sal, un pessic de pebre. Edicions 62, 1992. Montserrat Roig, Barcelona 1946-1991)
Si se necesita toda una vida, quizás que empecemos a pensarlo y sobre todo a vivirla, ¿verdad?
«En el arte como en el amor, la ternura es la que da fuerza», nos dice el dramaturgo Oscar Wilde (1854-1900), pero me permito añadir que también da la fuerza de todas nuestras relaciones interpersonales. Es muy citado el verso de Eurípides en las Troyanas cuando Menelao recobra a Helena: «No hay amante que no tenga ternura para siempre».
¿Qué sería el amor erótico, el amor de amistad y el amor filial, sin fuertes dosis de ternura, cumplidos y mimos, en definitiva sin el calor humano que hace verdadero el dicho «sin roce no hay cariño»? Acontecerían unas relaciones amorosas frías, distantes y a veces indiferentes. ¿La indiferencia no es el preludio del desamor?
Aun así la ternura no es propiamente amar. Amar es querer incondicionalmente el bien del otro, su crecimiento personal y su bienestar físico, mental y espiritual en todo momento. En cambio, la ternura es una actitud afectuosa y protectora hacia los otros. Son la blandura y el dulzor los que vencen la dureza. La aparición de un objeto o de una persona determinada nos puede despertar sentimientos de compasión y ternura. Nos puede conmover y alterar la propia frialdad e indiferencia. Entonces, con los sentimientos dúctiles y tiernos, nos damos cuenta que la ternura es acogedora, protectora y gozosa. Y que la podemos expresar verbalmente, reforzando en el otro, su propio aprecio o físicamente, mediante abrazos y besos, atendiendo siempre los cánones que la proxémica de cada cultura concreta acepta.
El apoyo físico y mental a las personas que nos enternecen, tanto las que conviven habitualmente con nosotros o que circunstancialmente nos encontramos en la vida, se los facilita el necesario calor humano, imprescindible para vivir en un mundo, demasiadas veces frío y cruel.
Para Dante Alighieri el calor humano es el potencial de toda emoción, lo que hace que la vida sea posible. Como de costumbre, la intuición poética, nos dice lo que después, al cabo de los años, científicos e investigadores descubrirán: «No podemos vivir sin el calor y la proximidad del otro.»
Desde hace muchísimos años, la humanidad sabe por experiencia que un bebé no puede sobrevivir sin el calor y la ternura de su madre. Para facilitar calor y ternura, hay el paso previo de la empatía. Sin empatía, sin saber ponernos en el lugar de los otros, acontecemos eunucos para toda relación interpersonal sincera.
Con nuestra empatía y ternura, el otro, nuestra pareja, los hijos, los familiares, los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo, nuestros clientes y proveedores, nos abren la puerta a su cotidianidad, a su historia personal, a sus sentimientos y a sus inquietudes. «El gran don de los humanos es el poder de la empatía» nos dice la actriz Meryl Streep.
Con empatía y ternura, entramos en el mundo de los otros y esta simbiosis nos produce una deliciosa regresión infantil, sin dejar de ser adultos. ¡Sólo hay que probarlo!
1 comentari
Calmar el dolor con la ternura. Es una actitud inteligente